El último beso, de Jerónimo Cornelles, dirigida por el propio autor, se estrenó en Factoría Echegaray dando continuidad al proyecto municipal. La obra nos presenta a una mujer en la sala de espera de un hospital privado donde permanece ingresado en coma irreversible su esposo. Ella ha de encontrarse con un psicólogo que la asesorará sobre la decisión que ha de tomar: aplicar la eutanasia al paciente. Y es en esa espera cuando aparece otro personaje, una mujer que ha sido durante los dos últimos años amante del internado. Se da la paradoja de que es un transexual y profesora de saxo con quien el hombre tomaba lecciones, lo que deja perpleja a la legítima que ya sospechaba que su marido se las entendía con la profesora. Pero el conflicto empieza realmente cuando la segunda reclama su derecho a decidir sobre la vida del amado. Ahí da comienzo una muy interesante diatriba entre quien considera que es el amor lo que la legitima y quien sostiene que es la legalidad de su vínculo lo que le otorga ese poder. ¿Realmente quién puede tomar esa decisión? Ya no es la decisión moral acerca del derecho a morir de un desahuciado, ahora consiste en decidir quién ha sido más amado y por tanto puede tener ese poder sobre la vida de alguien que no lo ha expresado formalmente antes del fatídico accidente. Ambos personajes exponen sus argumentos, pero a la vez descubrimos que realmente ninguno de los dos quiere cargar con la sentencia; realmente lo que quieren es otorgarse el título de primera dama. La discusión viene, además, con tiempo límite: por algún motivo legal el psicólogo y tercer personaje apremia a ambas a firmar en un plazo breve. Este personaje carga a su vez con una historia personal que se entremezclará con la de los dos anteriores para ofrecer un contraste que en cierto modo alivia la tensión del drama. Lo cierto es que el tema, magníficamente planteado y que abre estupendas expectativas, comienza una deriva hacia otros aspectos que tal vez, por numerosos, no terminen de concretarse. Así en los relatos de vida cada cual cuenta las dificultades por las que han pasado; la existencia de dios, la problemática transexual, la necesidad de vivir el presente... No obstante, las interpretaciones, siguiendo el ritmo magníficamente marcado por la dirección, logran verosimilitud y emocionar en muchos momentos. Un sobresaliente monólogo de Pablo Fortes que llega a lo más hondo y la magnífica creación de personaje de Alejandra Cid se llevan los mayores aplausos.