Agitador cultural e importador de tendencias artísticas internacionales que imperaban en los años 70 y 80, Joaquín de Molina murió de forma prematura con 34 años en 1986 y su obra quedó silenciada, aunque ahora resucita con una antológica que coincide con el trigésimo aniversario de su desaparición. «Es un ejemplo de artista que recorrió las vanguardias desde los años 70 y de adalid de la cultura», afirmó Juan Carlos Martínez Moreno, comisario junto a Pedro Pizarro de la exposición que se inauguró ayer en el Rectorado de la Universidad de Málaga.

La antológica abarca toda la trayectoria del artista, desde los inicios de la década de los 70 hasta sus últimas obras de 1986, con fondos prestados tanto por coleccionistas privados como por numerosas instituciones públicas, entre las que figuran el Centro de Arte Reina Sofía o la Fundación de la Casa Natal de Picasso.

En sus comienzos, De Molina tuvo la influencia de los grupos neofigurativos, a veces de corte surrealista, pero su viaje a Londres marcaría el inicio de su atracción por la pintura pop y especialmente por David Hockney, influjo que se puede observar en algunas de las piezas expuestas.

Cuando se trasladó a Berlín, el artista nacido en Morón de la Frontera (Sevilla) y formado en Málaga mantuvo la influencia pop, pero después evolucionó hacia un estilo cercano al expresionismo alemán.

A la presentación de la antológica ha asistido también Pablo Sycet, autor del concepto gráfico de la exposición y amigo personal del artista, que ha lamentado que la vida haya sido «terriblemente injusta» con De Molina, que ha estado «mucho tiempo silenciado».