Tristana, la novela de Benito Pérez Galdós, se hace teatro en el Cervantes con Olivia Molina de protagonista. La historia de una época tan lejana como finales del siglo XIX en la que la burguesía tenía unas rigurosas normas de comportamiento que si no cumplías te dejaba fuera, es la de esta muchacha de nombre tan peculiar. Se habla de cómo en este personaje destaca un componente precursor de las heroínas feministas. Lo cierto es que Tristana es la hija de unos amigos de Don Lope que tras quedar huérfana es recogida en su hogar. El tutor, un hombre mayor, que en sus mocedades era considerado un libertino y despilfarrador, sin embargo, bebe los vientos por la niña. Lo cierto es que es él quien mete en la cabeza de la joven ideas revolucionarias para el momento: la independencia de la mujer. Y tal vez por eso, por esas ideas enraizadas, porque tras estar encerrada el tiempo riguroso de uno o dos años de luto sin salir a la calle ni ver un joven de su edad, o puede que por probar o por admiración hacia el hombre maduro, la joven sucumbe... No es Tristana la gran heroína, es una mujer que lo intenta. Y Olivia Molina encarna muy bien ese rol. Aunque podía haber mostrado una evolución más arriesgada, le da una vida y una credibilidad indispensables para ese personaje, un tanto folletinesco, que de otro modo sería difícil indultar en la actualidad. Una contemporaneidad un tanto forzada en la dramaturgia que peca de querer destacar ese compromiso feminista en detrimento de los valores personales del personaje. Aunque sí logra desarrollar de la novela una narración magníficamente teatralizada. Y de teatralización hablando, de saber dominar tablas, es Pere Ponce quien se lleva la palma.