El universo literario de Antonio Soler y la Universidad de Málaga se fundieron ayer en un abrazo fraternal. La institución educativa nombró al escritor doctor honoris causa en reconocimiento a «su creatividad y pasión literaria». El autor de El camino de los ingleses -novela por la que recibió en 2004 el Premio Nadal- detalló en su discurso las razones que le llevaron a dedicar su vida a la lectura y la escritura. «La lectura es comprensión, revelación, luz, conocimiento», señaló. «Escribir es volver a casa. Escribir es un largo camino para llegar al punto de partida. Al origen. Uno necesita volver a esa casa primera enriquecido por el viaje, transformado, cargado de experiencias que den sentido a lo que antes permanecía desajustado y sin explicación. Para entender quiénes éramos en el punto de partida, y quiénes somos en el regreso».

El acto de investidura se celebró en el Paraninfo de la UMA, donde se dieron cita numerosas personalidades de la política y la cultura malagueñas, entre ellos la consejera de Educación de la Junta de Andalucía, Adelaida de la Calle, el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre; la concejala de Cultura, Gemma del Corral; el director del Festival de Málaga Cine Español y los teatros Cervantes y Echegaray, Juan Antonio Vigar; el director del Museo Picasso, José Lebrero, el director de la Fundación María Zambrano, Antonio Garrido Moraga, el poeta y director del Centro Cultural Generación del 27, José Antonio Mesa Toré, los escritores María Victoria Atencia, Alfredo Taján y Guillermo Busutil, el músico Antonio Meliveo y los artistas Enrique Brinkmann y Lorenzo Saval.

El homenajeado, que contó como padrino con el profesor de Filología Española Hipólito Esteban Soler, recibió los elementos que le acreditan con tal honor -el título, la medalla, el birrete, los guantes, el Libro de la Ciencia y el anillo- de manos del rector, José Ángel Narváez, quien señaló que «Soler representa hoy una figura consagrada en el panorama de las letras españolas». «Maestro indiscutido de la novela, su prosa acompañará siempre a quienes aspiramos a contemplar la vida y el futuro con un libro entre las manos».

Antonio Soler recordó que la lectura siempre le acompañó como una herramienta de «evasión de unos miedos quizás prematuros, de inseguridades y presagios dudosos, una huida hacia ámbitos preservados» que encerraban los libros. También recordó el fallecimiento de su padre, hecho que abrió una frontera «que requiere de puentes muy firmes para circular por el mundo exterior», puente que para él fueron los libros y que lo acercaron a sí mismo. «Los libros no son una evasión, son una inmersión. Una vía de conocimiento no sólo de los demás, sino de uno mismo y del mundo mínimo pero inabarcable que nos rodea», puntualizó Soler, que reconoció que le parecía «un auténtico prodigio poder acceder al pensamiento de algunas de las mentes más lúcidas de la historia de la humanidad mediante el simple hecho de extender la mano y abrir las páginas de un libro», para citar seguidamente a Cervantes, Tolstoi, Proust, Camus y Kafka.

El escritor de Las bailarinas muertas, que en 2006 fue nombrado Hijo Predilecto de Málaga y recibió la Medalla de Oro de la ciudad, aseguró que esas primeras lecturas no formaban parte de una idea de ser escritor. «Todas aquellas lecturas no estaban alimentadas por la creencia o el proyecto, ni remoto ni de ningún otro tipo, de que algún día yo me convertiría en escritor. La lectura era suficiente en sí misma».

Como señaló Hipólito Esteban en la laudatio, fue su hermana Mari Carmen quien presentó por él su primer relato breve al Premio Ignacio Aldecoa, logrando el segundo lugar en 1979. «Evidentemente, aquello no me convirtió en escritor. Sólo vislumbré esa lejana posibilidad», expuso Soler, que indicó cómo encontró su estilo en Bendición de la tierra, de Knut Hamsun, y con la que también aprendió que la lectura moral y la literaria «no van parejas». «La historia de la literatura es la historia de los sueños del hombre», comentó Soler, que enfatizó que ya conocía que la literatura era una forma de vida, con un sentimiento que latía dentro de él y que le conectaba de forma precisa con la realidad, algo que le servía para reconciliarse con el mundo».