¿Qué lugar ocupa Por un perro sin tumba en su producción?

Es el cuarto libro que publico y el segundo que escribí. Es una reflexión sobre el mal, la violencia y la compasión, pero tenía que darle una estructura novelesca y me ha salido el género negro. Es una novela relativamente extensa (350 páginas) que contiene mucha historia de España, sobre todo la historia más abyecta y dura, y donde aparece como telón de fondo el maltrato animal. Se desarrolla en Málaga, un tablero de juego al que yo llamo La Ciudad.

¿Por qué ha elegido su relación con los animales para mostrar los extremos a los que puede llegar el ser humano?

Porque escribir es en cierta forma liberar demonios internos, y el maltrato animal es uno de esos demonios, que me genera mucho dolor, mucha angustia. El ser humano es una cosa muy extraña, muy compleja, capaz de lo mejor y lo peor. Un humano puede coger una sierra eléctrica y aniquilar a perros indefensos de una perrera, y otro, sin embargo, es capaz de jugarse la vida para que dejen de celebrarse las anacrónicas corridas de toros. Todo eso me interesa enormemente, la complejidad del alma humana, y tratarlo literariamente era un reto.

Escribió en un artículo para el suplemento Libros de este periódico que, por fin, en España el noir está llegando a «un óptimo nivel de calidad». ¿Tiene características propias la novela negra patria?

Si con algo doy la lata es con mi preocupación por el estilo literario y la ambición formal, que ya no se ve apenas. El noir está en auge, y se escribe tanto que por simple proporción hay bastante calidad. No me gusta hablar de grupos, ni de novelística, ni de tal o cual tendencia ni moda. Me interesan las buenas obras, y nada las malas, así de sencillo, y resulta que de las novelas actuales de mi generación me gustan muy pocas cosas, algo que seguro tiene que ver con mi necesidad de escribir. Uno siempre cree que puede hacerlo mejor que los demás.

En ese mismo texto asegura que el género negro es una especie de tabla de salvación lectora para usted, habida cuenta de por dónde van los tiros de las nuevas generaciones literarias. Me gustaría que abundara más en ello.

No exactamente eso, a veces me paso y digo cosas exageradas, me gusta la provocación. Pero de las últimas veinte novelas que he leído españolas -por poner un número- me han gustado más las que tienen que ver con el noir que las que no. Tratan temas que no dejarán de interesar nunca al ser humano: el misterio, la muerte, la violencia, etcétera, y algunas están muy bien escritas. Las otras, de las que me quejo, son las que se hacen pasar por literarias y tienen unos argumentos fútiles y un estilo que deja mucho que desear. El resto, el 90%, son best sellers de corte anglosajón, así que estamos perdidos si no nos elevamos.

¿Qué lugar cree que ocupa usted dentro de su generación literaria?

No sé de qué me habla... Para mí la literatura es otra cosa. Estoy hablando contigo con una bata blanca puesta. Soy un boticario obsesionado con la lectura que de vez en cuando escribe un libro con el que pretende hacer cosas diferentes y cuidar el estilo. Yo realmente sólo sé de cuatro cosas: de mi profesión, de historia, de la guerra civil y bastante de Grecia y el Imperio Romano.

Meses después de su publicación, ¿qué experiencia y bagaje ha extraído de su primer libro de relatos, Cuaderno de incertidumbre?

Me siento muy cómodo en el cuento, la verdad. Sigo escribiéndolos, además. Ese libro me gusta mucho, pero es verdad que el cuento es aún minoritario en España, y yo soy minoritario también, así que el libro sigue lentamente su difusión, porque no es un libro fácil. Cuaderno de incertidumbre le gustó mucho a gente que yo tengo en altísima consideración literaria, y para mí eso es suficiente. Mis editores piensan otra cosa, pero qué le vamos a hacer. Ojalá que consigamos llegar a un público mayor con Por un perro sin tumba. Me da que sí: los primeros lectores están muy contentos.