El Teatro Alameda ha estrenado la obra de Álvaro Carrero En ocasiones veo a Umberto a quien pertenece también la dirección. Álvaro Carrero nos presenta un texto que se puede encuadrar como heredero de la tradición más pura del teatro cómico español. Obra cómico-costumbrista en la que los personajes se someten a un enredo con algo de absurdo y a los juegos semánticos de los que se sacan el máximo jugo para deleite del espectador. Las circunstancias de esta historia pasan por el fallecimiento inesperado de un señor que deja la sospecha de ser el único acertante del máximo premio de una quiniela. El dolor dará paso a la disimulada búsqueda de la preciada herencia de la que no se conoce el paradero. Unos personajes más que otros irán cayendo en la codicia. Pero a su vez se mezcla el íntimo anhelo de la viuda para poder decir las palabras que no pudo decir al difunto antes de su partida. Así aparecerá el personaje del espiritista embaucador que sin proponérselo logra que el muerto se presente. Momentos gloriosos para la carcajada de la que tiene buena culpa un texto muy bien elaborado para conducir la historia entre los vaivenes propios de las confusiones y las carambolas que embrollan lo que finalmente logrará llegar a buen término, sea o no lo que el espectador está pensando. La travesura dramática es muy divertida, y ahí hay un reparto magnífico que se pone al servicio de la representación aportando sus dotes propias y con una cohesión en estilos y formas que logran además un espectáculo coherente y compacto. ¡Qué decir de Natalia Roig, Virginia Muñoz, Salva Reina, Ignacio Nacho y sus interpretaciones en esta obra! Pues sencillamente que están magníficos. Que no dan tregua a la hora y media de representación en una entrega muy marcada desde la dirección para su lucimiento. Y que es una gozada disfrutar con cada uno de los gestos y los guiños que incorporan desde sí mismos para transmitir al patio de butacas. Natalia Roig es la viuda desconsolada, en unos matices que pasan de la tremenda dulzura a la irritación más incontenible. Virginia Muñoz, la amiga despistada y candorosa, nos hace reír sin proponérselo. Salva Reina, el médium frescales y cobarde que no entiende lo que le está pasando, clava cada intervención. Ignacio Nacho, el difunto despistado y pelín cínico, mantiene un nivel muy agudo en el dominio de la escena (será una tontería mía pero no pude dejar de recordar a Héctor Alterio). Sin duda una de las comedias más divertidas que he visto últimamente.