Nada que perder es una mirada punzante a la dejadez compartida frente al lado oscuro de la crisis. La estructura del espectáculo resulta muy interesante: ocho escenas que se van ligando sin que los personajes se repitan. Siempre tienen que ver con personajes de los que se ha hablado con anterioridad, porque en el fondo es una sola historia con múltiples intervinientes. Un profesor de filosofía va a la cárcel a pagar la fianza de su hijo acusado de colaborar en el incendio de un vertedero de basuras. Un chico normal, dirían en la tele. Es el desencadenante de una panorámica que nos va mostrando quiénes estaban detrás de ese incendio, qué pretendían y cuáles eran los objetivos. Esa historia que es la de un padre preocupado por su hijo se va transformando en la de funcionarios contratados a dedo que cierran los ojos para tapar el extravío de los jefes, que a su vez buscan conseguir el mayor poder en un andamiaje de corrupción que implica a altos cargos de un ayuntamiento. Y, sin embargo, no queda de lado la humanidad de cada personaje. Los vemos justificarse, hasta podríamos decir que los comprendemos. Todos parten de unos principios que se sustentan en proteger lo que es suyo y que con mucho esfuerzo han logrado a lo largo de años de sacrificio. La pregunta es: si yo estuviera en el lugar de alguna de estas personas, en su circunstancia, ¿realmente cómo actuaría? ¿Me justificaría y tendría mi conciencia tranquila? Y cuando pido justicia, ¿de verdad quiero que la justicia sea igual para todos, incluido yo? Preguntas que quedan en el aire incluso antes de empezar el espectáculo porque ya los actores se encargan de hacértelas personalmente mientras te sientas en el patio de butacas. Un elenco, por cierto, que demuestra el talento para llegar a convencer al espectador de la veracidad de personajes complicados y que además llegan a dibujar diferente en cada nuevo cuadro. Espectáculo imprescindible en que puede sugerir controversias, y lo busca, que no coloca en el pasado los conflictos que estamos viviendo, si no que los representa vivos.