Orquesta Filarmónica de MálagaTeatro Cervantes

Director: Daniel Raiskin. Programa: Sinfonía nº 3 en la menor (inacabada), de A. Borodin; Suite La bella durmiente, op. 66a, de P. I. Tchaikovsky y Sinfonía nº 5 en si bemol mayor, op. 55, de A. Glazunov

Para buena parte de los aficionados el gran sinfonismo ruso tiene sus límites en la integral sinfónica de Tchaikovsky, especialmente su tríptico final. El resto lo conforman una suerte de páginas que con mayor o menor fortuna ha calado en el repertorio de forma desigual. Pero Tchaikovsky representa una arista más dentro de un cuadro común, prolífico y sorprendente, que arranca bien entrado el diecinueve y que llega hasta nuestros días transformado en una de las grandes escuelas musicales. Esa sería la apuesta presentada por la sólida batuta de Daniel Raiskin al subir al podio de la Filarmónica, desde una visión personal, alcanzando cotas sonoras que en otros programas hubieran pasado desapercibidas.

Miembro del Grupo de los Cinco, Borodin representaba el peso de la fuente inagotable de temas entresacados del folklore ruso que alimentaría los presupuestos estéticos del movimiento nacionalista de su centuria, frente al estilo más refinado y occidental de Tchaikovsky o la firmeza estética defendida por Glazunov. Raiskin, de pulso firme y control dinámico flexible, centraría la interpretación de la sinfonía (y de todo el concierto) en la exposición clara y en ocasiones densa de las obras en concierto. De la introducción oscura mostrada por las maderas en el moderato marcaba distancia con el desarrollo del tiempo más luminoso y brillante apoyado en la sección de cuerdas. Un tema desechado de El príncipe Igor centra en el scherzo, de ambiente popular y festivo que lo atraviesa hasta la coda final chispeante y marcada.

Cinco fragmentos conforman la suite orquestal de La bella durmiente propuesta por Ziloti, en ellos queda patente el sentido dramático y extremo del genio ruso, pero también el dominio de la paleta orquestal, el sentido contrastante de los números o la propia fuerza desgarrada que imprime en el pentagrama. Raiskin junto a la OFM se fijó en la propia energía de los motivos acentuando bronces y percusión frente a la fragilidad cristalina de las cuerdas. Quizás una versión particular y personal pero sin duda indiferente teniendo en cuenta la convicción y unidad mostrada a lo largo de la página. La quinta de Glazunov cerraba el programa propuesto por la Filarmónica. En ella el director invitado concentraría los esfuerzos en la propia idea de música abstracta, pura escrita por Glazunov. Daniel Raiskin no sólo nos dejó el reflejo de una escuela sino también la convicción de una batuta más que solvente en el podio de la OFM.