Dice que nunca piensa en qué pasará y que exprime el día a día con la misma ilusión con la que saltó al estrellato en la década de los noventa. Chimo Bayo, el disc jockey que se caracterizó por el uso de las bases electrónicas, recupera sus grandes éxitos para festejar los 25 años de su conocida canción «Así me gusta a mí», récord de ventas en la historia de la música en España con más de un millón de copias vendidas en todo el mundo.

Dicen que quien recuerda la Ruta del Bakalao es que no la vivió.

Y tienen bastante razón (ríe). En aquellos momentos se vivía tanto que es imposible acordarse de todo.

Haga un poco de memoria, por favor.

Me acuerdo perfectamente de la sensación de entrar en El Templo y ver cómo se llenaba de gente que venía ya predispuesta a lo que iba a pasar. Venían a ver un show en directo con música electrónica de vanguardia en la que un disc jockey se vestía con traje de combate. La sensación de abrir la noche era increíble. Ver cómo se convertía toda la discoteca en una bola de pelo, porque a la gente se le ponía la carne de gallina, era impresionante. La comunión que lograba con la gente era brutal. Cosas negativas no te puedo contar porque no viví.

Fue el precursor de los Dj estrella.

Por mi parte sería pretencioso decir eso, pero lo que está claro es que mis canciones han pasado a la historia. Mi manera de pinchar, de hablar con el micro o de vestir me convirtió en diferente. Trabajaba a mi manera y era el único que hablaba por el micro y cantaba.

Su puesta en escena era espectacular.

Me gustaban las películas apocalípticas y del espacio, como Blade Runner, Alien o Mad Max, y pensé trasladarlo a mi campo. Por eso le di a todo un aura futurista. Al principio salía a pinchar con una luz de minero en la cabeza y con unas gafas que me soldó un amigo. Todo manufacturado; luego, fue evolucionando.

¿Que queda del Chimo Bayo del «Exta sí, exta no»?

El chiquillo ilusionado. El «Exta sí, exta no» se impuso sin tener ningún apoyo comercial y el disco, él solito, fue el que hizo marcha. El primer día que salió la canción ya iba sonando en todos los coches. Cuando la escribí tenía claro que, o era un pelotazo, o pasaba desapercibida.

¿Por qué?

Porque nadie la quería sacar. Decían, imagínate, que no iba a pegar. Compañías de discos de toda España me decían que tenía que quitar el «Hoo ha» y el «Chiquitan chiquititan tan tan» porque eso no pegaba con nada.

Pues esas palabras lo encumbraron al estrellato.

Gracias. Todo lo que he hecho ha sido sin pensar en qué pasará. Lo escribí así porque me apetecía. Quería que mis nietos supieran que su abuelo estaba loco. Las discográficas, esa canción, no la querían ni regalada. Menos mal. De haberlo hecho, ahora me tiraría por el balcón. Las cosas que tienen valor son las que son auténticas, y mis canciones lo eran, o lo son. Si hubiera dejado que cambiaran la canción, sé que no hubiera tenido tanto éxito.

25 años después, el «Así me gusta a mí» sigue sonando.

Es una canción que gusta a tres generaciones. A los niños, el «Exta sí, exta no» les hace gracia; a la gente que va a las sesiones les gusta porque mola, y a los mayores, porque les recuerda otros tiempos. Hay orquestas que, en su repertorio, la llevan. De underground, ha pasado a ser una canción popular.

Usted supo cómo crear y mantener la química con el público.

Mis canciones gustan porque no se parecen a otras cosas, y además, entre ellas tampoco guardan parecido. Me pidieron que hiciera veinte parecidas al «Exta sí, exta no», pero me negué. Hice «Química» y era diferente, y luego «Bombas», que es una canción muy seria, y «La Tia Enriqueta», que es muy divertida. Conseguir cuatro números uno seguidos, fue una bomba, increíble. Lo que pasa es que lo que empezó a pincharse en el año 90 no me gustaba y me descolgué, decidí parar y dedicarme a hacer televisión, a lo que me dediqué durante seis años. Luego, volví al mundillo con más fuerza.

Fue número uno en ventas en países con culturas y gustos tan diferentes a los nuestros como Japón e Israel.

