Swiss Army Man tiene todas las papeletas para ser una cinta de culto, pero, quizás, por las razones equivocadas. Me explico: durante el pase en el Albéniz el público, que abarrotaba la sala y ya sabemos que en Fancine viene a veces con ganas de jarana, no dejaba de vitorear cada pedorreta del cadáver interpretado por Daniel Radcliffe. Porque ésta, sí, es la película en la que Harry Potter no para de tirarse pedos supersónicos y de echar la pota. Pero lo que ha hecho Daniels -en realidad, han: son el dúo de realizadores Daniel Kwan y Daniel Scheinert- es una pirueta mucho más abracadabrante que convencer a Radcliffe y el gran Paul Dano para que firmaran el contrato de esta película: ¿y si les digo que todo termina siendo una emotiva pieza de cámara sobre la dificultad de madurar de un hombre? ¿Y si les confieso que en la última escena eché una lagrimita reconfortante con la megaventosidad final del cadáver? O sea que estamos ante una auténtica virguería que merece ser vista -y celebrada- por muchos más motivos que por la excentricidad casi suicida de su punto de partida.

Pasamos de la gran triunfadora de la reciente edición del Festival de Sitges a otra de las cintas que llamaron la atención en el certamen -se hizo con el gran premio de su competición alternativa Panorama-, I am not a serial killer. Y otra gran película, en este caso bastante más enclavable en eso que llamamos cine de género, aunque con una bizarrería propia que la convierte en un producto la mar de singular. Y nuevo trofeo de ese más que solvente celuloide irlandés entre el terror y el fantástico, con títulos que van de lo estupendísimo -The Canal-, lo saludablemente arriesgado -Let Us Prey- y el convencionalismo bien entendido -The Hallow-.

I am not a serial killer es la perfecta película que Joan Lluís Goas habría seleccionado para su recordado Noche de Lobos, en las madrugadas de los domingos de Antena 3: cine muy asequible y disfrutable pero rarete, que maneja con soltura las normas del terror y sus alrededores para contar algo diferente -y con momentos pasados de rosca- pero sin epatar. Si le gusta el cine del primer Don Coscarelli, esto le puede entusiasmar.