Tres meses después de que Hitler fuera nombrado constitucionalmente canciller de Alemania con el beneplácito de las viejas élites, Edith Stein (1891-1942) ingresaba en el Carmelo de Colonia. Alemania se proyectaba, imperial, hacia afuera. Stein lo hacía, empática, hacia adentro. Seis baúles cargados de libros acompañaron el ingreso. Acaba de adoptar el hábito monacal pero preservará el de la filosofía. Ha sido entrenada en la fenomenología y, aunque su transformación ha sido gradual, ha pasado por sucesivas crisis religiosas, sentimentales y académicas (ser mujer le ha cerrado el acceso a la cátedra), la decisión la ha decantado una mística española: El libro de la vida de Teresa de Ávila. Cuántas veces un libro cambia el rumbo de la historia.

El asunto principal de la obra que presentamos es la figura y la vida filosófica de esta pensadora judía alemana, primer asistente de Edmund Husserl, que murió en la cámara de gas del campo de concentración de Auschwitz en agosto de 1942. En torno a ella orbitan, en la primera parte del volumen, las vidas filosóficas de María Zambrano (1904-1991), Hannah Arendt (1906-1975) y Simone Weil (1909-1943), de las que se narran no sólo las respectivas biografías intelectuales sino también los entrecruces entre vida y pensamiento ante la crisis sociopolítica y espiritual de Europa, en la que morirán trágicamente dos de ellas.

Cuando era profesora en el católico Instituto Pedagógico de Münster, Edith Stein pidió audiencia a Pío XI con el propósito de que la iglesia católica adoptara una postura clara y firme frente al nazismo y la ya visible persecución de los judíos en Alemania. La Iglesia permaneció en silencio y cuando se le expulsó del instituto por su condición de judía, nadie movió un dedo para ampararla. Posteriormente, en 1938, huyendo del asedio nazi, se verá obligada a trasladarse al Carmelo de Echt, en Holanda. El 10 de mayo de 1940 las tropas nazis ocupan Holanda y el 14 capitulan los Países Bajos y Bélgica. Los obispos holandeses de diversas confesiones cristianas publican una carta pastoral conjunta contra la adscripción de los creyentes al partido nazi. Al año siguiente, los judíos de Holanda son obligados a llevar una estrella amarilla identificadora de su condición. En abril de 1942 Edith Stein y su hermana son registradas por la Gestapo de Ámsterdam como judías y la venganza contra esa carta pastoral no se hace esperar: los nazis ordenan la deportación de todos los judíos católicos del país. El 2 de agosto dos oficiales de las SS irrumpen en el convento de Echt a las cinco de la tarde y apresan a Edith y Rosa Stein.

Testimonio

El último testimonio de la filósofa parece haber sido un saludo a sus conocidos desde el ventanuco del tren a través del jefe de estación de Seschifferstadt. Allí se pierde la pista hasta la cámara de gas ciclón de Auschwitz-Birkenau, donde ingresa como nº 44.070 de la lista de prisioneros del campo. Deja la impronta de una vida filosófica insobornable, orientada hacia las formas más elevadas de la dignidad.

Jesús Moreno Sanz (Cáceres, 1949) se ha ocupado a lo largo de su carrera de las relaciones entre literatura, filosofía y mística, con una atención especial a la figura de María Zambrano, a la que ha dedicado sustanciosos volúmenes y actualmente dirige la edición de sus Obras Completas. En esta ocasión nos presenta un volumen coral con dos partes bien diferenciadas. En la primera tres grandes pensadoras del siglo xx: Arendt, Weil y Zambrano, alrededor de la figura de Edith Stein. En la segunda se ofrece un análisis pormenorizado de cada una de las obras de Stein, aunque no se dejan de apuntar los ecos del «sentir originario» zambraniano, del mundo como «espejo roto» de Weil y del «nuevo comienzo» que es cada alma según Arendt. El autor se encarga que de una u otra manera estas tres pensadoras acompañen a Stein a lo largo de todo el libro. Juego de ecos, correspondencias y cruces entre vidas filosóficas que compartieron una mirada trágica ante las derivas de la modernidad y una inclinación hacia la pureza o perfección espiritual no exenta de aspectos trágicos, fundamentalmente en Stein y Weil, pero también en los exilios de Zambrano y Arendt.

