­Ya las máquinas lo van haciendo todo en este mundo hiperconectado, y así encendemos la vitro desde el trabajo y el coche nos corrige una curva mal trazada. En los conciertos un programa evita las gallos del cantante y en las películas otro suaviza la textura de los cuerpos que adoramos e infla/desinfla las zonas que más admiramos. También a la novela le ha llegado su turno con la literatura artificial. Antes de que nos rindamos y claudiquemos todavía podemos intentar escribir nuestra propia y original historia.

El algoritmo fatal

Varios años llevan filólogos, matemáticos, lingüistas, informáticos y gentes de parecida ralea diseñando softwares que desarrollan novelas, con lo que el artesanal oficio del escritor pues que por los suelos y agonizando. Y el tema espinoso o delicado de las máquinas inteligentes metidas en el asunto. En el Japón del sushi y los tembleques de la tierra una novela escrita por un ordenador ha llegado a la fase final de un concurso literario. Un ruso ha recreado Anna Karenina cruzándola con el estilo de Murakami. Philip Parker, un americano visionario, ha tenido la peregrina y feliz idea de vender en internet libros a demanda. La máquina, en casi todo, ha suplido al hombre. Nos ganó al ajedrez y así lo dejó apuntado en sus notas Kasparov: me di cuenta de que Deep Blue pensaba. Eso nos lleva y conduce a Turing y a Penrose, pero lo dejamos aparcado para otro día: la inteligencia artificial, la lógica borrosa, la robótica, los replicantes. La portera de nuestro bloque ha subarrendado el servicio del barrido del portal y los pasillos a roomba, y ni le paga seguro ni le pide bajas por lumbago, tampoco fuma entre planta y planta ni mete la basura bajo cualquier felpudo, y así todos contentos. El futuro ya está aquí, que cantara Auserón.

La idea genial

Eso de escribir una novela parece por lo tanto que es una tarea fácil y algo placentera a cuya ejecución el pueblo no se ha querido entregar hasta ahora por una especie de acomplejado vértigo emocional. Son pocas, en realidad, las herramientas que se precisan y no hay que pasar la fatiga de buscar financiación o ayudas que como limosna brindan los antes entes públicos que reconvertidos ahora en portales electrónicos al servicio del ciudadano. Bastan un fajo de hojas en blanco y un bolígrafo de un chino de barrio con que emborronar la primera línea. Hay incluso a quien le sobra con un pecé con el Word pirateado y una ram de 8 gigas para aprovechar que, mientras le da al bailoteo de las teclas, se va bajando dos películas pixeladas, una temporada completa a la que le falta el capítulo tercero, tres discos que jamás escuchará y algún programa que promete porque no jura que ayuda a liberar espacio del disco duro.

Hay que recordar, para que el respetable se anime y se vea a sí mismo superior a la máquina, que en una novela hasta la sentencia más tonta puede devenir en una obra colosal. Vale o sirve o basta por lo tanto casi cualquier palabra, sintagma, frase o proposición, desde el Cuatro que se le ocurrió a Vargas Llosa en el Madrid pueblerino de los 50 para empezar La ciudad y los perros a una cláusula de varias páginas con que se arrancaba el ingeniero Benet en la hipnótica Volverás a Región. Ya se lee en la Biblia, sección V/T, que nada nuevo hay bajo el sol, y es que los argumentos se han ido repitiendo porque es el hombre con la mujer una extraña mezcla de animales curiosos pero de hábitos repetitivos y que como diría Romero Esteo muy zombis y demasiado merdellones. Manganelli, intelectual milanés adscrito al Grupo del 63, nos dejó esbozado en su obra Centuria cien posibles argumentos de novelas, para el que ese día tuviera la fuente de la imaginación en off o out. Y también Steiner, sabio y cursi y políglota, nos ofreció en Los libros que nunca he escrito unas propuestas de argumentos de novelas que él nunca se atrevió a enfrentar por miedos, pudores y vergüenzas.

La dura realidad

Otra cosa muy distinta y algo frecuente es que ya uno quiera confundirse con Homero, Cervantes o la Woolf. Al heleno ni falta le hizo un paquete de din-A4 reciclado y sin cloro y con sólo su memoria de viejo aedo viajero le sobró para fabularse la Odisea y antes se supone que la Ilíada que también pudieran haberse traducido por algo así como la Ulisada y la Troyada y que si no son novelas se narraban como tales. De aquellos polvos estos lodos, con el tema del origen de la novela occidental en el meollo de la cuestión y los cantares de gesta y las novelas de caballería y las bizantinas y las pastoriles y las sentimentales y ya entroncando con el Quijote que en esencia no es siquiera una novela y sí en cambio una summa de historias, que hasta el mismo Cervantes dudó en su Part First como un Cristo de andar por casa e intercaló una serie de novellas para agilizar lo que él suponía iba a ser lento y aburrido y que se convirtió tres y cuatro siglos después en lo que ralentiza lo que hoy, si no se hubiesen incluido, nos parecía ágil y dinámico y así la vida. O creerse nuestra vecina del quinto A una suerte de Virginia Woolf axárquica que al no disponer de lo que se entiende por un río de caudal profundo, decide en un día del largo verano de los de la canícula achicharrando y desquiciando a los grillos, y ante la incomprensión del mundo, of the world, no confundir con el otro word, someterse a ese ritual del hundimiento voluntario delante de la parentela del moroso del tercero K, y quedarse en lo hondo como un plomo para salir esa noche abriendo el noticiario local.

Aquí bien pudiera hallarse el germen, el brote, la semilla, el arranque de un loco relato a lo Tom Sharpe o una corrosiva novela-incendiaria en la línea del otro Tom, el Wolfe.

La era digital

Y uno se pone manos a la obra y se tira meses cuando no años tratando de dar forma a ese mamotreto que se va formando, hasta que de repente un día se da cuenta de que tiene el libro terminado y concluido y no quiere ni quitarle ni agregarle una coma o un punto.

Y entones es su familia el que lo anima, más por no escucharle que porque vean ahí un camino hacia el éxito con su riqueza, a que lo publique y es cuando constata que nadie se lo quiere editar porque ya no se leen manuscritos y la literatura reconvertida en algo así como un circo muy en plan espectáculo con premios mediáticos y autores como las grandes estrellas de las giras y las presentaciones literarias.

Pero para aliviarnos la vida y consolarnos la existencia están amazon y sus secuaces que nos permiten e invitan a publicar en sus portales en formato electrónico y vender de este modo en el ancho y ajeno mundo, rindiendo la cosa beneficios y quedando el ego a una altura presentable, que era en definitiva de lo que se trataba. Creernos que quedamos siempre absolutamente por encima de la máquina.

*Pérez Valle es profesor de Lengua y Literatura en el IES Salvador Rueda de Vélez Málaga