Mis canciones eran tan diferentes que sorprendían aquí y allá. Lo curioso es que triunfaron siendo en castellano, y donde llegaban, arrasaban. La introducción del «Así me gusta a mí» impactaba porque era, y es, energía pura. Salió en el momento adecuado y en el tiempo justo y exacto.

Por cierto, ¿de dónde sacaba tanta energía?

De la confianza y de las ganas. Cuando tenía que hacer un concierto en un campo de fútbol, por ejemplo, contrataba al mejor grupo electrónico, que eran los Front 242, y luego actuaba yo. Ellos en una parte del campo y yo en la otra.

¿El concierto de Tokyo fue el más espectacular que ofreció?

Uff, aquello no se lo creía nadie. Fue increíble. La gente se había aprendido de memoria mis canciones. Escuchar cómo cantaban el «Bombas, bombas» no lo olvidaré jamás.

Hay que tener valor para actuar en Hiroshima y cantar «Bombas, bombas».

La sensación aún no la puedo describir. La canción la escribí, dedicada a las víctimas inocentes de las guerras, durante la guerra del Golfo Pérsico y prácticamente de tirón.

Cuando sus canciones cumplieron la mayoría de edad, subastó algunos de sus objetos y prendas fetiche para que sus seguidores tuvieran un trocito de usted. Para estas bodas de plata, ¿qué prepara?

Vengo de actuar en Palma de Mallorca y en Teruel, y el jueves (anoche) pincharé en La Marina Real. Estoy ultimando dos canciones nuevas y una novela de ficción sobre la Ruta del Bakalao, que saldrá en octubre.

Vaya sorpresón.

Creo que una de ellas, porque tiene un nombre un poco radical, va a dar mucho que hablar. Son un poco de rap. Como de mí ya han dicho de todo... Siempre digo que, me llamen de todo, menos temprano. Creo que cuando no se meten con uno es que lo está haciendo bien (ríe). Que hablen, que hablen.

¿Le molesta que se hable de la Ruta del Bakalao de forma despectiva?

Al principio me sabía mal que me relacionaran con ella. Me parecía que todo era peyorativo. Luego me gustó y me erigí en un defensor absoluto de ella. Ahora me lo tomo como un cumplido. La Ruta del Bakalao ha pasado a ser cultura, soy un abanderado de ella y me siento orgulloso. He cambiado el chip. Yo he luchado mucho para dignificar la carrera de disc jockey, de la música que existía aquí, en Valencia, y de las fiestas que nos pegábamos. Aquí todos éramos y somos buena gente. Ahora ya se considera que hacíamos cultura.

La exposición que se hizo en el Museo de la Ilustración fue un éxito.

Increíble. La gente fue a verla y eso significa que hay cultura sobre eso. Fue un movimiento social de grandes masas.

¿Qué opina de la música que se hace ahora?

RSe hace poca música buena. La tecnología da para mucho.

¿Disfruta de las sesiones de otros Dj?

Sí, me gusta ir a ver pinchar a amigos porque siempre se aprende algo. Sé que la mayoría de Dj no son capaces de hacer lo que yo hago porque no tienen la naturalidad que yo tengo. Ya estoy por encima del bien y del mal. La gente me conoce desde hace mucho tiempo y cuando vienen a mis sesiones dicen «qué bien me lo he pasado». Mi naturalidad en el escenario es lo que más llega a la gente. La música hay que vivirla.

¿Su mayor premio es el reconocimiento?

Sí, y es lo que me alimenta. Ahora entiendo cuando las folclóricas decían que el aplauso del público era lo que más les gustaba. El aplauso es imprescindible para un artista.

Su hija le ha tomado el testigo.

Y no te lo pierdas, me pide que me haga su mánager y yo le digo que si me quiere matar. El día que deje de pinchar me muero. Solo sé que, como Moliere, quiero morir en el escenario. El primer día que vi pinchar a mi hija me quedé prendado. Ella tiene su estilo y no se parece en nada a mí. Le gusta el future house, el deep house y el rap.

¿Se cuida mucho Chimo Bayo?

Mucho. Ya no soy un chavalín (ríe). Siempre, y porque es una paranoia mía, me he cuidado la voz, porque es mi instrumento de trabajo. Recuerdo a Pavarotti y pienso lo mal que lo pasaría en su día a día.