Woodstock fue una revolución y Santana uno de los artistas que, pese a ser un gran desconocido -como lo era también Joe Cocker-, revolucionó el mítico festival de 1969, tras el que alcanzaría la fama mundial. Al guitarrista y su banda, de los primeros en actuar durante la jornada del sábado 16 de agosto, le bastaron ocho temas para poner patas arriba a los cerca de medio millón de espectadores congregados frente al gran escenario hippie de la paz y el amor. Antes de finalizar y dar paso a los cabeza de cartel -después vendrían Incredible String Band, Canned Heat, Mountain, Grateful Dead,Creedence Clearwater Revival y Janis Joplin-, el mexicano y los suyos atacaron la monumental Soul sacrifice, en la que los ritmos africanos y latinos explotaban sin complejos junto a la fuerza del rock más visceral.

Con este tema nacía la leyenda de Carlos Santana. Y ya no hubo marcha atrás en su carrera. Como tampoco la hubo durante el concierto que el guitarrista ofreció en Starlite Festival el pasado domingo. Soul sacrifice marcó el inicio de un recital tremendo en ejecución y sonido; generoso en duración -superó las dos horas y media-, y repleto de momentos mágicos. Cuatro días después de cumplir los 69 años, Santana acudía a Marbella para dejar constancia de su excelente forma y ofrecer un delicioso repaso por sus más de cuatro décadas de trayectoria musical. Gracias a la entrega y pasión del guitarrista, la cantera de Nagüeles, que a poco se quedó que colgar el cartel de no hay billetes, vivió una de las mejores noches de su historia.

«Estamos aquí para encender tu corazón con la luz que ya tienes dentro. Y para iluminar este tiempo de oscuridad. Porque somos luz y amor», explicó el músico tras interpretar Love makes the world go round y Freedom in your mind, pertenecientes a su nuevo disco, Santana IV, editado hace pocos meses. El guitarrista estuvo en todo momento pendiente de los ocho tremendos músicos que le acompañaban: una maquinaria de perfección capaz de frenar en seco a la más mínima indicación. Haciendo más visibles los golpes de su pierna, Santana indicaba a su mujer, la batería Cindy Blackman -conocida por haber militado durante años en la banda de Lenny Kravitz-, la cadencia a seguir cuando ésta aumentaba el ritmo y él quería bajarlo. La comunicación entre los músicos era impecable. Los dos vocalistas, Ray Greene (también responsable del trombón) y Andy Vargas, recorrían el escenario de punta a punta intercalándose las estrofas de las canciones y haciendo de animadores de una fiesta que prosiguió con María, María, tema que terminó de poner en pie a los pocos que aún quedaban clavados a sus asientos. Pero el concierto acababa de empezar y Santana se guardaba en la manga dos sorpresas que revolucionaron a los presentes. La primera fue la aparición de Niña Pastori, que interpretó Angelitos negros entre los gritos de admiración del público y los piropos de Santana. La segunda llegó de la mano de Javier Vargas, que firmó con el slide los pasajes más bluseros del recital. Tras estos dos regalos, el guitarrista dedicó unas palabras a la opulencia de Marbella y llamó a la solidaridad de los que más tienen, a los que pidió que cuiden ante todo la educación y la sanidad. «Tengo conciencia de dónde estoy y para quién toco hoy. Pero les voy a contar la historia de un hombre llamado Steve Jobs, que aunque tenía un montón de ceros a la derecha no pudo comprar ni un segundo más de vida».

Y a la grandeza de estas palabras le siguieron las notas de la instrumental Samba pa ti, la más hermosa de las composiciones del mítico Abraxas (1970), álbum del que más tarde sonarían Black Magic Woman y la popular versión de Oye como va. No se marchó el músico sin brindar los otros éxitos de Supernatural (1999), Corazón espinado y Smooth, antes de despedirse con Love, peace and happiness. Santana volvió a protagonizar con su música una revolución de amor y paz. Aunque esta vez en la exclusividad de Marbella. A años luz de Woodstock.