Que la música es una aventura y un viaje mejor se lo preguntan a Chesko González, un músico de Vélez-Málaga que se ha recorrido un buen puñado de países con la guitarra a cuestas. «Me acuesto y me levanto pensando en música. Aunque he sido muchas cosas (desde historiador, profesor, hasta camarero), la música es mi modo de vida, mi trabajo en el presente. He vivido en Viena, Alemania, Bulgaria, Escocia y España, y siempre he sobrevivido con los conciertos que he dado», nos cuenta el joven, a punto de lanzar su más ambiciosa empresa musical: Diáspora, bajo el nombre de Atsigani; un viaje interior y exterior, hacia el pasado y hacia el futuro, entre lo íntimo y lo etnográfico, en el que el cantante y compositor busca sus raíces gitanas. El disco sale el próximo 16 de julio.

Curiosamente (o no tanto: hablamos, insisto, de un viajero empedernido), la búsqueda empezó muy lejos de casa. Nos lo relata él mismo: «Hace 5 años me mudé a Escocia y me llevé la Fender Stratocaster con la intención de seguir tocando allí, lo que resultó un poco difícil porque, siendo el Reino Unido la cuna del Rock, la competencia era bastante grande. Entonces pensé que lo mejor sería ofrecer un producto nuevo - y a la vez exótico - para el oído del británico. Comencé a interesarme por la música de mis raíces. ¿Sabe? En mi familia yo era de aquellos niños de los 90 como el anuncio de Embutido Molina Cortijo: -¡Tú, hamburguesa!. Mis padres eran amantes del flamenco y de la música folclórica, pero a mí nunca me entró lo suficiente para profundizar en ello. Lo que pasa es que cuando vives en el extranjero durante tanto tiempo, te conviertes en un ser melancólico, valoras tu cultura de una manera muy profunda. Tuve la suerte de que, en Edimburgo, conocí a Karel Kalaf, un dominicano que me enseñó los estilos latinos y yo, al mismo, le enseñaba algunos ritmos de flamenco y rumba que iba aprendiendo sobre la marcha», revela Chesko.

Diáspora es un viaje alrededor del mundo, desde el Este hasta el Oeste, terminando en España, que fusiona las raíces andaluzas con las influencias de los gitanos orientales. Y todo, registrado desde un estudio discográfico en Berlín, donde ahora reside el malagueño.

Atsigani

La palabra atsigani, un pueblo gitano, se mencionó por primera vez en Europa en el siglo 9, cuando el emperador de Bizancio confió en música gitana para contener una revuelta. «Esta palabra, este nombre trae un mensaje de una larga historia y de influencias culturales fuertes en muchas partes de Europa pero que permanece invisible hasta hoy», asegura el músico. ¿Los refugiados sirios de la época? «Por supuesto que sí. Los investigadores desconocen el motivo por el cual los atsiganis o gitanos salieron del Punjab (India) y llegaron a Europa y Oriente Próximo. Quizá fue la guerra, las hambrunas u otra cosa aún peor. Nadie quiere huir de su tierra por que sí, siempre hay un funesto motivo».

Como pueden comprobar, hay mucho de investigación y de etnografía en la aventura musical de Chesko González. ¿Qué cosas ha descubierto del pueblo gitano que le hayan hecho replantearte su visión del mundo? «He descubierto, por ejemplo, que los gitanos fueron el último pueblo nómada de Europa y que llegaron a España en el siglo XV; que durante la II Guerra Mundial los nazis intentaron exterminarlos por considerarlos de menor rango racial; que hubo un diputado durante la Transición en España, Juan de Dios Ramírez Heredia, que luchó por los derechos de los gitanos españoles; he descubierto que no todos los gitanos saben cantar o bailar, o tienen duende, siendo este un cliché que viene de largo. He aprendido innumerables cosas, sí».

Pero Diáspora también funciona a un nivel más, digamos, íntimo para su creador: «Este trabajo ha sido un encuentro con mis raíces, y con mis difuntos padres. Les debía esto. Antes de que fallecieran, yo era rockero y gritaba delante de un micro con una guitarra distorsionada [Chesko militó en varios proyectos de rock alternativo]. Supongo que me apoyaban porque era su hijo. Pero me habría encantado que ellos escuchasen este proyecto, para demostrarles que también sé hacer otras cosas».

Porque muchas cosas hace este joven, y casi todas, relacionadas con la música: «Ahora en Berlín también trabajo con niños y bebés bilingües dando clases de musico-terapia: empleo la música como motor lingüístico con la finalidad de que esos niños no pierdan el idioma español a través de canciones, juegos, ejercicios de psicomotricidad y danza improvisada». ¿A qué renunciaría por la música? «He renunciado a muchas cosas. Antes de marcharme de Málaga era profesor de Historia, trabajé en Escuelas Talleres y también realicé múltiples trabajos sobre la Guerra Civil en la Axarquía (incluso me publicaron tres libros). Cuando abandoné el país el idioma fue un impedimento para conseguir ciertas metas, sean cuales fueran... sin embargo, descubrí que la música es un lenguaje universal, internacional, que puede darte un sustento económico en cualquier parte del planeta donde residas».