No siempre se está confortable al amparo de una discográfica multinacional; muchas veces, la independencia garantiza más satisfacciones, y no sólo en cuanto a la libertad artística. Que se lo pregunten a Carlos Goñi, renacido desde la publicación, sin un gran sello, de Capitol, el disco que presenta hoy (22.00 horas) en acústico en La Cochera Cabaret.

¿Qué tal la gira?

Estoy feliz. No sé cuándo fue la última vez que pude colocar ocho temas de un disco nuevo dentro del repertorio y que la gente estuviese encantada. No es tan sencillo.

La gente suele pedir los grandes éxitos.

Es lo normal. Al final, tu último álbum es la excusa para ir a verte, pero el motivo es tu carrera. Yo voy a ver a los Stones y no tocan Honky Tonk Women y salgo con un cable. En serio, estoy muy feliz. Es una de las giras más bonitas que he hecho en mi carrera.

Y está funcionando el disco, que hoy en día es decir mucho.

Es otra de las cosas por las que estoy feliz. Reconozco que cuando decidí irme de Warner, un poco de vértigo sí tuve. Después de 27 años ahí, te lo piensas. Y encima mis compañeros me decían «Carlos, no te vayas, que fuera de las multinacionales hace mucho frío». Y pasó todo lo contrario, lo mire por donde lo mire. El disco sigue en lista de ventas después de nueve semanas, y las radios y la prensa se están portando maravillosamente. Todo lo que he encontrado hasta ahora han sido ventajas.

Usted ha tenido ocasión de ver la evolución de la música y mucha gente dice que la cosa va a peor. ¿Cómo lo ve?

Cada época tiene problemas distintos. Es indudable que se venden cada vez menos discos que nunca, porque en España existe un problema legal, que los gobiernos son tan sumamente inútiles y tan cobardes, en líneas generales, que no se atreven a meterle mano al avispero, para no encontrar votos en contra de la juventud cuando les digan: «Señores, se ha acabado el chollo». Y además, la cultura no es algo que importe en exceso, es mucho más importante agarrarse al carro de los cuatro listos que dicen que la cultura tiene que ser gratis. Cuando no es así. El día que yo ponga en mi ordenador «merluza del pincho», le dé al enter y me aparezca una merluza encima del teclado, juro que regalo la música. Pero eso no ocurre.

Su último álbum cambia mucho respecto al anterior.

Al final, acabo pensando que todos los álbumes son distintos capítulos de un mismo libro. Creo que el único libro que tenemos es el de nuestra propia vida, y es el que vamos escribiendo. Lo que ocurre es que en Babilonia, el anterior, estaba muy enfadado conmigo mismo y con el mundo, y en este no ha sido así. Con todo lo eléctrico que tenía Babilonia, en este me apetecía hacer justamente al contrario, lo que me gustaba es que cualquier persona que escuchase el álbum pensase que se lo estaba cantando al oído.

En todo caso, usted tiene la ventaja de lo reconocible. ¿O es un inconveniente por el miedo a repetirse?

El sello y la marca personal es una cárcel que buscamos todos desde que empezamos. Tengo un amigo que dice que si yo cogiese el OK Computer de Radiohead y lo grabase sonando al revés, en el momento en que me pusiese a cantar la gente diría «esto es Revólver». Y es cierto, porque la voz es la mía, y acabas teniendo un sello. Al final, de lo que se trata es de hacer las mejores canciones posibles y que esas canciones conmuevan. Lo que me fascina es tocar solo, mucho más que con banda. Cuando consigues emocionar con eso no hay nada más arriba. Lo que tiene este álbum distinto a los demás es que es muy poco conceptual, es un disco de canciones que creo que tienen entidad y creo que la fortuna me ha sonreído. Y aunque siempre he cuidado muchísimo los textos, sí que hay un escaloncito que he subido respecto a otros. Sí es verdad que las canciones son clásicas, y eso nunca me parece malo. Yo a John Hiatt y Tom Petty lo único que les pido es que sigan haciendo canciones maravillosas, que no es poco.