Con sobriedad y sin buscar el «efectismo», el pintor Cristóbal Toral vuelve a hacer gala de su mezcla de modernidad y clasicismo con un cuadro que no estará exento de polémica ya que su protagonista es el papa Benedicto XVI siendo secuestrado por dos miembros de la Yihad.

Secuestro del Papa Benedicto XVI (Óleo sobre lienzo, 275x234, 2015-2016), así se llama esta obra de arte en la que Toral, como cuenta, lleva a la máxima expresión su profesión, porque para el artista ser pintor es ser «testigo de su época, un notario».

«Nuestra época, desgraciadamente, se caracteriza por la violencia marcada por el terrorismo yihadista, esa es la realidad. Con esta obra hago un retrato, aparte del papa, de nuestro tiempo, en donde destaca esta violencia. Esto es lo fundamental, pinto algo que está en la realidad», destaca.

Pero en realidad, la obra de Toral, con un Benedicto XVI flanqueado por dos yihadistas, va mucho más allá, como reconoce, porque detrás de esta representación hay una gran preocupación por otros asuntos. Tanto es así que esta obra nació de una pesadilla.

«Me impresionaron mucho -añade- las imágenes de estos asesinos degollando a personas inocentes vestidas de naranja, y el pobre hombre esperando a que le cortaran la cabeza. Son de las imágenes más duras del siglo XXI y eso me obsesionó hasta el punto que tuve una pesadilla en donde aparecían dos monstruos negros y una mancha blanca en medio, y decidí concretar ese sueño».

Y lo hizo eligiendo la figura del papa Benedicto XVI: «Secuestré al emérito para que la iglesia no se quede sin papa», bromea el artista al tiempo que destaca que ese secuestro lleva una «carga crítica importante» que hace referencia a las desapariciones de «los pobres cristianos de Oriente Medio».

«Creo -agrega- que el Vaticano no ha levantado la voz con suficiente energía para protestar por esa situación tan tremenda, que para mí es un genocidio. Y pienso que si secuestraran a un papa sí reaccionarían. Ahí está esa crítica y ese mensaje al Vaticano. Pero también les aviso de que si se cargaron las dos torres gemelas de Nueva York también podrían secuestrar a un papa».

Aunque el lienzo también está lleno de un «profundo cristianismo» porque el Benedicto XVI de Toral, pese a que lleva sangrando la mano izquierda y su ropa está arrugada con violencia «por los verdugos», aparece sonriente, «seguro de su fe», y agarrado a su rosario.

«Ese es un mensaje bonito de que la fe es muy importante y en el caso del papa, cómo no va a tener fe. Dentro de esa situación hay una serenidad, la tranquilidad que da estar protegido por el más allá», puntualiza.

En cuanto a la técnica, en esta ocasión Toral, con una trayectoria en la pasa de los clásicos como Velázquez a la más absoluta modernidad, ha querido abogar por la «buena pintura».

«Los blancos de la túnica del papa, en contraste con los negros de la ropa de los terroristas, desde un punto de vista plástico, me parecen de una belleza extraordinaria. Y eso, como pintor, me ha interesado mucho hasta el punto de que cuando pintaba la túnica blanca del papa me acordaba de los ropajes de Zurbarán», matiza.

«Yo siempre procuro que mis pinturas recuerden a las buenas pinturas», puntualiza.

Con un fondo brumoso que rememora a los de Leonardo Da Vinci, y que envuelve un paisaje montañoso al fondo y desértico en primer plano, esta inquietante obra se ha hecho desde la más absoluta «sobriedad» y huyendo de cualquier efectismo; tanto es así que si la Iglesia la considera «irreverente» para Toral sería un «error» y «no estaría bien analizada».

Más allá de esto, el artista encuentra también en su último trabajo una «diversión» al pensar lo que provocará en el futuro: «Porque esta obra terminará en un museo, y cuando la vean las próximas generaciones tendrán su duda y pensarán si el papa fue o no secuestrado. Más de uno tendrá que consultar las hemerotecas», concluye.