­De entre todos los acontecimientos culturales que han venido sucediendo en Málaga en la últimas décadas, quizá sea la culminación del Museo de Málaga en el Palacio de la Aduana el más feliz de todos. El nuevo equipamiento, con más de 18.000 metros cuadrados construidos [14.500 útiles], viene dar respuesta a la reclamación ciudadana que durante años solicitó el uso museístico del inmueble neoclásico de Cortina del Muelle. Por este motivo, la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía ha querido hacer coincidir el día de su inauguración con el decimonoveno aniversario de la primera manifestación convocada por la plataforma La Aduana para Málaga, que el 12 de diciembre de 1997 se echó a la calle para pedir lo que hoy es ya una realidad. Este museo es, por tanto, una conquista de los malagueños; una victoria de la ciudadanía.

Además de unificar en un mismo espacio las colecciones del Museo de Bellas Artes y del Arqueológico Provincial, el Museo de Málaga viene también a culminar la sólida apuesta de la ciudad por la cultura, travesía que se inició con la recuperación de la Casa Natal de Picasso, inaugurada en 1998, aunque la verdadera explosión cultural de Málaga arrancaría en 2003 con la apertura del Museo Picasso. Al poco de su apertura, la pinacoteca dedicada al malagueño más ilustre de todos los tiempos, impulsada por sus familiares, se alzó como el museo más visitado de Andalucía. Y si el Palacio de Buenavista -anterior sede del Museo de Bellas Artes- colocó a Málaga en el mapa de las ciudades museo, esta marca se vio reforzada en 2011 con la inauguración del Museo Carmen Thyssen y rematada a principios de 2015 con el desembarco de la Colección del Museo Ruso y el Centre Pompidou.

El museo de la Aduana ofrece un singular recorrido por la historia malagueña desde los últimos neandertales a la actualidad a través de sus más significativos valores arqueológicos y artísticos. Su contenido resulta todo un elogio a Málaga y a su patrimonio que sirve de igual manera para entender la evolución de la sociedad de la provincia a lo largo de los siglos. La exposición que se presenta al público, con más de 2.000 piezas arqueológicas y unas 200 obras de arte, inicia su recorrido explicando el contexto de la Málaga del siglo XIX, con esas peculiaridades que le otorgó un destacado desarrollo económico gracias a la industria y al activo comercio del puerto y la consolidación de una nueva clase social burguesa, de carácter liberal y en contacto con modas y tendencias europeas.

En este contexto, el Museo de Málaga relata cómo se fueron configurando dos colecciones. Por un lado, una privada de objetos arqueológicos: la colección Loringiana de los Marqueses de Casa Loring en su finca y jardín de la Concepción. La otra, de obras de arte y de titularidad pública, fruto de la labor de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo en la recogida y custodia de los bienes muebles procedentes de la desamortización. Ambas colecciones dieron lugar años después a dos museos provinciales que quedaron unificados en 1972 en el Museo de Málaga.

Visita descendente

Aunque el acceso a la Aduana se produce por la puerta de las palmeras, donde escultura romana La dama de la Aduana recibe a los visitantes, el recorrido al museo se ha propuesto de arriba hacia abajo. En la plata baja están situadas la sala dedicada a exposiciones temporales y el almacén visitable, que contiene unas 500 obras entre maquetas, mobiliario y piezas arqueológicas.

Una vez en el interior, la visita recomendada propone subir a la segunda planta, que acoge las colecciones de arqueología, para continuar desde allí en orden descendente. Con fondos de diversa procedencia, aunque la mayor parte tiene su origen en los yacimientos en la provincia, muchas de las piezas de la sección de arqueología del museo son exhibidas al público por vez primera, ya que éstas proceden de recientes investigaciones y hallazgos.

Las imponentes matronas de Cártama de la Colección Loringiana; los primeros restos neandertales en la Cueva del Boquete de Zafarraya; el impresionante mosaico romano del Nacimiento de Venus, la cabeza de Baco o el excepcional ajuar de la misteriosa tumba del guerrero descubierta en 2012 en calle Jinetes son algunas de las piezas más significativas de estas salas, donde también se muestran, a través de didácticos vídeos, ilustraciones y montajes fotográficos, cómo la ciudad recuperó el Teatro Romano y dedicó no pocos esfuerzos en rehabilitar la Alcazaba.

Ya en la primera planta, el Museo de Bellas Artes propone un completo recorrido por la pintura del siglo XIX y una introducción a los movimientos de vanguardia del siglo XX. El discurso permite un acercamiento progresivo a la evolución de la escuela malagueña de pintura. La primera obra en recibir al visitante es Alegoría de la Historia, Industria y Comercio de Málaga, boceto para la decoración del techo del Teatro Cervantes que fue encargado en 1870 al pintor valenciano Bernardo Ferrándiz, que contó con la inestimable colaboración de Antonio Muñoz Degraín en los fondos de paisaje.

El recorrido avanza hacia el Barroco, con esculturas como la Dolorosa de Pedro de Mena y Cabeza de San Juan de Dios de Fernando Ortiz, y la pintura del siglo XIX, con cuadros de gran porte de Moreno Carbonero, como Los Gladiadores y La meta sudante, o Simonet, de quien destaca Anatomía del corazón y Juicio de Paris. De esta etapa también sobresale La bendición de los Campos, de Salvador Viniegra, así como grandes marinas, apuestas por el paisajismo, el tipismo, el realismo y escenas con toques románticos. En las últimas salas, el Museo de Málaga permite un acercamiento al arte de vanguardia con la obra de Joaquín Peinado; el legado Sabartés de Pablo Picasso; la llamada Generación del cincuenta y el colectivo Palmo, donde se muestran obras de Barbadillo y José Seguí, entre otros.

Lienzos de artistas contemporáneos como Enrique Brinkmann, Eugenio Chicano o Francisco Jurado cierran este viaje por la creación artística malagueña.

Cierra la exposición permanente del Museo de Málaga un espacio dedicado a su propia historia: las sedes, las colecciones, los montajes expositivos y los personajes forman la secuencia viva de unos fondos que narrando su historia y las de sus contextos y paisajes culturales han sido custodiados para poder llegar a cumplir su verdadero destino: el uso expositivo y su presentación al público, posible gracias a la recuperación del Palacio de la Aduana, que ahora los acoge.

El proyecto de rehabilitación del Palacio de la Aduana ha puesto especial énfasis también en generar unas condiciones de conservación idóneas a partir de la puesta en valor de las condiciones favorables del propio edificio. La intervención, proyectada por el equipo formado por Fernando Pardo, Bernardo García Tapia y Ángel Pérez Mora destaca por su respeto a los valores del edificio histórico, al mismo tiempo que propone la incorporación de un lenguaje arquitectónico contemporáneo, especialmente en el diseño de la cubierta, que reconstruye la imagen original del edificio con una cubierta a dos aguas, similar en volumen a la desaparecida en el incendio de 1922, pero resuelta con un lenguaje arquitectónico contemporáneo.