Su padre, carnicero; su madre, ama de casa. Y usted dibujante de cómic.

La verdad es que no sabía muy bien qué esperaban de mi decisión de ser dibujante. Realmente, no conocían los entresijos de esta industria. No sabían demasiado de ella. Lo que sí que conocían era mi pasión por el dibujo. Y es que dibujar me mantenía fuera de las calles, hacía que no entrara en bandas... Vengo de un barrio bastante pobre, con muchas pandillas. Ellos eran conscientes de que el dibujo me mantenía más o menos a salvo. Y, además, hacía que leyese. Fui muy buen estudiante, así que todo lo que tenía que ver con el dibujo terminó pareciéndoles bien.

Es usted puertorriqueño. ¿Se notaba entonces?

Lo cierto es que formo parte de la segunda oleada de puertorriqueños en Estados Unidos, pero yo ya nací en Nueva York. Tenga en cuenta que Puerto Rico ya era un protectorado de Estados Unidos; aunque hubiera nacido en la isla, hubiera tenido la nacionalidad norteamericana. Lo que quiero decir es que, aparte del hecho de que mis padres hablaran en español en casa, no veía ninguna diferencia con el resto de la gente que me rodeaba en aquel entonces. Vivíamos en viviendas de protección oficial donde todos los demás habitantes del bloque eran negros o puertorriqueños. En este marco, convendrá conmigo, uno no podía ser consciente de que viviera en la diferencia. Hasta que no fui al instituto no comencé a estar rodeado de otro entorno, de otros grupos raciales o de personas de procedencias lejanas. Se mencionó mucho al principio que yo era el primer dibujante puertorriqueño de cierto éxito. Bueno, para mí eso no es importante, no es un elemento del que fuera consciente. Siempre me he considerado, desde el principio, como alguien a quien le gusta dibujar. Nada más.

Lo que le iba a preguntar es si su origen marca su obra, pero me va a decir que no.

Pues no se crea. Mi visión de la vida estuvo marcada por la televisión y en aquella época no solías ver en la televisión cosas distintas a familias blancas.

¿Cómo se llama por primera vez a las puertas de una editorial?

Leía un montón de cómics en aquella época. En los tebeos de Marvel siempre veía la dirección. En todos ellos. Stan Lee te hacía sentir como si fueras bienvenido. Si eras un lector de cómics de Marvel, eras bienvenido a las oficinas de la editorial. Claro, antes tenías que pasar por la secretaria y por todos los demás, pero se mostraban muy abiertos a la novedades. No fue difícil.

¿Cómo fue el tránsito de ser un dibujante más a uno de la relevancia que tiene actualmente?

La verdad es que nunca me he sentido un dibujante relevante: hoy en día me tienen que convencer de la importancia de lo que hago. Mi mujer se mete conmigo: «Venga, George, que eres famoso, acéptalo de una vez»... Pero me cuesta. Lo que sí recuerdo fue la sensación que tuve cuando vi mi nombre impreso en un cómic. Ahí sí que me sentí un dibujante profesional. Ver mi nombre impreso es algo que hoy en día me sigue sorprendiendo. Recuerdo también, con cariño, la primera vez que me invitaron a una convención en un Estado distinto al que vivo. Pensar que alguien estaba dispuesto a pagar dinero para que yo fuera como invitado a otro Estado me dejaba, realmente, alucinado... No crea que fue un sitio superespectacular y chic. Hablo de Columbus, en Ohio, una ciudad normal y corriente. Lo singular es que de allí vino la primera invitación para que fuera a otro Estado. También me sorprende y me gusta que me inviten a ir a otros lugares del mundo. Y todo por este trabajo que tengo, porque me sigo considerando un chaval que nació en el sur del Bronx.

¿Para qué sirven los superhéroes?

