­­Refugiarse del sol bajo la silueta de un mandarino de más de 130 años se antoja un placer. Oír el silencio de las tardes mientras pasa las páginas de un libro en el patio en el que vive alojado el árbol es ya una costumbre que han adquirido los vecinos de La Goleta desde que hace dos años se reformara el antiguo colegio del Monasterio de las Madres Mercedarias para instalar en su lugar la fundación del pintor malagueño Jorge Rando.

El mayor exponente de la cultura expresionista en España junto con Barceló, tiene un museo hecho a su imagen y semejanza. Un lugar donde su filosofía de vida se ha convertido en el mantra que persiguen todos y cada uno de los trabajadores de la que se ha convertido en « la sala de estar del arte», desde que en 2014 se cambiaran las aulas por las salones de exposiciones, donde también se aprende, pero de otro modo.

La directora de la entidad, Vanesa Díez, hace un balance cualitativo «excepcional» de las dos fases en las que se ha dividido el proceso de enraizamiento del museo en un lugar donde las exposiciones artísticas eran conocidas por su ausencia. «Por eso decidimos la zona del Molinillo, además de porque Jorge Rando se enamoró de este lugar cuyo carácter espiritual coincide plenamente con su obra», confiesa la gerente de la fundación que trabaja en un lugar privilegiado. Un lugar donde la periferia cultural ha sido ecplisada por la sede de una fundación en la que se enseña a leer los trazos del artista expresionista pero también a sentirlos.

Todas las disciplinas culturales que forman parte del trabajo del creador malagueño también están presentes en el espíritu de un edificio que tiene historias tras de sí pero que también sabe crearlas a través de disciplinas culturales como cine, música o filosofía de las que se extraen cursos y charlas que tienen lugar en las instalaciones de la fundación.

Así ha ido dando pasos en el panorama cultural malagueño el museo Jorge Rando que este último año ha dedicado sus esfuerzos a dar a conocer a un artista poco reconocido en su propia tierra a través de los trabajos de investigación que hace el equipo de historia del arte pero, sobre todo, a tender su mano a su segunda casa: Alemania.

«Creo que en una ciudad que quiere ser referente cultural a nivel internacional no puede definirse por la cantidad de museos sino por el impulso de sus creadores. El apoyo de las instituciones a veces se queda corto» sentencia Vanesa Díez que se queja de la poca repercusión mediática que la concesión del premio Barlach tuvo en la tierra que vio nacer al primer español que lo recibía.

Un emplazamiento al que sí han acudido 25 artistas de 15 nacionalidades distintas procedentes de la Universidad de las artes de Berlín que eligió esta institución cultural para que sus alumnos pudieran salir por primera vez de las frías instalaciones germanas.

«Queremos que el museo sea también un espacio de creación. Los artistas son los últimos obsesionados de la luz y en ese sentido Málaga ofrece unas condiciones estupendas», comenta la responsable de una institución que se caracteriza por la variedad de sus instalaciones que incluyen cuatro salas de exposiciones, una biblioteca y un attelier que permite a los artistas disponer del material necesario para realizar sus trabajos y el emblemático patio donde las risas de los más pequeños han sido sustituidas por la espiritualidad casi sepulcral de un museo que no contabiliza a sus visitantes.

«Se ha mercantilizado tanto el arte que hemos estado cuantificándolo antes que cualificarlo. Se acaba registrando el éxito de un museo por el número de visitas y el hecho de no hacer estadísticas es algo que teníamos muy claro». Esta característica diferenciadora se suma al hecho de que los empleados con los que cuenta la entidad en la actualidad nunca antes habían trabajado en un museo.

«Una de las claves de la sede es su personal», recalca Vanesa que reconoce que una de las grandes gratificaciones de su oficio no se halla en el éxito de las iniciativas que llevan a cabo sino en la amabilidad de los que por allí pasan a diario: «Nos traen flores y pan para agradecernos nuestra presencia en el barrio, ellos ya forman parte de este museo» confiesa.

Aunque el Expresionismo siempre ha sido una corriente artística propia del norte de Europa, el sur parece sentarle bien. Los trazos de Jorge Rando no hacen sino hacer renacer a una corriente que sorprende a visitantes locales pero también a los que vienen de lejos que, acostumbrados visualmente a este tipo de obras, se dejan embaucar por la luz y el color que desprenden las obras del artista malagueño.

Las interpretaciones de sus trabajos son tan variopintas como los ojos que la ven. «El arte no se analiza, se siente», comenta la responsable de cada una de sus áreas que no duda en afirmar que el museo no es otra cosa que la idea que el artista tenía de un museo del siglo XXI.

No tienen una obra permanente y el resto de las creaciones de Jorge Rando ven la luz en Alemania. El amor, la pasión o la espiritualidad solo son colores que forman parte de su trabajo que se mezcla con otro mucho más oscuro, el de la realidad. «Jorge Lando presenta el tema de la prostitución o el drama de los refugiados. Nos muestra el presente», cuenta Vanesa Díez que confiesa que los más pequeños son los que ven las obras del creador con mayor admiración. «Los adolescentes son más defíciles de atrapar» y para ello han sabido crear iniciativas para hacerlos pensar y crear empatía con situaciones cotidianas.

Todo esto unido a los diferentes talleres saben mostrar las diferentes elementos del expresionismo, permiten que el olor a pintura impregne, ya no solo el taller, sino todo el recinto. Un lugar convertido en sala de estar, donde los vecinos se acercan a leer pero también a aprender un poco más de aquello que les resulta desconocido. El expresionismo de Jorge Rando ha encontrado un hueco en la sociedad malagueña desde hace dos años. Ahora, comienzan con nuevas iniciativas y nuevo horario a partir del 1 de junio. Llega el verano al patio, y la sombra del mandarino gusta aún más.