Llevamos años hablando de que la Noche en Blanco ofrece lo más alejado a la cultura que pueda imaginarse; la cosa siempre ha tenido más que ver con una kermés de colegio de pago: muchos colorines y lucecitas, disfraces graciosos y conceptos tan vagos y perezosos como el de este año -las estrellas; sí, así, las estrellas- para que la gente salga un sábado por la noche de su casa. Vale, descartada la apuesta por la calidad -el mismo Ayuntamiento lo hace con una de sus condiciones para participar en la velada: «La financiación deberá ser aportada en su totalidad por la persona, entidad o colectivo que las proponga»-, al menos, que la cosa sirva para los que miden las cosas con números, ¿no? Pues parece que por ahí tampoco ha salido bien la jugada: después de años de subidas en los registros de asistencia -justificadas desde el Consistorio por la potenciación del carácter family friendly de la programación-, esta vez hablamos en esta ocasión de números a la baja. Muy pronto, claro, para hablar de una tendencia... Pero es que ése es precisamente el problema de todas estas cosas que se hacen a troche y moche, sin un concepto en mente: que lo mismo atraen a mogollones como, sin motivo aparente, dejan de hacerlo. Aunque, en realidad, no es la primera vez que cae la asistencia a la Noche en Blanco malagueña: en su edición del 2013 ya se registraron 20.000 visitas menos -entonces se contabilizaron 180.000-. Los designios de lo masivo son así de inescrutables y caprichosos.

Mientras tanto, los creadores que ya no quieren involucrarse en esta actividad -recuérdese lo de la autofinanciación- y el consumidor cultural más avezado están generando una especie de Noche En Blanco paralela, un off con una agenda casi propia, de diáspora pero cada vez más nutrida, con iniciativas que, al menos, buscan ser expresión artística y no una función de fin de curso. Ésa puede ser, precisamente, una de las vías de supervivencia de una cita que ya ha desaparecido en casi toda Europa de la misma forma en que surgió: con la rapidez y la brevedad de esas ocurrencias que suelen tener los gestores culturales menos imaginativos.