En un mundo ideal los superhéroes representan el bien. Son los que nos dicen que el bien puede prevalecer, los que nos recuerdan que da igual la miseria y el dolor que haya en el mundo porque ellos vienen y lo solucionan. Vencer al mal es posible. La fantasía nos presenta ejemplos de héroes que superan las dificultades porque sus propósitos, sus objetivos, son puros. Da igual los problemas que haya en el mundo, ya digo, hay una solución. También es cier- to que los personajes de fantasía están condicionados por la realidad, es decir, no se puede esperar que Superman gane la Segunda Guerra Mundial porque no fue así. Lo que sí podías esperar es que pudiera ganar alguna batalla de esa guerra. Los superhéroes son un ejemplo extremo de lo que podría haber sido lo bueno. Una vez me preguntaron qué hacía que Superman fuera único para mí. La respuesta que di fue clara: siendo alguien que tiene el poder para gobernarnos, decide servirnos. Eso es lo bueno, eso es lo que hace a un héroe.

¿Los superhéroes nacen para solucionar el miedo?

No sé yo si los superhéroes o los dioses mitológicos nacen para eso: para solucionar los miedos. Me da la sensación de que el motivo principal de los superhéroes es la esperanza: da igual lo mal que estén las cosas porque al final se puede ganar. Podría decir usted que esa sensación, en el fondo, no deja de ser otra cosa que miedo a lo desconocido, a lo que te pueda hacer daño... pero no estoy de acuerdo. Los superhéroes nos dicen que, por mal que estén las cosas, éstas tienen solución.

¿Qué queda de uno mismo en la obra que finalmente se edita?

Al ser el encargado de hacer el dibujo a lápiz, tengo una responsabilidad enorme. El guionista, a todos los efectos, lo que hace es enviarme un conjunto de palabras. Yo soy el que transforma esas palabras en un cómic de verdad. Sin mis dibujos no existiría el cómic: habría una historia, un relato, pero nada más.

No le voy a pedir que me diga cuál es su personaje preferido.

No le iba a poder responder como usted espera. ¿Cuál es mi personaje favorito? Pues es como si me preguntara cuál es mi hijo predilecto. En muchas ocasiones me he encargado de colecciones de grupo porque así no tengo que elegir. Trato a todos los personajes por igual, les tengo a todos el mismo cariño. Si le dijera el nombre de uno sobre el de cualquier otro, sería como faltar al respeto a los demás. Con todos ellos tengo una relación de amor.

Pero, bah, seguro que los Nuevos Titanes...

Sí, los Nuevos Titanes son especiales para mí porque creé muchos de ellos, les di a luz y no sólo los adopté. Pero esto no quiere decir que quiera menos a mis hijos adoptivos. Tengo muchos en mi familia. Es cierto que los Nuevos Titanes, en cierta manera, me cuidan: generan derechos de autor que no cobro por otros personajes con los que he trabajado, como la Mujer Maravilla.

Hábleme de ella, usted la resucitó.

Una de las buenas cosas que me han ocurrido en mi trabajo como dibujante ha sido meterme con la Mujer Maravilla. Sólo conocía la obra de William Marston, su creador, de oídas. Marston había muerto cuando me encargaron este personaje y también el dibujante original de las aventuras. La Mujer Maravilla se había convertido en una versión diluida de sí misma. En los años 50 y en los 60 -cuando yo leía cómics- lo que había de la Mujer Maravilla no era lo que había inventado Marston. Me dieron la oportunidad de revivir al personaje y decidí que no iba a leer las historietas originales, las de los años cuarenta. El plan que tenía DC Comics era cambiarlo todo: mantener el nombre y poco más. Me negué. Les dije que había que volver a los elementos básicos del personaje, aunque, ya digo, no había leído los primeros tebeos. Había que respetar a Marston, pero, insisto, desde un punto de vista renovado: recuperar el espíritu original, su feminismo, su deseo de búsqueda de la paz. Uno de los mayores elogios que he recibido por mi trabajo vino de una de las nietas de Marston...

¿Qué le dijo?

Me dijo: «Has honrado la obra de mi abuelo». La Mujer Maravilla había sido un personaje que había sido muy popular durante muchos años y la pregunta que me formulé fue clara: ¿qué fue lo que había hecho que funcionara? Y a ello me apliqué.

Y una curiosidad. ¿Le gustan las películas de superhéroes?

Me gustan más las de Marvel que las de DC. Tienen mejor sentido del humor y los héroes hacen lo que tienen que hacer: solucionar problemas.