Su nombre puede que no nos diga mucho: Martin Karl Sandberg, para la industria del disco, Max Martin. Sin embargo, este compositor sueco afincado en Los Ángeles cuenta con un bagaje musical de más de 130 millones de discos vendidos; ha colocado en las listas americanas más números uno que la mismísima Madonna, los Beatles o Elvis Presley. De este compositor en la sombra y de otros fenómenos de la industria de la música popular se ocupa el libro La fábrica de canciones. Como se hacen los hits, del periodista norteamericano John Seabrook, redactor y articulista del New Yorker, autor de ensayos de éxito sobre internet y la cultura pop.

Publicado originariamente en el año 2015, el libro se ha convertido en la nueva biblia de la música popular en los tiempos de Itunes y el streaming. Una reveladora crónica sobre la trastienda de la industria del disco y la creación de esos grandes éxitos que inundan las plataformas sociales capitaneadas por los nombres de Taylor Swift, Beyoncé, Rhianna o Kate Perry. La reciente historia de una industria, la del disco, que vio las orejas al lobo el día en que sus ventas cayeron en picado y a marchas forzadas tuvieron que adaptarse a los nuevos modos y formatos. Con rigor periodístico y amenidad-el libro está lleno de historias y anécdotas- y precisión de documentalista, Seabrook narra la transformación de la industria musical, desde aquellas oficinas históricas de creación de éxitos populares, el Tin Pan Palley con nombres legendarios como George e Ira Gershwin, Cole Porter, Richard Rodgers, el célebre Brill Building, en la década de los sesenta, donde trabajaban autores como la pareja Gerry Goffin y Carole King, Neil Sedaka o Burt Bacharach a las actuales fábricas de hits al servicio de los nuevos ídolos del pop.

Mientras en aquellas primeras fábricas pioneras donde se creaban los éxitos para consumo juvenil, la realización de canciones se basaba todavía en un arte artesanal, más artístico que industrial, el modelo actual se ha transformado en un sofisticado y complejo engranaje como señala Seabrook formado por un ejército de auxiliares y colaboradores del compositor y letrista con sus respectivas misiones y especializaciones en la forja del hit o éxito. La secuencia de aquella canción compuesta por un músico al piano, a la que se le añadía unos arreglos y seguidamente se grababa en el estudio ya forma parte de la música decimonónica.

En estos nuevos modelos de fabricación de hits se encuentran las writing camps patrocinadas por las casas de discos, donde se invitan a equipos de compositores, letristas, productores musicales, ingenieros musicales a trabajar conjuntamente sobre un proyecto discográfico destinado a convertirse en un álbum de éxito. La estrella, en este caso Rihanna o Taylor Swift, entrará en acción en la última etapa del proyecto solo para sumar alguna palabra a la letra o sugerir un giro vocal u otro detalle secundario. Detrás de estos procesos cada vez más complejos y por otro lado racionalizados, se halla una cultura musical nacida hace más de dos décadas en la Europa del norte, en Suecia, como patria de este pop a menudo despreciado que ha dado nombres como Europe, Roxette y sobre todo, el fenómeno Abba. Una serie de productores que han generado una buena parte de los hits de estos últimos años, de Britney Spears a Céline Dion. En ese grupo de productores nórdicos, desconocidos para el gran público, se encuentra Max Martin, uno de los protagonistas del libro de John Seabroock, y ejemplo de esa «hibridación sueca» capaz de absorber las más dispares fuentes: indie, rock, rhythm and blues, rock FM, country edulcorado, y sobre todo , hacer gala de ningún complejo a la hora de producir éxitos comerciales.

Si los estudios de marketing han demostrado que al oyente se le debe ganar en menos de siete segundos si no queremos que cambie de frecuencia, la construcción del hit como analiza John Seabroock en su estudio exige, como si tratara de una fórmula matemática, un sofisticado para enganchar a ese oído al que se quiere conquistar. Un hit o éxito donde el hook o ese gancho o motivo musical es la parte fundamental, el equivalente sonoro en la comida basura a lo que se conoce como el bliss point, ese punto de éxtasis para la boca del degustador. Ese momento en el que ritmo, melodía y armonía se funden, creando un momento de gozosa intensidad donde el que manda es el cuerpo sobre el cerebro. Nada de palabras complicadas o frases complejas. Como señala Seabroock, no hay que olvidar que «las canciones no son poemas, sino artefactos sonoros». Seguramente de haber creado en el año 2017 el reciente premio Nobel su canción Like a rolling stone habría tenido problemas para su difusión.