David García-Intriago, o lo que es lo mismo la compañía La Líquida, ha creado un nuevo juego del que disfrutar no sólo por la risa, abundante, y una invitación a degustar un plato de Olla Podrida, sino por lo inteligente de su verborrea. Incansable. A este hombre no hay quien lo calle. Lógico. Se trata de amenizar con El Quijote un buen rato en el que si no andas avispado su cercanía te convierte en algo más que espectador y te transforma en cómplice. Sabe hacerlo muy bien, sin que nadie pueda temer lo más mínimo, porque no se trata tanto de hacer intervenir al espectador-comensal sentado a la mesa de la hospedería, como de convertirlo en sujeto directo de las emociones que transmite. De El Quijote se lo sabe todo, hasta lo que no está escrito. Y lo que no viene en las páginas del libro es hacia dónde le llevan sus reflexiones y comparaciones. Un torbellino de propuestas ingeniosas que abarcan la correlación más graciosa y la reflexión más profunda. Sea como sea, un texto muy elaborado que le proporciona múltiples posibilidades para que el espectador se mantenga siempre a la espera de lo próximo. Y que acompaña con un número de personajes que aparecen y desaparecen, que se combinan entre sí y vuelven a desaparecer hasta dentro de un rato donde los reconoces porque están tan bien definidos que no hace falta que les vuelva a poner nombre.

El rapsoda y pícaro personaje se luce en momentos memorables cuando se transforma en Teresa Panza y se triplica entre pícaros y poetas vehementes. Un alarde en el que a veces uno queda pensando si no será que el actor tiene en el fondo un grave problema de personalidad múltiple. La estructura es sencilla en el plano más grande: se nos presenta, nos cuenta lo que va a hacer y lo divide en puntos como capítulos. Entre medias, el lugar nos ofrece el menú. Pero en el plano profundo hay una intencionalidad satírica que va más allá de la comparativa con la actualidad y se centra en las motivaciones del hombre. Hombre que pasa hambre, pero no sólo la que viene del estómago, sino la que se comería el mundo por el deseo de conseguir objetivos, de alcanzar anhelos. Hambre de vida. Y él nos proporciona un menú de ánimo para que nos lancemos y seamos capaces de saciar ese apetito sin dietas ni control. Un espectáculo redondo, donde la parte formal, muy limpia, muy bien conducida, se ve arropado también por las excelentes interpretaciones musicales de María Prado con su violonchelo o guitarrón como renombra el trovador García-Intriago.