Stein tuvo una vida marcada por el estudio y la escritura, por sucesivas crisis espirituales y depresiones, por la confrontación a demasiados «no», que le cerraron las puertas de la carrera universitaria (su condición de mujer imposibilitó su habilitación para cátedra hasta en cinco universidades y su maestro Husserl no la apoyó), del amor sentimental y finalmente hasta de la propia vejez. Pero se mantuvo firme y supo conjugar la ambición intelectual con severas curas de humildad, haciendo siempre gala de una gran porosidad ante los abismos que cercan la condición humana. En su primer libro, una tesis doctoral titulada El problema de la empatía, definía la empatía como la experiencia no originaria de una experiencia originaria de otro. Un conocimiento que no se limita exclusivamente al de las miserias humanas (como en el caso de Weil), sino que también puede serlo de la alegría, el entusiasmo o el poder espiritual. Un sentir el flujo viviente de la mirada ajena, un «fuera de sí» que permite adentrarse en las profundidades de la propia alma, pero sobre todo, y esta es la novedad esencial, una experiencia que no es meramente afectiva sino también cognitiva. Repitiendo sin saberlo una máxima budista, Stein nos dice que empatía es conocimiento, aludiendo a las dos alas del bodhisattva (prajña y karuna) y a esa «piedad natural» de la que hablaba Rousseau.

Cierran la trayectoria de Stein dos obras fundamentales: Ser finito y ser eterno y La ciencia de la cruz. En la primera los logros del pensamiento, los entresijos de la voluntad, la fantasía y los deseos, son reducidos al «vaso vacío del alma» (un vaso que recuerda al del poema de Brines). Una entrega total en la que el ascenso a lo divino se produce mediante el descenso a las profundidades del alma. En la segunda, todavía más ambiciosa, sigue de cerca los senderos místicos de san Juan de la Cruz. Moreno hace una lectura en clave sufí sirviéndose de las investigaciones del arabista Louis Massignon y del místico murciano Ibn Arabi, rescatando la idea de raigambre sufí y sanjuanista (que también puede encontrarse en las tradiciones devocionales de la India y en el culto a Krishna), de que «ante Dios el alma se vuelve femenina», e insistiendo en una mística de la extinción de corte sufí, al hilo de los conceptos de «desposesión» (fanâ) y de «resto» (baqâ) que queda tras la inmersión en la experiencia mística.

En esa «noche del sentido» el alma se entrega enteramente a la intervención divina, y exige la completa aniquilación del entendimiento, la voluntad y la memoria para poder participar de su esencia. Stein utiliza su formación filosófica y su propia experiencia vital para desentrañar el sentido de dicho sinsentido, divino y entregado. Coteja la cartografía interior sanjuanista utilizando su propia concepción de la estructura del alma y su teoría de la empatía, estableciendo un vínculo originario entre el yo, el alma y la libertad. Dice la religiosa: «partiendo del centro más profundo se tiene la posibilidad de medir todo con la regla última». Y es ese centro profundo del alma, que Santa Teresa llama la séptima morada, donde Dios mora totalmente solo. Y es Dios quien lo hace todo en el alma en dicha singularidad y es a esas profundidades cuando el alma se transforma en pura receptividad. Pero lamayoría de los hombres no logra alcanzar ese lugar singular, ese matrimonio místico, por lo que es conveniente establecer una gradación respecto a su distancia de dicho centro. Stein esboza una cartografía antropológica de cinco tipos de seres humanos (el «sensual», muy alejado del centro, el «buscador de la verdad», un poco más cerca, el «hombre-yo» que gira continuamente alrededor de su propio yo y que parece tener una vida interior ignorando que nadie está más lejos que él de las profundidades del alma, el «creyente» que tiene mayores posibilidades pero que corre el riesgo de la fe ciega, y el que ha sido introducido por la gracia divina en su propia interioridad). Lo decisivo es que no es una cuestión de voluntarismo, sino de gracia. Todo ello da lugar a tres tipos de unión mística: la presencia de Dios en todas las cosas, su presencia en el alma por la gracia y la unión transformadora y divinizadora (de la que habla San Juan de la Cruz y que casi le cuesta la excomunión). Ese participar de la vida trinitaria, esa inhabitación de Dios en el alma, es lo máximo que puede alcanzar la voluntad asistida por la gracia.

Jesús Moreno busca, y a veces consigue, mostrar la universalidad de la mística sin perder de vista su especificidad. Rastrea fenomenológicamente la «esencia» de lo femenino en las cuatro filósofas, «en las que no faltan pensamientos perfectamente varoniles» y considera que el principio femenino es clave en el modelo más radical del Tao, así como en el sufismo, en San Juan e incluso en el propio Max Scheler (influencia decisiva en la trayectoria de Stein). Y no sólo en la mística latina, también en la centroeuropea representada por Eckhart y Böhme y, se podría añadir, en la tradición de la Bhagavadgita. En las cuatro pensadoras el autor detecta la búsqueda de una unidad de juicio y emoción, una razón maternal. Un Dios maternalizado que recuerda la evolución creadora (prakriti) de la filosofía hindú, un ethos femenino que se orienta hacia lo viviente y concreto, a integrar lo intelectual y afectivo, a una percepción del corazón siempre atenta a los oscuros entresijos del sentir.