Siempre hay que tener mucho cuidado con las cifras, pero, sobre todo, en los asuntos culturales -para eso dicen que somos de letras-. Demasiado a menudo gestores y políticos exhiben con la alegría que sólo da la ilusión -escoja usted la acepción que quiera de esta polisémica palabra- datos más o menos reales para sustentar sus hipotéticos éxitos. Pero, claro, a veces las cifras en las letras aportan tendencias, explican hechos y muestran los caminos a seguir. Cierto es que no todas las pinacotecas tienen el plus, la garantía de llevar en su nombre propio el apellido de un genio que gusta tanto a los touroperadores como Picasso, pero la exquisitez asequible y con enjundia con la que se programa en el MPM demuestra que sus responsables no se duermen en los laureles, que persiguen obsesivamente la excelencia. De ahí que el hecho de que un museo casi alcance en su decimotercer año de vida los balances numéricos de su primera temporada quiere decir muchas cosas. Y todas buenas. Ya hemos olvidado los palos que algunos le dieron al MPM cuando los números no acompañaban tanto. Ahora resulta obvio asegurar que el Museo Picasso Málaga es la aventura mejor diseñada, ejecutada y gestionada en el universo cultural local, que fue el acicate, el estímulo y la inspiración del reciente boom museístico y que supone el estándar de calidad al que aquí se aspira. Y le acompañan las cifras porque, a veces, en esto de los asuntos culturales, las cifras dicen la verdad.