El rock y el soul norteamericano de los años setenta tienen un fiel heredo en Julián Maeso (Toledo, 1976), que tras la disolución de The Sunday Drivers en 2010 inició una sólida carrera en solitario. Dreams are gone (2012) y el posterior One way ticket to Saturn (2014) le han alzado como uno de los músicos más interesantes del país. Su nuevo disco se titula Somewhere Somehow y saldrá a la venta el próximo 28 de octubre. Pero este sábado noche sonará «casi por completo» en La Cochera Cabaret (22.00 horas).

¿Le asaltan los nervios ante el lanzamiento de su nuevo disco?

La verdad es que me pilla en mitad del final de la gira del anterior, One way ticket to Saturn, y no he tenido tiempo ni para pensar en ello. Siempre te valoras cuando gusta o no gusta lo que haces. Aunque nunca estás contento del todo, porque lo que realmente buscas es la perfección. Al final, un disco es un reflejo del momento en el que te encuentras y de la música que tienes en la cabeza.

¿Y qué momentos refleja Somewhere Somehow?

Son momentos bastantes sencillos y cotidianos, de los que puede tener cualquiera: soledad, amor, desamor, intensidad o aburrimiento. Y también trata de cómo transcurre la vida que vivimos.

¿Cree que Dreams are gone, su primer álbum en solitario tras la disolución de The Sunday Drivers, le salvó de su declarada intención de abandonar la música?

No es que fuera a dejar la música, que es un sentimiento que no se deja. Era una sensación que vivir en un país en el que, por su nivel de cultura, no se entiende tu música. Y en el que las discográficas y editoriales hacen por quedarse con tu dinero. No es que tu quieras dejar la música... Yo me considero un medium. La música está por encima de mí y de muchos artistas. Está ahí, en la naturaleza y en todas las cosas que hacemos día a día. Lo que hacemos nosotros es materializarla en un disco a partir de ideas, paisajes, sonidos... A veces es muy duro, pero uno sigue ahí luchando.

¿Ha merecido la pena la lucha?

No sabía que iba a ser así. Que iba a tener tanta aceptación y que la gente iba a venir a los conciertos. Me gusta verme como alguien que hace una labor terapéutica. Hago unos kilómetros junto con los mejores músicos con los que puedo contar para intentar hacer el mejor concierto que pueda hacer y que la gente olvide sus problemas durante las dos horas en las que estamos encima del escenario. Las mejores alegrías que me he llevado después de un concierto es cuando alguien me ha dicho: «Mira, he tenido un día de mierda, o un año de mierda, y me acabas de devolver la vida». Para mí eso está por encima de todo.

¿Cree que el Nobel a Bob Dylan pone en valor el mundo del rock?

Totalmente. Además, sus canciones son un reflejo de un momento de la historia de Estados Unidos. Hay mucha crítica, paisajes, sensaciones... Son letras muy elaboradas y muchas poseen una profunda documentación histórica. Me parece muy bien que le hayan otorgado el Nobel a un tío de setenta y pico años, que continúa activo y haciendo feliz a mucha gente. El premio es también un reconocimiento a toda la gente que se dedica a escribir letras.

¿No cree que la música en España, sobre todo el rock, no anda en su mejor momento?

Yo cada vez respeto y admiro más la música de raíz. Me quedo loco escuchando los guitarristas flamenco, mi vocación frustrada. Hay mucha gente en España con muchísimo talento haciendo música. Y hay muy buenos músicos que no se comen nada porque su trabajo no son singles de tres minutos creados para las radiofórmulas. Son obras de arte que no están valoradas en un país en el que el libro más leído es el de Belén Esteban y Paquirrín vende miles de copias de sus canciones. Vivimos en un país que por desgracia tiene esa cultura.