«La invención lo es todo en la pintura». El pensamiento de Joaquín Torres-García (1874-1949) define su manera de entender la creación artística y su constante investigación primitiva, clasicista, modernista, vanguardista, abstracta o constructivista. Esta absoluta libertad creadora y su afán por experimentar suele colocar su obra en el cajón de los inclasificables, aunque el uruguayo fue un incansable teórico y analista de los movimientos estéticos por los que transitó el arte de su tiempo. Joaquín Torres-García: un moderno en la Arcadia es el título de la gran retrospectiva que hasta el próximo 5 de febrero le dedica el Museo Picasso Málaga, que por primera vez abre sus salas a un artista latinoamericano.

Organizada por el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), en colaboración con la Fundación Telefónica y la propia pinacoteca malagueña, la exposición recorre, a través de 170 piezas, desde las primeras obras de Torres-García en Barcelona a finales del siglo XIX hasta sus últimos trabajos realizados en Montevideo en la década de los 40. Pinturas, esculturas, dibujos, libros y juguetes de Torres-García narran en el recorrido del Palacio de Buenavista la increíble pasión del creador por la invención.

De madre uruguaya y padre catalán, la familia de Torres-García regresó a Cataluña cuando el pintor tenía 17 años. Estudió en la Escuela Oficial de Bellas Artes de Barcelona -al igual que Picasso- y orientó su pintura hacia la inspiración neoclásica. Una de las obras que abre esta exposición es el diseño a lápiz para el fresco Lo temporal no es más que símbolo (1916) que el artista crearía para el Salón de Sant Jordi del Palau de la Generalitat, siendo su obra más representativa de este periodo, en el que fue considerado como uno de los pintores más relevantes de la Barcelona de principios del siglo XX. El adolescente Picasso fue testigo de cómo el uruguayo destacaba como figura central del noucentismo. Después viajaría a París y Nueva York, donde trató de ser «todo lo que se puede ser en Nueva York: se interesó por Broadway y la publicidad, construyó juguetes de madera e intentó ser pintor decorativo», según aseguró ayer Luis Pérez-Oramas, comisario de la exposición y conservador de arte latinoamericano del MoMA.

La Gran Manzana le fascinó por su modernidad y allí comenzó a producir en serie unos juguetes de madera que había ideado en Barcelona con los que exploraban la noción de la estructura transformable. Los apuros económicos le llevaron de vuelta a Europa en 1922. Antes de establecerse en París en 1926, residió en pequeñas ciudades de Italia y Francia. En la capital francesa fundó el grupo y la revista Cercle et Carré, participando activamente en los movimientos de vanguardia. A este movimiento se sumaron los principales artistas abstractos y constructivistas: Piet Mondrian, Sophie Tauber-Arp, Fernand Léger, Jean Arp o Georges Vantongerloo, entre otros. Pero la abstracción geométrica pura resultó insatisfactoria para Torres-García, que ya preparaba su propia propuesta artística: el Universalismo constructivo, según el cual el arte se construye en base a una estructura colmada de signos y símbolos.

En 1934, Torres-García vuelve a Montevideo, en donde residió hasta su muerte en 1949 y en la que se convirtió en una figura cultural y académica que dejó una enorme influencia en el arte latinoamericano. En estos años crearía «el repertorio de arte abstracto más sistemático en América en esos años», tal y como señaló Pérez-Oramas, que insistió en que Torres-García fue durante toda su vida «un migrante». Y lo fue «no sólo en el sentido geográfico, sino también artístico, con continuas idas y venidas».

Por su parte, José Lebrero, director artístico del Museo Picasso, apuntó que esta exposición viene a mostrar «cómo se construyó la cultura del siglo XX en otras latitudes, como Latinoamérica».

Torres-García y Picasso. Ambos creadores coincidieron por primera vez en Barcelona en 1896, en una exposición colectiva en la que Torres-García, con 22 años, presentó cuatro acuarelas y Picasso, con sólo 15, su óleo Primera comunión. Los dos destacaron muy pronto en los círculos artísticos catalanes y representaron nuevas vías para el desarrollo de la modernidad plástica. Aunque no mantuvieron una relación personal fluida, Torres-García visitó y coincidió en algunas ocasiones con el malagueño en París e incluso comenzó a escribir un libro sobre él, titulado Picasso, visto por un pintor, una obra que finalmente no vio la luz.

Una vitrina en la exposición muestra una imagen de esta cubierta, así como varias cartas conservadas en el archivo del Musée national Picasso Paris, que forman parte de la correspondencia inédita que mantuvieron Torres-García y Picasso sobre este fallido proyecto.

En el contexto de la exposición, el Museo Picasso ha organizado una serie de actividades. El comisario Pérez-Oramas impartirá hoy una conferencia sobre la obra de Torres-García. Además, el catedrático de Historia del Arte de la UMA, Eugenio Carmona, planteará cómo la figura de Torres-García influyó en el arte español en la primera mitad del siglo XX.