Decíamos ayer, queridos lectores... Después de un mes de agosto en el que sólo me ha faltado sacar un trono, ya estamos aquí de nuevo, con energías renovadas -las pocas que nos ha dejado en la recámara el mes veraniego-. Se presenta un septiembre que nada tiene que envidiar al que se marcha, pero piano, piano que al paso que vamos voy a tener que mandar los artículos vía ouija.

El mercado laboral civil -no el musical- me reclamó a principios de mes. Parecía una bicoca, sentado en una mesa, recibiendo correo y controlando el paso de un bloque de oficinas, con tiempo para seguir hilando en mi cabeza nuevas presentaciones de mi disco y cerrando bolos para Caimán Zurdo, con el «buenos días» de gatillo fácil y un ventilador minúsculo que parecía sacado del baúl de Charlie Rivel.

Pero no... ¿Una feria sin tocar? El bueno de José Kipfler, encargado del Apartamento en la Plaza San Pedro Alcántara, ya se encargaría de que así no fuera. Lo que iba a ser un solo día para cubrir la agenda de feria se convirtieron en cinco. O sea que media mañana trabajando, la tarde en la plaza y por la noche los conciertos que teníamos cerrados con el grupo. De domingo a domingo y tiro porque me toca. No me libraría tampoco este año de las machadas de la fiesta grande malacitana. Ha sido una grata experiencia: un servidor, que había perdido la fe en la mejoría de nuestras fiestas veraniegas, ha salido de ella con un rayo de esperanza y, cómo no, la música en directo hace de las suyas. Espero que nuestros amigos gobernantes, caracterizados por su habitual cerrazón, vean de primera mano las virtudes de programar actividades musicales para darle fondo a las celebraciones, que los últimos años ha tenido menos fondo que una lata de atún. La música es vida, amansa a los fieras, divierte, da trabajo y encima no cuesta un duro, porque la mayoría son iniciativas privadas o promovidas por marcas de cerveza así que lo tienen fácil todavía: un punto de luz y una tarima.

Por otra parte, el trabajo civil se hizo más interesante. Uno, que no es precisamente mudo y tiene más conversación que dos argentinos liados en cinta aislante, hizo buenos amigos, vendió discos a medio bloque, se acostumbró a desayunar los mejores serranitos de la provincia y conoció de primera mano a una gente entrañable que prepara una bomba flamenca que se viene en octubre, un gran tablao en el Soho que va a quitar las tapaderas del sentío. Cuidado que vienen con ganas, inteligencia y con mucha calidad.

Factura. Dichoso el que le gusta las dulzuras del trabajo sin ser su esclavo, decía Benito Pérez Galdós. Con saciar la manía diaria de comer tres veces al día, gastar un poco en elegancia y entre factura y factura meter una guitarrita de vez en cuando soy feliz. Esta vida sin hipotecas, impuestos de circulación, tiene muchos inconvenientes, pero por encima de todos sobresale la mayor de las virtudes, una libertad real, de hacer lo que te dé la gana, sin ataduras de cemento ni nóminas a punta de pistola... Aunque nuestra nueva inquilina nos roba un poco de ella: la gata más divina del mundo, que me tiene ahora mismo el brazo derecho mordisqueado mientras trato de escribiros con una mano. No se puede vivir del amor, pero sí del amor por vivir...

Este domingo vuelvo al trabajo que más me gusta, presentar mi disco Acto de fe donde nos quieran y quieran escucharnos. Sonora Beach será esta vez el mejor escenario posible, un paraíso real en Estepona con gente -Lau y Javi- que también tiene como mayor virtud su libertad real. Será el pistoletazo de salida a otras fechas para seguir dando poquito a poco cobertura a este disco que cada día le da más sentido a su nombre. Como decía Gene Wilder en No me chilles que no te oigo, lo único que espero de la vida es no hacer el ridículo. Ni ser un coñazo, añadiría yo.