­­­Polifacético como pocos humoristas, también escritor, guionista, ilusionista y director de cine, Luis Piedrahita (A Coruña, 1977) reivindica el humor como «un arma de destrucción masiva» contra todo lo que convierte el mundo en un «lugar incómodo» donde vivir. «No soluciona los problemas, pero los hace más llevaderos», asegura.

Nuevo espectáculo y nuevas reflexiones en claves de humor...

Siempre es un desafío, pero la verdad es que me apetece muchísimo. Las amígdalas de mis amígdalas son mis amígdalas en un show en el que se habla de todo€ excepto de amígdalas. Se recomienda venir orinado de casa para no tener un incidente en las butacas.

¿Cómo se consigue que las miserias diarias se conviertan en vehículo hacia carcajadas liberadoras?

Todos hemos sentido alguna vez la sensación de vivir masticando un chicle que ya hace tiempo que ha perdido el sabor. El humor lucha contra eso. El humor es un arma de construcción masiva. El mundo es un lugar incómodo y solo hay dos cosas que lo hacen soportable: el humor y el amor. Realmente no solucionan los problemas, pero el amor y el humor nos liberan de esa angustia y los hacen más llevaderos.

Durante la obra da a entender que la vida es como un hotel. ¿En serio?

Sí. Un hotel es un sitio en el que vas a estar poco tiempo y tienes que llevarte todo lo que puedas.

¿Cómo se construye un monólogo de casi una hora y media?

Con mucho trabajo, muchas horas y un poco de ayuda. En este caso han colaborado conmigo Rodrigo Sopeña y J.J. Vaquero, dos grandísimos guionistas, pero sobretodo dos grandísimos amigos.

¿Por qué ha querido reivindicar el humor de los pequeños objetos?

Las cosas pequeñas son la metáfora perfecta para hablar de los grandes temas. El humor nos demuestra que nada es tan importante como parece, destruye la arrogancia y baja los egos; lo relativiza todo. Mira los problemas con distancia y todo en la distancia se ve más pequeñito. En mis monólogos me gusta hacer un canto a lo cotidiano y demostrar que las cosas pequeñas, a la larga, son la que hacen de la vida algo realmente grande.

Usted asegura que Las amígdalas de mis amígdalas son mis amígdalas «es una obra de las obras más ingeniosas, brillantes y poéticas del siglo XXI». Explíquese...

Creo que no se puede ser más explícito. ¿Qué es lo que no se entiende? Quizá haya que aclarar que yo veo a mis monólogos hijos míos. Y cada padre ve a su hijo como el niño más bonito de la creación. Puede tener las orejas de soplillo, los ojos de centollo y la nariz gorda como una patata, que para mí siempre será «una de las obras más ingeniosas, brillantes y poéticas del siglo XXI».

Quince años haciendo reír y su tirón sigue intacto. ¿A qué cree que se debe?

A las horas de dedicación que hay detrás de cada espectáculo. Me apasiona mi trabajo y no me supone esfuerzo alguno dedicarle tiempo. La pasión es el único ingrediente indispensable para poder hacer algo más o menos bien. Recuerdo una anécdota de Dai Vernon, el padre de la cartomagia moderna. Una vez un joven interesado en aprender las técnicas del mago le pidió que lo acogiera como discípulo. Dai Vernon le advirtió que las técnicas eran difíciles y el joven contestó que no él estaba dispuesto a sacrificarse las horas que fuera necesario. Dai Vernon le contestó que entonces no valía. Si uno ve esas horas como un sacrificio, no vale. La pasión funciona de otra manera, tiene que ver con el deleite.

Ha encadenado este nuevo show con el final de la gira de su último espectáculo. ¿El humor no descansa?

El humor es una actitud en la vida. Yo sí que descanso de vez en cuando, pero el humor no descansa jamás. Es necesario como el oxígeno.