El Festival de Cannes comienza ya en el avión que nos lleva a Niza: Viggo Mortensen está sentado mas allá de la cortina que separa la clase business del común de los mortales. Parece atormentado por su pasado gansteril o a punto de explotar en un arranque de violencia extrema. Cannes convierte en cine todo lo que toca, incluso antes de llegar a Cannes.

Dejamos las maletas y nos lanzamos a la Croisette, el epicentro del festival, a cualquier hora atestado de gente. A pesar del caloret, muchos de ellos van vestidos de esmoquin, el uniforme oficial del festival. Confusión. Vorágine. ¿Por dónde empezar? Cannes es un miura de siete cabezas que te puede cornear si no tienes temple. Por no hablar de las medidas de seguridad. El festival está blindado. Gendarmes armados hasta los dientes recorren el interminable paseo marítimo. ¿Llevarán ellos también esmoquin debajo el uniforme?

A cada paso que das se suceden registros y cacheos. No se libra ni dieu.

Recogemos nuestras acreditaciones y nos damos una vuelta por el Shortfilm Corner, punto de encuentro de jóvenes cineastas de todo el mundo, entre ellos nosotros, que venimos a mover nuestro cortometraje Screener. Charlamos con varios de ellos de proyectos futuros, conocemos a agentes de ventas, intercambiamos tarjetas, hacemos contactos. Vamos, lo que viene siendo networking.

Después de unas horas de palique en esta torre de babel de celuloide, el cuerpo nos pide descanso y glamour. Tras un poco de lo primero? voilà! Gracias al buen hacer y a los contactos de Carmela M. Oliart -el cincuenta por ciento de nuestros productores, Estela Films, junto a Félix Tusell- conseguimos entradas para la premiere internacional de Captain Fantastic esta noche,dentro de la sección Una Cierta Mirada, con posterior fiesta privada incluida.

Nos ponemos nuestras mejores galas y nos dejamos caer por la gran pasarela que es la Croisette al caer el sol, posiblemente la mayor concentración de beautiful people y personajes excéntricos por metro cuadrado que tiene lugar en este momento en el orbe.

Estrellas de cine, pobres diablos vestidos de Prada y millonarios en chándal flúor se mezclan con aspirantes a cineasta vestidos de etiqueta para fiestas a las que no podrán acceder, deambulando por el paseo marítimo, sin rumbo, dando lugar a extrañas estampas, a mitad de camino entre la opulencia y el desamparo.

Cada cinco segundos un coche de alta gama se detiene y salen de él individuos de aspecto extravagante. No importa la calle, no importa la hora. Tan solo levantas la vista y aparece un coche, se abre la puerta de cristales tintados y emerge una modelo nigeriana envuelta en transparencias cubiertas de pedrería o un obeso productor polaco de nariz rojo alfombra. ¿Ése de allí no es Robert De Niro? Tras recuperar el aliento, merodeamos por la alfombra roja, nos hacemos las fotos de rigor y damos un brinco hasta meternos en la sala.

La boca se nos va abriendo a cámara lenta cuando nos percatamos de que a nuestra derecha están sentados Orlando Bloom y Katy Perry, detrás Daniel Brühl y a la izquierda el director francés Bertrand Tavernier. Unas butacas mas allá una bella Ariadna Gil también hace acto de presencia.

En el escenario aparece todo el equipo de la película que vamos a ver, liderados por el mismísimo Viggo Mortensen, que vuelve a cruzarse en nuestro camino.

Podríamos prescindir perfectamente de la seguridad que se abarrota en las inmediaciones: con Aragorn y Legolas en la sala nada malo nos puede pasar.

Nada más salir de la sala nos damos de bruces con -oh la la!- Terry Gilliam. Monty Python insigne, creador de universos distópicos y quijotescos. Mítico. Nos quedamos mirándole, paralizados como dos adolescentes que se acaban de encontrar con Justin Bieber. Incapaces de pedirle una mísera foto, vemos como se aleja su sempiterna coletilla en forma de cinta de Moebius. Ojalá no se la corte jamás.

Fiesta en el Nikki Beach, un exclusivo club junto a la orilla del mar. La fauna que se concentra allí es digna de película de Sorrentino. Los hielos de nuestras copas se consumen mientras brindamos rodeados de peces gordos de la industria. Legolas y Aragorn hacen mutis por el foro, probablemente para ir al otro punto caliente ésta noche en la ciudad: la fiesta de Julieta, donde, nos cuentan al día siguiente, Almodóvar se arrancó a cantar en un improvisado karaoke.

Después del pertinente café au lait avec croissant, sacamos la resaca de paseo y nos entregamos a hacer una cola moderadamente corta -apenas una hora- para lo que es Cannes. Personal Shopper, de Olivier Assayas, provoca división de opiniones entre nosotros: a unos nos encanta, a otros nos aburre. Ponemos arena de por medio paseando junto al cine de verano que se erige en la playa, donde proyectan El gran dictador.

Entre la población local creemos detectar un amplio número de hijos ilegítimos de estrellas del séptimo arte: una panadera clavada a Lars Von Trier, un botones de hotel igualito que Federico Fellini, un taxista que se da un aire a Roman Polanski... Sin duda, a lo largo de los años los ilustres invitados del festival han ido dejando su huella en la ciudad.

Es hora de cenar, así que tras dar varios rodeos sorteando los prohibitivos precios -una coca cola 5 euros, una copa de vino peleón 7,50- y buscando sin éxito la pizzería Cresci, la favorita de Quentin Tarantino, nos conformamos con Chez Xavier. Nos sentamos en la terraza. Al lado de nosotros cena Bertrand Tavernier, consideramos su presencia en la pizzería como garantía de calidad. Sin perder de vista su ojo a la virulé, le pedimos prestado el aceite picante.

Es nuestra última noche en Cannes, así que después de cenar nos dirigimos a Le Petit Majestic, punto de encuentro de la crema de la modernidad. Trasegamos unas copas rodeados de corrillos de gente que habla en mil y una lenguas. Coincidimos con otros directores españoles que también han viajado con sus cortometrajes. De pronto detectamos que alguien habla en catalán: es Albert Serra, enfant terrible con bigotazo, que será ovacionado al día siguiente por La muerte de Luis XIV, protagonizada por Jean-Pierre Léaud, quien fuera el niño protagonista de Los 400 golpes, estrenada aquí mismo hace ya casi sesenta años. Ahí es rien.

Una última mirada a la Croisette, que de tan plagada de estrellas le hace sombra al firmamento, y nos retiramos. Al día siguiente tenemos que regresar. En la maleta, entre retales de alfombra roja, se agazapa la sensación de que el año que viene volveremos a éste olimpo de quita y pon. O no. Quien sabe...

Trailer del cortometraje "Screener" from Estela Films on Vimeo.