Durante las interminables jam sessions que semanalmente se organizaban en el Road House era habitual convertirse en testigo de momentos únicos y maravillosos. Hace años, en una de aquellas citas musicales, Roberto González 'Rockberto', asiduo cliente del local, subió al escenario para improvisar una ocurrente letra mientras la banda hacía sonar el más celebrado riff de guitarra de Keith Richards: «Ya no encuentro satisfacción / Ni con los Rolling ni con Tabletom». La hermosa complicidad que generaba la música improvisada entre músicos y público fue una de las señas de identidad del bar de calle Álamos, que ahora cierra tras cerca de 25 años en activo.

El arreglo de unos pilares del local ha generado un desencuentro entre los propietarios del edificio y los encargados del negocio que ha acabado en la resolución del contrato de alquiler y, por tanto, con el mítico Road House, cuya doble puerta de madera no se ha vuelto a abrir desde finales de abril. Desde 1992, el Road House ha servido de guarida a buena parte de la creatividad local. Músicos, actores, escritores y artistas de todo tipo se daban cita a diario en su barra, desde la que surgieron no pocos proyectos culturales. «Aún me invade la tristeza. Han sido muchos años», se lamenta el batería Kiko Moya, responsable del local desde 1996 e impulsor de su agenda de conciertos. El escenario del Road House fue testigo de los primeros pasos de formaciones como Los Caracoles y la Free Soul Band, en la que milita el propio Kiko. «Por allí ha pasado todo el mundo de Málaga, desde Lito a Javier Ojeda, y también venían grupos de todas partes de Europa, incluso de los Estados Unidos», recuerda.

La selección musical con la que el Road House recibía a su clientela, basada en el rock clásico, el funk y el mestizaje, era otro de sus atractivos. «Soy músico y muchos de los asiduos del bar eran músicos, así que todo lo que se pinchaba bebía ser de calidad. Y por esa razón contábamos también con mucho público internacional». La decoración, con sus paredes repletas de fotos de escenas de grandes películas, como 'El Padrino' o 'Taxi Driver', y de ídolos musicales, como Jimi Hendrix o Bob Marley, ayudaba a crear el cálido ambiente del que siempre hizo gala el local. Entre todas esas imágenes en blanco y negro, siempre destacó el maravilloso retrato del fotógrafo francés Jeanloup Sieff en el que una elegantísima Catherine Deneuve y su pareja juntan sus cigarrillos al tiempo que se clavan la mirada. Una evocadora instantánea de 1964 que se convirtió en un símbolo del Road House, como lo eran también las cascadas de velas de colores de la barra o aquel grito de guerra de Michel -ahora responsable del bar Urbano- a la hora del cierre.

Kiko se resiste a creer en que esto signifique el final del «espíritu del Road House» y confiesa piensan en abrir en otro lugar. «Tal vez cerca de la playa. Y en un local en el que se puedan hacer conciertos», explica, a la vez que señala que en los últimos años, la vigilancia municipal sobre la normativa de música en directo en los locales les había privado de los conciertos.