Cuando los asistentes al parisino Salón de Otoño de 1909 estuvieron delante de las obras de Kandinsky y Alexéi Jawlensky, los halagos fueron unánimes. El mundo del arte recibía a los dos pintores rusos como "feroces creadores" capaces de llevar el color hacia lugares hasta la fecha poco transitados. Y por ello no es casualidad que ambos hayan protagonizado de forma consecutiva sendas exposiciones en el Museo Ruso de Málaga. Según aseguró la directora artística del Museo Estatal Ruso de San Petersburgo, Evgenia Petrova, "son muchas las conexiones entre Kandinsky y Jawlensky", que además de paisanos fueron amigos y colegas fuera de su país natal. La exposición ´Alexéi y Andreas Jawlensky: la aventura del color´ viene a colocar en su justo lugar al creador reconocido como "el maestro del color" y a su hijo Andreas, que aunque siempre vivió a la sombra de su padre quiso buscar su propio camino en su obra.

La exposición, compuesta por una treintena de piezas procedentes del Museo de San Petersburgo y de colecciones privadas suizas, recorre distintas etapas de la obra de Jawlensky, que inició su camino como creador en Rusia, donde estudió junto con Iliá Repin y admiró los lienzos de Valentín Serov, Konstantín Korovin y otros maestros del realismo y el impresionismo, antes de partir a Alemania en 1896, donde continuó su formación en la escuela de Anton Ažbe junto a sus amigos Ígor Grabar, Dimitri Kardovski y Marianne von Werefkin. A diferencia de Kandinsky, con quien militó en el grupo expresionista El Jinete Azul, creado en Múnich en 1911, Jawlensky se inspiró sobre todo en la realidad, en la naturaleza, en los seres humanos y sus rostros, que reflejaban sus estados de ánimo y sentimientos. Al final de su vida, el artista se quedó prácticamente ciego y las obras de esta etapa, también presentes en la muestra malagueña, se vuelven más simples, porque «intentaba hacerlas casi de memoria», declaró Petrova.

Por su parte, a su hijo Andreas le interesaba mucho más que a su progenitor el mundo que lo rodeaba: la naturaleza, la gente y la vida. Sus obras se caracterizan por el predominio del color, del sol y del aire. Poseedor de un estilo genuino y de un repertorio temático propio, la obra de Andreas Jawlensky constituye una interesantísima página del arte europeo de mediados del siglo XX. La muestra se completa con distintas obras de creadores de la época como Ígor Grabar, Olga Della-Vos-Kardóvskala, Dimitri Kardovski, Iliá Repin y Valentín Serov.

De otro lado, Carteles de la Revolución brinda una celebración del centenario de la Revolución Rusa que llevó a los bolcheviques al poder. La muestra, compuesta por carteles y fotografías de la época, realiza un recorrido por uno de los episodios más conocidos de la historia de este país.

Además de un medio de expresión artístico, los carteles fueron un instrumento de propaganda que marcaba las diferentes corrientes, usando una simbología fácilmente identificable. La consigna era emplear un lenguaje breve y combativo, tomando como punto de partida las imágenes y estética populares, además de influencias modernistas y de las vanguardias rusas.

Las corrientes ideológicas encontraron en los carteles el vehículo idóneo para llegar a cualquier segmento de la población. A su vez, muestran dos vertientes diferenciadas: por un lado, aquellos que son un reflejo de un futuro esperanzador y, por otro, los que incitan a la revolución proletaria.

Los diferentes artistas mostraban en sus trabajos temas como la guerra, la lucha contra la burguesía internacional, la propaganda antirreligiosa, la falta de recursos económicos o el analfabetismo del pueblo. Ciudades como Petrogrado, que en la época soviética pasará a llamarse Leningrado para volver a ser, en la actualidad, San Petersburgo, fueron la sede de parte de estos movimientos gracias en parte a la puesta en funcionamiento en los años 20 de la Agencia Telegráfica Rusa (ROSTA). Nombres como Vladimir Kozlinski y Vladimir Lébedev destacaron en esta época.