La Filarmónica Frente al MarAuditorio Edgar Neville

Solista: Alfredo Ferré Martínez, violonchelo.

Director: Alejandro de Palma Garrido.

Programa: «Ruy Blas», op. 95 Obertura, de F. Mendelssohn; Concierto para violonchelo y orquesta en la menor, op. 129, de R. Schumann y Sinfonía n 5 en mi menor, op. 64, de P. I. Tchaikovsky

Las pruebas del éxito podemos descubrirlas no tanto en el atractivo de las localidades, como la flexibilidad del formato que da cabida a jóvenes solistas e incipientes batutas. El ambiente, aún siendo serio posee un toque más distendido fruto de la media de edad sensiblemente más baja que domina estos conciertos, en comparación a los abonos en el Cervantes. También el encanto de las obras en programa atraen a los aficionados como ocurriera el pasado viernes donde Mendelssohn, Schumann y Tchaikovsky protagonizaron el último concierto del ciclo, con el cello solista de Alfredo Ferré Martínez y la batuta de Alejandro de Palma Garrido.

El romanticismo alemán y el nacionalismo ruso ocuparían la atención de la Filarmónica en su propuesta para la clausura del ciclo La Filarmónica frente al Mar. La Obertura de «Ruy Blas», pàgina incidental, de Mendelssohn inauguraba el concierto. De Palma ofrecería una lectura sin grandes complicaciones en cuanto a dinámica y tiempo en contraste a las reservas que suscitó al término de la interpretación de la quinta de Tchaikovsky. Equilibrio y acento en los temas proporcionaron el encanto que distingue la música del compositor alemán.

Y del equilibrio del Mendelssohn al virtuosismo desbordado de Schumann y su Concierto para cello. Partitura que internamente se organiza sobre tres tiempos contrastados aunque en la ejecución, los movimientos se suceden sin interrupción. Alfredo Ferre daría alas a una interpretación algo justa en el plano orquestal. Los tiempos suspendidos marcados por de Palma de alguna forma restaban soltura a la intensidad lírica mostrada por el chelista español. Destacar el sentido cíclico de la partitura que en manos de Ferre se reviste de coherencia interna lo que favorece un discurso bien dosificado hasta la cadenza acompañada que emboca la conclusión del concierto.

La segunda parada del tríptico sinfónico escrito por Tchaikovsky tiene en la Quinta Sinfonía su protagonista. Acogida sin mucho entusiasmo en el estreno, no sería hasta la audición alemana cuando realmente alcance cierta consideración. En la actualidad es una de esas «obras gancho» que su programación llenan un auditorio. Cuestión aparte es su recreación por el conjunto y la batuta. Pobre, resume el papel ofrecido por la Filarmónica y muy peculiar la dirección marcada por Alejandro de Palma. Frente a una sonoridad brusca, seca y escasamente empastada, se sumó una dirección con tiempos pesados, lentos e innecesariamente alargados hacia ningún destino. La inexpresividad del tercer tiempo, contrasta con el velado del primer andante fruto de la escasa atención a las modulaciones, más bien desatendidas, creando lagunas en la sucesión de los motivos. El finale puso de manifiesto que Tchaikovsky no se improvisa y que no precisa de aportaciones porque la fuerza interior de la Sinfonía está plasmada en el pentagrama, sólo hay que respirarla.