El amigo Carsten, en sus últimas horas de vida, pidió como último deseo un cigarro y una copa de vino para contemplar su último atardecer en un hospital de Dinamarca.

Es la única noticia que me ha hecho levantar la mirada y atender al plasma esta santa semana que no me haya dado vergüenza ajena; la mayoría del tiempo el personal pierde el cable a Tierra y prefiere mandar flotas militares a costas que nunca van a pisar, perder el tiempo en tirarte sus prejuicios y motivaciones a la cabeza, que si tienen vulva, pito, cuernos, si te duchas para protestar por los animales, si pasas por al lado de mis sillas ilegales te abro la cabeza a golpes y provoco una estampida cofrade, que si la alcaldesa agnóstica de Madrid no se quiere vestir de mantilla, me lío a machotazos con las focas en Canadá o si protestamos o no lo mismo por un bombardeo en Siria que por un penalti del Barcelona. La mala baba inunda el día a día, la escopeta siempre limpia, armada y cargada hasta el borde, no es que vayamos para atrás, es que nunca hemos ido hacia delante. Dicen que está de moda el estilo de los cincuenta, pero no el de posguerra que aquí lo entendemos todo al revés.

En la tele se cazan a trolls que maltratan y atemorizan mujeres, después se busca al contratista que dejó tiradas a unas familias con la casa a medias; en otro canal pipiolos que se han hecho de oro vendiendo un falso medicamento contra el cáncer, o una cámara oculta grabando a niños de diez años haciendo pasar un infierno a un compañero de clase... Realmente quiénes son mayoría, los hijos de puta o la gente buena.

Igual que muchos se creen clase media, la mayoría se cree gente fetén, sin darse cuenta de que la gran parte de su tiempo se comportan de forma egoísta, malpensante y prejuciadora contra el que tiene delante, la alta estima en que se tienen a sí mismos, en un país donde cualquier padre habla maravillas de sus hijos, pero después está llena de adultos con muchos déficit importantes. Pequeños gestos que se suman a la corriente hijoputista que reina estos días, por no hablar de la mayor lacra que es la que alimenta y da vía libre a todo: el silencio. El que calla al ver actuar de mala manera, el que se mantiene al margen, el que llega a casa resoplando por salir ileso, el que tira a los pies de los caballos, los que malmeten, los pechofríos que tiran la piedra y esconden la conciencia, je suis Charlie a ratos, el bienquedismo y la postura cara a la galería.

Este hombre, a horas de su muerte, quiso disfrutar de un buen vino blanco y un cigarro mentolado, su último atardecer y la compañía de sus médicos y seres queridos que hicieron lo imposible para que pudiera disfrutar de un momento tan cotidiano.

Lo tenemos todo el tiempo en las narices. La vida misma, estamos vivos y todos los días amanece y atardece siendo siempre igual de maravilloso. Tus padres están ahí no solo para hacerle fotos y comentarios cariñosos en Instagram y Facebook, para luego solo tener contacto una vez al mes cuando vais al cine y le dejas al nieto. Tu mujer, marido, novio, novia, pareja o compañero de vida, que la rutina solapa con el fango del día a día, ese tipo que estaba loco por ti, o esa chica que te escribía a todas horas para decirte «te quiero», ahora os veis todo el día resoplando, discutiendo y quejando por todo. Es difícil mantener lo que se quiere, porque exige mucha energía diaria, la vida no lo pone fácil, pero os aseguro que en este mundo es más difícil encontrar amor y cariño de verdad que una pistola sin número de serie.

La gente se echa las manos a la cabeza con las palabras de Samanta Villar, «Los hijos restan calidad de vida»: el que tenga un poco de sentido común, honestidad y haya sido padre no lo puede negar, sobre todo lo suscribirá cuando el cuñado de turno le compre al niño una corneta o un tambor de juguete en un puesto de la Alameda. Bromas aparte, el intento continuo de aparentar felicidad, que todo está controlado y la homogeneización del pensamiento para no destacar para bien o para mal... Cuidado, la vida es otra cosa y pocos tienen la suerte de que les regale algo sin un mínimo de empeño. Ser consecuente ofende, así que demos gracias a que nuestro amigo Carsten, que ya estará en algún lugar, no tuvo que irse escuchando «soy el novio de la muerte» y sí lo hizo como le dio la gana: una calada y un trago largo. «Hay que ser disciplinado en todo, hasta en la frivolidad» (Francis Bacon).