El año pasado la editorial Gallo Nero publicó un exquisito libro que respondía al título evocador, atractivo, de El hombre sin talento. Se trataba de un manga de Yoshiharu Tsuge, uno de los nombres propios del gekiga. Con ese término englobamos una importante veta del cómic japonés, el manga para adultos, costumbrista, reflexivo y personal, de autor en el sentido más nouvelle vague de la expresión. Quien quiera adentrarse en esta corriente de historieta japonesa habitualmente cadenciosa, de contenido hondo, a menudo agridulce y no pocas veces sujeto a la memoria personal tiene buenas muestras en el mercado español: Yoshihiro Tatsumi es autor de obras tan importantes como Una vida errante (volúmenes 1 y 2, Astiberri); Shigeru Mizuki acaba de ver publicada Hitler gracias también a Astiberi sobre, sí, la persona del genocida; Osamu Tezuka, el gran patriarca del manga (una suerte de Hergé para el cómic japonés en su consideración de patriarca continental) también se ha adentrado en la corriente. Y por supuesto debemos citar al recientemente fallecido Jiro Taniguchi con obras tan hermosas como El almanaque de mi padre (Planeta de Agostini).

El termino gekiga se atribuye a Yoshihiro Tatsumi, considerado el pionero de este creciente movimiento artístico japonés, que lo habría incorporado como rasgo de estilo de determinado manga a finales de los años cincuenta. «Imagen dramática» sería una posible traducción de la palabra nipona y define perfectamente el tono de La mujer de al lado, nueva obra que se edita en castellano de Tsuge. Porque Tsuge, efectivamente, es otro autor capital en el avance del manga por la senda del cómic más adulto.

Frente a El hombre sin talento, en este nuevo libro nos encontramos con diversos relatos breves y autoconclusivos, no una historia única. Pero lo que sí se repite es el retrato descarnado. No ya de una figura con ecos biográficos o de un pathos personal, caso de aquella obra, si no de una generación, de un momento. Casi de un país y una época, sin renunciar a pinceladas autobiográficas. En sus páginas conocemos matrimonios tristes, mujeres desencantadas, hombres derrotados sin oficio ni beneficio, barrios marginales, gente con ilusiones que se han truncado, o se truncarán a lo largo del relato. Seis melodías agrias, reluciendo un estado de ánimo, el de Tsuge, que alumbró (es un decir, son relatos en penumbra, hundidos) esta obra a lo largo de cuatro años y que tiene una doble virtud: nos habla del propio autor, quien en sus últimos días viviría en una depresión constante; y nos describe un país al que levantar cabeza tras la Segunda Guerra Mundial no le fue tan sencillo como puede hacer pensar el milagro japonés.

Todo el libro roza una elegancia superlativa y equilibrada, una calidad sosegada que coquetea con el abatimiento sin dejarse caer en él desde su portada, esa pareja que mira hacia la nada sin comunicarse. La soledad y cómo romperla, vencerla. La vida una como cuesta arriba. La mujer de al lado no es un compendio de haikus vivificantes, precisamente. Pero hay ocasiones en que merece la pena que reflexionemos las sombras, las nuestras y las de quien nos rodea. Las del mundo, de la existencia, incluso. ¿Demasiada trascendencia encerrada en un pequeño libro de manga? Juzgue el lector. Personalmente creo que Tsuge se cuenta entre los pocos grandes nombres propios capaz de conseguir, sin aspavientos, sin ruido, emocionar desde el detalle: una mirada, un silencio, los pequeños pormenores que jalonan las historias y se convierten en piezas fundamentales del puzzle... Nada parece sobrar en cada uno de estos relatos. .

Llegar a las cotas de amasijo de sentimientos que Tsuge logra con Paisaje de vecindad, mi cuento favorito de los presentes en el libro, no está al alcance de cualquiera. Parece mentira que un cómic creado hace décadas, por tanto ajeno a nuestro contexto social y político, pueda reverberar en nosotros, en la era de la gentrificación impenitente, como lo hace aquí el autor. Y a ese breve cuento le acompañan otros sorbos de sake, los que completan un manga importante, sin duda. Por cierto, la edición de Gallo Nero reincide en la exquisitez, y repite el diseño de El hombre sin talento, emparentando ambas obras con buen ojo.