­Robert Zimmerman no había cumplido aún veinte años cuando abandonó su Minnesota natal y llegó a Nueva York con la esperanza de visitar a Woody Guthrie que, gravemente enfermo, estaba ingresado en el psiquiátrico de Greystone Park. De alguna manera Robert quería rendir pleitesía al bardo autor de This land is your land, aquel que había recorrido incansable las carreteras del medio oeste de su país cantando para los pobres, los oprimidos, los okies. En el frío mes de enero de 1961 Bob se prometió a sí mismo que «sería el discípulo más grande de Woody».

Es seguro que no alcanzó a imaginar en lo que realmente se llegaría a convertir, en una de las figuras capitales de la cultura del siglo XX, para muchos, la principal. Ahora que la Academia sueca le acaba de conceder el premio Nobel de Literatura, algunos se rasgan las vestiduras ante lo que consideran una insensatez y otros opinan que se lo deberían haber otorgado hace ya muchos años. Leonard Cohen, otro gigante como Dylan, no ha dudado a la hora de valorar el premio: «El Nobel a Dylan es como premiar al Everest por ser la montaña más alta».

Cuentan que el presidente Reagan ofreció una recepción en la Casa Blanca a la que fue invitado Miles Davis. Su vestimenta, ajena a toda etiqueta, incomodó a una dama de la alta sociedad de Washington que muy ofendida inquirió al trompetista sobre los méritos que tenía para estar allí. Miles no tuvo piedad: «Bueno, he cambiado el rumbo de la música cinco o seis veces. Ahora, dígame: ¿qué ha hecho usted de importancia, aparte de ser blanca?».

Dylan no solo ha cambiado de rumbo musical unas cuantas veces, sino que ha escrito un ramillete de canciones emblemáticas que constituyen una parte primordial de la cultura contemporánea. Las letras de Bob Dylan encarnan toda una revolución no solo en el fondo sino en la forma, hilvanando un fresco que, visto en su conjunto, nos revela el alma oculta del poeta.

En algunas ocasiones resultan crípticas, de difícil comprensión:

"El fantasma de Belle Starr

ayuda a quitar sus liendres

a la monja Jezabel,

que teje violentamente

una peluca calva para

Jack el Destripador,

que se sienta a la cabeza

de la Cámara de Comercio".

(Tombstone Blues)

Y en otros momentos, ferozmente combativo:

"No puedo evitar avergonzarme

de vivir en un país

donde la justicia es un juego".

(Hurricane).

Si algo define a Bob Dylan es que nunca va a hacer lo que se espera de él. Sus seguidores están acostumbrados a que cambie de vía sin avisar ya sea en lo artístico o en lo personal. En marzo de 1965, su quinto álbum, Bringing it all back home, supone una ruptura con el pasado al introducir instrumentos eléctricos en sus canciones para pasmo del mundo entero que cree que Dylan se aleja del folk para coquetear con el rock.

Asimismo, parece que se aparta de sus comprometidos textos anteriores para sumergirse en letras de carácter surrealista.

El 29 de julio de 1966, Dylan sufre un grave accidente conduciendo una motocicleta. El alcance de sus lesiones nunca se ha llegado a conocer dado que no quiso ser ingresado. Decide recluirse, agotado, en una apartada casa de West Saugerties, una pequeña población del estado de Nueva York. Allí pasará meses ensayando y dando rienda suelta a su creatividad, escoltado por The Hawks, que más adelante, rebautizados como The Band, le acompañaran en alguna de sus mejores giras. Este prolífico retiro da lugar a más de un centenar de canciones e innumerables letras, algunas de las cuales serán publicadas en 1975 bajo el título de The Basement Tapes.

En 1972 actúa en el filme Pat Garrett y Billy the Kid dirigido por Sam Peckinpah. Al mismo tiempo se encarga de componer la banda sonora, en la que aparece una de sus canciones más conocidas, Knockin’ on heaven’s door. Casi a punto de finalizar la década de los 70, Dylan decide convertirse al cristianismo, para pasmo y disgusto de muchos de sus seguidores y de algunos de sus colegas de profesión. Publica entonces dos álbumes con letras de carácter religioso, Slow Train Coming y Saved.

Desde finales de los 80 se embarca en una sucesión de giras que no suelen bajar de la centena de conciertos anuales, popularmente conocidas como Never Ending Tour, en la que interpreta sus temas más conocidos con arreglos tan particulares que en ocasiones resultan prácticamente irreconocibles.

Genio y figura. Más de una semana ha pasado desde que le fuera otorgado el Nobel de Literatura y aún no ha dicho esta boca es mía. En Dylan, que siempre se ha mostrado alérgico a los convencionalismos, no es de extrañar. Sin embargo, las redes sociales echan humo a favor y en contra de la distinción otorgada al músico. Hace casi veinte años Nicanor Parra, otro eterno candidato al Nobel, comentaba que Bob Dylan era merecedor del galardón, aunque solo fuera por los siguientes tres versos:

"Mamá está en la fábrica,

no tiene zapatos,

papá está en el callejón,

en busca de comida,

yo vago por las calles con los

‘tombstone blues’".

(Tombstone Blues)

Habrá que concederle crédito al poeta chileno y darle la razón.