Vuelve El fin de la comedia, cuando muchos lo daba por finalizado. ¿Lo ha peleado bien?

Sí. Ha sido una alegría. Han pasado ya dos años desde la primera temporada. Es mucho tiempo y queríamos haberlo hecho antes. Pero bueno. No se ha podido hasta ahora y tener esta luz verde ha sido una gran alegría. Pero lo más bonito es que la gente no ha dejado de darnos muestras de apoyo. Todo el mundo me recordaba que había gustado mucho. Ese apoyo nos ha dado mucho aliento.

¿Cómo nació el proyecto?

La serie la hacemos entre Miguel Esteban, Raúl Navarro y yo. Miguel también es cómico y nos conocemos de hace muchos años. En su momento, hicimos varios episodios de cinco minutos se llamó Todo el mundo quiere ser como Ignatius Farray y recogía la ilusión por hacer una serie de un cómico que cuenta su vida fuera de los escenarios. Entonces no teníamos muchos referentes, pero sí estaba Seinfield. Luego vino Louie, de Louis C.K., Girls o Larry David. En el fondo, todos son cómicos que reflejan sus vidas en la pantalla. Nosotros queríamos hacer algo así y lo hicimos de una manera muy alocada y muy modesta. Ese fue el origen y el nombre viene de un show que teníamos Miguel y yo.

¿Simula ser su vida?

Es un poco mi vida. De hecho, la trama en la que tengo que ir a un juicio para pasar más tiempo con mi hija, es así; tal cual. Cuando empezamos a escribir los guiones estaba en medio de ese proceso. Bueno, yo tengo un hijo pero nos pareció prudente decir que era una hija. Te lo digo para que veas hasta qué punto queríamos que la serie tuviera un tono realista. También hay cosas de Raúl y Miguel. Nuestra ambición era hacer ficción con cosas que suceden en la realidad. Después hay unos límites que no están del todo claros, pero queríamos un tono realista.

Demuestra una variedad de tonos dramáticos. ¿Es consciente de haber sorprendido?

Sí, claro. El tema es que la gente solo me conoce de los escenarios, la tele o la radio. Y claro, tiene una idea muy determinada de mí. Y no digo que no sea real, porque no es un personaje que yo haya creado de manera premeditada. Lo que pasa es que soy una persona con muchos nervios y muy ansiosa y a la hora de estar en el escenario me pongo así, de esa manera; como una persona muy alocada. Yo no diría que agresiva pero sí que resulto un poquito... Creo que intimido un poco. Pero es que cuando actúo me sale así. Luego soy un tipo como más melancólico o más tristón. Como muy de bajona... La verdad es que esa energía que tengo en el escenario no la tengo en la vida real; para nada. Y claro, al ver eso en la serie, la gente se sorprendió y creo que pensaron que era buen actor. Que no lo soy. Para nada. En realidad intento interpretar cómo soy yo fuera del escenario.

Su propuesta en el escenario es salvaje. ¿Cuál es su prioridad?

En todo momento he intentado hacer una comedia que no fuera más de lo mismo; lejos de los estándares o los clichés, porque hay muchas maneras de hacer comedia. Y aquí, en España, cuando empezó la moda de los monólogos, eran todos de una manera muy determinada; a partir de un humor muy observacional, de decir: «No se han fijado en esto o en lo otro». Yo no digo que esté mal, pero no hay que confundir eso con todo el stand up comedy. A lo mejor sí que mi actitud era un poco contestataria a la hora de exponer que había otras manera de hacer este tipo de comedia. Digo stand up comedy porque la palabra monólogo me sigue repeliendo un poco.

Hay humoristas a los que se les nota pavor a lo políticamente incorrecto, pero es que usted parece recrearse en ello.

Sí [risas]. Hay un cómico legendario que se llama George Carlin que es de la misma época que Richard Prior. El dice que un cómico tiene el derecho pero también el deber de pasarse de la raya. Y es verdad. Un cómico tiene que arriesgar. Si no no cumple con su labor. La comedia se basa en romper los límites de las convenciones que existen en la sociedad.

