Filarmónica de MálagaCastillo de Gibralfaro

Director: Josep Vicent. Solistas: Marisa Martins, mezzosoprano, Gerardo López, tenor e Isidro Anaya, barítono. Programa: El Retablo de Maese Pedro, de Manuel de Falla; Romeo y Julieta. Obertura- Fantasía, de P. I. Tchaikovsky y Romeo y Julieta. Selección de las suites 1 y 2 del ballet, de S. Prokofiev.

Coincidiendo con las celebraciones del cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes y William Shakespeare, la OFM abrió el sábado el Julio Musical, ciclo de siete conciertos que tiene como escenario el Castillo de Gibralfaro y de fondo la bahía; encuentros que, a pesar de su vocación festiva, se muestran llenos de interés; la prueba más visible la descubrimos en la mayoritaria respuesta del público que con bastante arrojo y con la suerte de cara se atrevió a acercarse hasta el patio de armas del Castillo, a pesar de que el Ayuntamiento no haya facilitado el de por sí complicado acceso al recinto.

La escuela española, heredera del renacimiento guiado por Felipe Pedrell, en la piedra de toque de Manuel de Falla y la aportación rusa al repertorio de Tchaikovsky y Prokofiev conformaron el programa propuesto por el maestro Josep Vicent. Vicent abrió el programa con una página, ópera en un acto, clave en la evolución estética de Falla. El tenor malagueño Gerardo López, en el papel de Maese Pedro, la excepcional mezzo Marisa Martins y el barítono Isidro Anaya encarnando a Don Quijote formaban el elenco vocal, el mismo que ha cautivado en el Teatro Real.

En el Retablo Falla sintetiza, destila y reelabora la herencia musical española sin despreciar el repertorio popular, tan presente en su obra, como el más estilizado e incluso el religioso tratados todos con igual respeto. Por encargo de la princesa Polignac escribe una pequeña obra lírica en el año veintitrés con el Ingenioso Hidalgo como referente. Sueño y realidad se confunden en distintos planos donde las voces y la orquesta tejen un ambiente atemporal pero también sonoro cargado de evocación y arcaísmo. El especial tratamiento de la voz con abundantes inflexiones y exigencias dramáticas, fue defendido por la sobresaliente voz de Marisa Martins. Gerardo López defendió con holgura y talento en el escenario el rol del enmascarado truhán. En la misma línea puede encuadrarse la actuación de Isidro Anaya. A pesar de la interpretación en versión de concierto el trío solista conseguió trasladar al auditorio a ese mundo de los romances de frontera recogidos en el Quijote.

Shakespeare ocupó toda la segunda parte del programa con dos visiones bien contrastadas del drama de los amantes de Verona. Las tensiones de Montescos y Capuletos fueron retratadas por Tchaikovsky en su obertura-fantasía y Prokofiev, con el ballet que ideara a finales de los años treinta del siglo pasado. Josep Vicent debió compensar las dificultades de una actuación al aire libre con la entrega que distingue su batuta, que nunca deja indiferente. La versión de Vicent de la página de Tchaikovsky quedó oscurecida por un excesivo lirismo; en ocasiones extrañamos una dinámica más afilada, menos lánguida y nostalgia.

Es cierto que el músico ruso se presta a estas versiones pero también lo es que la concisión ni tan siquiera fue intuida, en claro contraste con el excepcional Falla y el notable Prokofiev del cierre, que brindó una oportunidad de lucimiento tanto para la Filarmónica como para la batuta. El marcado carácter rítmico del ballet mostró una mayor solidez y empaste, una dinámica intuible y acerada donde efecto y color elevaron el resultado.

Concierto más que recomendable, con notables ausencias, como la habitual pero no por ello entendible de la concejala de Cultura.