¿Por qué ese color de cabello siempre (a algunas les hizo teñirse)? ¿Por qué ese tipo de mujeres (bellezas «nórdicas», como él las llamaba, frías) con todas las posibles lecturas amoroso-sexuales-sádicas que uno quiera hacer? Las teorías las abonó el mismo genio al confesarse con otro (genio), François Truffaut: «¿Por qué elijo actrices rubias y sofisticadas? Buscamos mujeres de mundo, verdaderas damas que se transformarán en putas en el dormitorio».

De Grace Kelly, Donald Spoto, biógrafo de Hitch, dejó dicho (a propósito de La Ventana indiscreta): «Con su belleza fría y elegante, su pasión interior, su mente despierta (y la sumisión total a su dueño), Grace Kelly era la encarnación de los fantasmas personales y profesionales del cineasta (...) la actriz más colaboradora que conoció nunca». Casi todo el mundo coincide: ella fue su amor platónico (Alfred estaba casado con Alma Reville). La dirigió en tres películas [La ventana indiscreta (1954), Crimen perfecto (1954) y Atrapa a un ladrón (1955)] Le resultaba inalcanzable en su perfección. En la bella perfecta se dan cita todos los mitos y leyendas que envuelven al creador y sus musas.

Por ejemplo, el amor-odio, la venganza ante el rechazo (literal o asumido voluntariamente). Según Peter Ackroyd, autor de su (por ahora) última biografía -Alfred Hitchcock (Chatto&Windus)- el director disfrutó mucho con la escena del intento de estrangulamiento en Crimen perfecto. Isa Carol Fremont, el personaje que interpreta, contesta el teléfono de su apartamento londinense y se defiende con uñas y dientes y algo más „pero sin perder la elegancia„ del ataque de un hombre que se ocultaba tras las cortinas. Fueron cinco días de rodaje que dejaron a la actriz exhausta y magullada. O la sublimación del deseo sexual (fuese el que fuese, Ackroyd apunta a la represión). En la lectura psicoanalítica de Serge Koster (Las fascinantes rubias de Alfred Hitchcock, ed. Periférica) acerca de La ventana indiscreta: «Vista por detrás. Desnuda debajo. ¿Quién no se excitaría? ¿A quién no obnubilaría la impaciencia de vérselas con el bagaje de la rubia? (...) Él pretextará con un simbolismo equívoco: Lo encadena el cilindro que aprisiona su pierna, ese enjaezamiento rígido tiene algo de provocador para la dama, que puede verlo como un enorme consolador erecto por el deseo y por su represión». También Boris Izaguirre aprecia la sensualidad extrema de ese momento en El armario secreto de Hitchcock (Espasa, 2005).

En Vértigo (1958), James Stewart le pide a Kim Novak que se tiña de rubia, se recoja un moño y se vaya poniendo la ropa. Elocuente. Sin embargo, dicen hitchcockianos de pro como José Luis Garci (Las siete maravillas del cine, Notorius Ediciones, 2015) que Kim no era del agrado del maestro. Demasiado voluptuosa, demasiado carnal. Además, era una sustituta (el papel estaba destinado a Vera Miles, pero su embarazo obligó a cambiar de planes). Kim también pasó lo suyo teniendo que repetir una y otra vez la caída en aguas de San Francisco.

La cámara de Alfred grabó a otras «diosas»: la propia Vera, Madeleine Carral, Joan Fontaine, Ingrid Bergman, Janet Leigh o Eve Marie Saint, la de la escena del tren en Con la muerte en los talones...

A Tippi (Nathalie) Hedren, su última obsesión, la descubrió en un anuncio. Y con ella se repitió el esquema: fascinación-rechazo-ajuste de cuentas. Rodó con la modelo Los pájaros y Marnie la ladrona, ambas en 1963. Cuentan que el director no dejaba que nadie se acercara a ella ni la tocara durante los rodajes. La madre de Melanie Griffith se despachó a gusto en The Girl, un reportaje de la BBC y la HBO. Se sintió torturada y lo contó. El súmmum, la escena del ataque de los pájaros en una habitación cerrada. Ella acabó en shock. Aguantó -incluso repitió- por no romper el contrato. «Jamás, aunque las lágrimas y las mechas iluminen su rostro, nos ha parecido tan bella, deseable, digna de ser ayudada, desnudada. En lugar de lo cual, sádicamente: Irrupción de los pájaros malditos, enloquecidos». Palabra de Koster.