¿Le gusta que definan la serie con el calificativo autor?

Sí. Sin que parezca que se nos va la olla, pero pensamos que hemos hecho una serie de autor, en el sentido de que hemos podido hacer nuestra ambición creativa. Era muy importante hacer la serie de esta forma y hemos conseguido reflejarlo, igual que lo es Louie.

¿Necesitaba separarse del cómico encasillado en conceptos simples como el grito sordo?

La verdad es que me ha ayudado bastante. La serie no la hicimos con esa intención, por supuesto. Pero sí que, de rebote, me ayudó. Es verdad que la gente me tenía encasillado y sí que se pudo sorprender con la serie. Y al venir ahora a los shows, lo hacen con otra idea. Dejé de ser un cómico plano.

Ahora está en la radio, en la tele y los teatros. ¿Cómo valora este momento de su carrera?

Llevo unos 15 años de carrera y este es el primer año en el que me puedo llamar a mi mismo profesional. Antes pasaba dos o tres días en los que no hacía nada, porque no había actuación. Pero ahora todos los días tengo lío: que si programa de radio, que si serie... Entonces, por primera vez en mi vida me siento profesional. Lo cual es una alegría para mí porque, joder, ¡como que salen cosas! En la radio, La vida moderna, el año pasado hacía un programa a la semana y este año de lunes a jueves. Nos dieron cuatro programas semanales en la Ser. A parte, como iba tan bien, tenemos el show para teatro.

Desde el principio le caracteriza una relación tensa con el público. ¿Se ha encontrado con gente que va con miedo?

Sí. Es raro porque se dan los dos extremos. Hay gente que no se quiere sentar en la primera fila por si le digo algo. Pero también se da el caso de gente que viene con muchas ganas de participar, que me da mucha confianza, que se nota la complicidad y que vienen con ganas de que yo le diga cosas. Yo reconozco que puedo medir mal y que hay gente con la que me he pasado. Yo también me doy cuenta de que he metido la pata.

Luego está el tema de chupar pezones varoniles... ¿Es parte de su concepto de humor?

Sí, pero yo no quiero que nadie lo pase mal. Y si esto sucede es porque he medido mal. Tengo la culpa yo y me doy cuenta. De verdad que lo paso mal porque no era lo que yo quería. Lo que yo quiero es un momento de complicidad con alguien que no conozco y actuar de una manera que en la vida real no es permisible. Entonces claro, metidos en ese juego alguien se puede sentir mal. Es jugar con los límites, porque yo sí que pienso que existen los límites y precisamente por eso el humor es un arte. Porque hay límites. Entonces, la ambición es caminar con equilibrio por esos límites. Aunque reconozco que a veces se me va la mano.

¿Le suele pasar?

Sí. La gente a lo mejor piensa que soy de otra manera. Pero no. Tengo muchos remordimientos y en cuanto tengo la sensación de que a alguien le ha podido incomodar, me siento arrepentido. No era mi intención. Luego lo veo y me digo, claro cómo no le va a molestar si le he dicho una burrada.

¿Cuál es la mayor burrada que ha dicho en el escenario?

Al principio me pasaba más, pero con el tiempo he ofendido a tanta gente que he aprendido a hacerlo mejor. Porque al principio era continuo. Era una detrás de otra. De gente que se levantaba ofendida y pedía la hoja de reclamaciones. Una vez llegó la policía para escoltarme a mí y poder salir de la actuación.

¿Cómo fue eso?

Aquella vez en concreto había un grupo de skinheads entre el público y uno de ellos estaba borracho y empezamos a pegarnos, directamente. Sí, sí. Por eso te digo, que al principio era más normal. El dueño del bar llamó a la policía y entraron con cascos, porras y de todo, para sacarme.

¿Hace poco dijo que follarse a Ana Obregón era como votar en blanco?

Sí, pero es que si sueltas la frase así claro que queda como una burrada. No se entiende. Pero es que yo tengo la esperanza de que si se me escucha contar toda la historia entera, cuando llego a esa frase, está contextualizada y no queda tan mal. La comedia siempre depende del contexto. Y puede quedar hasta asumible.