Si es bien conocida la devoción que Camilo José Cela sentía hacia las artes plásticas, su amistad con grandes y pequeños artistas, e incluso que fue autor de varios cuadros y que dibujó y pintó a lo largo de toda su vida, menos lo es que hubo un momento en el que el Nobel gallego estuvo a punto de abandonar su carrera literaria para dedicarse íntegramente a la pintura. Sucedió entre finales de los años 40 y principios de los 50 del siglo pasado, y Adolfo Sotelo Vázquez -comisario de la muestra que conmemora el centenario del nacimiento del escritor, que estos días acoge la Biblioteca Nacional de España en Madrid- sabe el cómo y el porqué: «Tuvo mucho que ver -explica- con las vicisitudes que sufrió para poder publicar La Colmena, que aunque se quedó en un solo libro, era un ambicioso proyecto de trilogía o tetralogía», al modo de Los gozos y las sombras, de su amigo Gonzalo Torrente Ballester.

CJC había puesto, efectivamente, mucha ilusión en aquella «empresa», entre otras razones porque intuía que le iba a proporcionar mucho dinero. Lo había presentado ya promocionándolo en lecturas públicas realizadas en Madrid y Barcelona del manuscrito ya terminado en 1945 y tenía incluso editor, pero en esto se topó con la censura. «Sí -continúa Sotelo Vázquez- la censura tumbó la novela en 1947 y, a partir de ahí, se genera aquel Cela que tenía una descomunal potencia creadora, la necesidad de abrir nuevas vías. Probó con el cine, como actor, pero creo que era consciente de que aquello no era lo suyo, cosa que sí le ocurría con la pintura».

De aquel período, constan dos importantes exposiciones de cuadros de CJC: la celebrada en la galería Clan de Madrid (1947) y la que tuvo como sede la Librería Lino Pérez de A Coruña (1950), así como la presencia de sus cuadros en una muestra colectiva titulada 16 artistas de hoy en la Sala Bucholz (1948) . Sobre la primera de ellas, escribe Francisco Blanco Sanmartín: «Fueron un total de trece las obras expuestas, seis óleos y siete dibujos tintados, con títulos como Claudio Pernalete y señora, Cierta familia, Florero y dos cabezas, Danzarina, Misión Diplomática, Los plenipotenciarios, Garrote vil, El pastor... La crítica, en general, tomó el arte plástico de Cela como de quien venía, de un escritor. Así, por ejemplo, R.C, en su artículo Camilo José Cela, pintor considera que «Camilo José Cela hace literatura con su obra literaria y pintura con su obra pictórica. En rigor de análisis tendríamos mucho malo que decirle. Pero a un Camilo pintor, sin carnet de tal, presen tándosenos resplandeciente de ingenuidad y humorismo, le perdonamos todo cuanto pecado cometa con el pincel en aras de los aciertos que con él consiga». No obstante, el mismo R.C. reconoce que «Hay, en efecto, aciertos considerables y sorprendentes. Colores tremendos -naranjas, amarillos, violetas, verdes con naranja, y viceversa-, líneas puras, escuetas, esenciales y antiliterarias. Si esto no es la meta de la pintura, anda a su caza».

A esa altura de su vida, CJC, que residía en aquel tiempo en un piso de la madrileña calle de Alcalá, ya se había abierto paso en el campo literario tras el éxito alcanzado con La familia de Pascual Duarte (1942), Pabellón de reposo (1943) y Nuevas andanzas y desventuras del Lazarillo de Tormes (1944).

Pura especulación. ¿Tenía futuro Camilo José Cela como pintor? Responder a esa pregunta es, a día de hoy, una pura especulación, claro. Su por quel entonces amigo y protector, César González Ruano, le sugirió, sutilmente, que «eres mucho mejor pintor en la literatura que en la pintura», aunque todo parece indicar que esa opinión no le importó mucho: «No conozco -dice Adolfo Sotelo- ninguna declaración pública de don Camilo en la que reconociese que no valía para pintar, del mismo modo que, en cambio, sí reconoció que como actor de cine dejaba mucho que desear. Pero también es verdad que jamás dijo que sus cuadros fuesen buenos».

Blanco Sanmartín desvela que los primeros dibujos de Cela se pueden ver en el bloc Spiral, donde el escritor había comenzado a pegar los recortes de sus textos aparecidos en prensa, a partir de 1935. Se trata de dibujos correspondientes a signos zodiacales.

Pero, además, los manuscritos de sus primeras novelas -de La familia de Pascual Duarte a Mrs. Caldwell habla con su hijo- también incluyen dibujos, predominantemente retratos, algunos más elaborados que otros. «La predilección por los retratos en esta época -afirma Sanmartín- se percibe en diversos autorretratos, que suelen aparecer en cuartillas sueltas».

Más que a las opiniones descofiadas acerca de su talento para las artes plásticas, Adolfo Sotelo Vázquez cree que si CJC, a pesar de seguir pintando y dibujando, abandonó sus pretensiones de convertirse en «pintor profesional» fue debido a dos razones: la publicación, por fin, de la primera edición de La Colmena (aunque tuviera que haber sido en Argentina y todavía con pasajes censurados) en 1951 y los cuatro millones de pesetas que recibió por escribir, por encargo del dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez, la novela La catira (1955).

Aunque volcado ya en la literatura, el futuro Nobel de Literatura continuó cultivando la pintura, y sobre todo el dibujo, hasta el final de sus días... y siempre tomándoselo muy en serio. En el anecdotario de esta faceta cabe sin duda destacar sus ilustraciones para un poemario de Pablo Picasso, titulado Trozo de piel (1960). En correspondencia, el pintor ilustró el libro del Nobel Gavilla de fábulas sin amor (1963).

Encontrar conexiones temáticas o estilísticas entre las obras pictórica y literaria de Cela -más allá de su costumbre de ilustrar con dibujos sus manuscritos- es un reto que está todavía pendiente entre los especialistas en la trayectoria del Nobel. Adolfo Sotelo atisba que «quizás las haya en dos de sus libros, por coincidir en la época: La Colmena y Apuntes carpetovetónicos, porque sus temáticas, el Madrid de los años de posguerra, y aquellos personajes, seres anónimos de la Meseta que no tienen historia, eran asuntos que le ocupaban y por los que tenía mucho interés en aquellos años. Y eso también se reflejó en algunos de sus cuadros que, aunque muy variados, muestran predilección por el costumbrismo».

Incursión. La última incursión de Cela en las artes plásticas fue la que daría lugar a Cuaderno del Espinar. Doce mujeres con flores en la cabeza, una exquisita edición de lujo que surgió en 1996 a partir de doce pequeños dibujos de mujeres de estética picassiana, que el escritor plasmó con tinta sobre otros tantos papeles barbados y bautizó con nombres muy propios del universos celiano. Estos dibujos se transformarían en aguafuertes, así como en esculturas de bronce fundido a la cera perdida. En 2000, redactaría los textos correspondientes a cada dibujo que , al año siguiente, junto con la reproducción escultórica de las siete mujeres, pasaron a formar parte de la edición. Esos textos aparecieron tal y como fueron redactados de su puño y letra. Sostiene Sanmartín que «se publicaría así la versión definitiva de la obra de la que Cela anhelaba que fuese un ejemplo editorial de representación de todas las artes presentes en la misma».

Las primeras quince tiradas salieron en julio de 2002. CJC ya había fallecido el 17 de enero de ese año.