¡Este es mi Frank Underwood! Capaz de filosofar sobre política a partir de los troncos que va colocando en la chimenea, dispuesto a empujar por unas escaleras a quien le ponga obstáculos y dispuesto a arrojar gasolina al fuego para que el incendio le permita encontrar vías de escape.

¿Un monstruo? Sin duda. No será él quien lo desmienta. Pero en la quinta temporada de House of cards tiene una rival de cuidado: ella. Su esposa. Sí, la mujer aparentemente gélida que reserva sus momentos más ardientes para ese desamparado escribidor de discursos que la ama tanto que hace el tonto por ella. No lo pone fácil la serie para engancharse a su nueva entrega.

Dejando al margen cuestiones de credibilidad (¿si este presidente de pasa todo el tiempo conspirando y evitando conspiraciones, ¿cuándo demonios gobierna?), la serie tiene unos primeros capítulos de tanteo con problemas de ritmo y un exceso de tiempo dedicado al gran enemigo político de Underwood, que no acaba de cuajar como personaje a la altura de semejante depredador. De ahí que toda la parte dedicada a la pugna editorial, con los abracadabrantes chanchullos de Underwood para no perder sin ganar resulten tan poco convincente, aunque sin duda es entretenidver cómo intentan vendernos gato por liebre.

Entre salpicaduras propias de estos personajes sucios hay momentos sorprendentemente «limpios», como la inesperada declaración de Underwood a su mujer («Eres la persona a la que más he amado» o esa escena irresistible en la que la pareja repite el diálogo que se saben de memoria del gran clásico de Billy Wilder Perdición, que se proyecta ante y tras ellos. Peros: la ligereza con la que se abordan asuntos tan graves como las amenazas terroristas, patinazos como el coito del escritor en la sala de prensa o algunas vueltas de tuerca dramáticas tan forzadas que resultan grotescas. Menos mal que aún queda combustible suficiente para alimentar la maquinaria de maldad que los Underwood manejan como nadie, y en la que la esposa (insuperable Robin Wright, que además dirige los mejores episodios) muestra unas desconocidas habilidades para el crimen en grados de pronto brutales.

Cuando un personaje le espeta que «eres una zorra despreciable» a ella se le nota en la mirada el placer de sentirse peligrosa. No en vano también se gana el derecho a hablarle a la cámara como en los mejores momentos de su marido, al que los guionistas le reservan un discurso salvapatrias como el de Jack Nicholson de Algunos hombres buenos, aunque sus monólogos más incisivos siempre llegan cuando le habla directamente a los espectadores, a los que tampoco deja fuera cuando se trata de soltar algún rapapolvo. «La neutralidad no existe, si no eres totalmente fieles eres un enemigo». Los enemigos rodean a Underwood sin sospechar que el mayor de todos lo tiene bajo su mismo techo. «Bienvenido a la muerte de la era de la razón». House of cards, con sus trampas a porrillo y sus trucos de trilero avezado, aprueba por los pelos su quinta temporada aunque queda lejos de sus mejores logros y la sombra de la autoparodia aceche en el horizonte.

Dice Frank: «El pueblo estadounidense no sabe lo que le conviene. Yo sí. Sé exactamente qué necesita el pueblo. Son como niños, Claire. Los hijos que nunca tuvimos. Tenemos que limpiarles las manos y la boca. Enseñarles a distinguir el bien del mal. Decirles qué pensar, cómo sentirse y qué querer. Incluso necesitan ayuda para escribir sus fantasías más salvajes, para desarrollar sus peores miedos. Por suerte para ellos... me tienen a mí. Te tienen a ti». Claire, tú mandas.