Con la muerte de Tobe Hooper desaparece otra figura esencial del moderno cine de terror estadounidense. Películas como La matanza de Texas y Poltergeist dispararon su reputación como maestro incuestionable de un género que contribuyó a redefinir. 2017 está resultando un año particularmente aciago para los hinchas del cine de terror. En dos meses escasos nos han dejado figuras tan decisivas en la modernización del género y en su posterior revalorización intelectual como George A. Romero, a mediados de julio, y Tobe Hooper (Austin, Texas, 1943/Los Ángeles, California, 2017), esta misma semana. Y hace justamente dos años, en agosto de 2015, también lo hacía Wes Craven, responsable, en este campo, de algunas de las franquicias cinematográficas más influyentes y taquilleras de los últimos tiempos. Y aunque no todo el monte sea orégano -en sus filmografías respectivas también se detectan ostentosas mediocridades- la capacidad de estos cineastas para retorcer las estructuras tradicionales del fantastique y su audacia a la hora de establecer una imaginería innovadora, sugestiva e impactante son de una obviedad inobjetable.

Se trata, sin duda, de tres figuras canónicas, reverenciadas hasta el delirio por sus legiones de fans, cuya autoridad profesional ha quedado sobradamente acreditada a través de sus trayectorias como especialistas en un cine de claro regusto popular, ingenioso, original, inquietante y transgresor que, durante décadas, representó la opción preferencial de millones de espectadores de todo el mundo. Todos, con mayor o menor responsabilidad, contribuyeron a alcanzar este objetivo gracias, en gran medida, a una mirada túrbida, impúdica y visceral sobre el horror y a su incuestionable aptitud para llegar mucho más allá que algunos de sus más ilustres predecesores en la representación de la maldad en la pantalla.Éxito

En cualquier caso, fue Hooper, titular de uno de los historiales profesionales más copiosos y solventes del cine estadounidense de los setenta y ochenta quien, en 1973, tras dirigir, cuatro años antes, Eggshells, su modesto y poco conocido debut como director, sobrepasa todos los límites que permite la corrección política llevando a la pantalla un sórdido guion, escrito en colaboración con Kim Henkel, remotamente inspirado en sucesos reales, que alumbraría uno de los filmes más sobrecogedores, enérgicos y violentos de la historia del cine: La matanza de Texas (The Texas Chain Saw Massacre), una opresiva y perturbadora pesadilla, protagonizada por una familia de caníbales en un remoto rincón del estado de Texas, cuyas abyectas imágenes dieron la vuelta al mundo provocando, como era previsible, gran disparidad de opiniones entre la crítica internacional y los consiguientes vetos a su estreno en diversos países europeos por las «excesivas dosis de sadismo que acompañan sus imágenes». Y, aunque más temprano que tarde, acabaría estrenándose en todo el mundo, sobre todo tras obtener unas cifras de recaudación inconcebibles para una producción de sus características, la película siguió cimentando su leyenda de obra mayor en un panorama cinematográfico capitalizado por los macro espectáculos hollywoodienses a los que no tienen acostumbrados, desde tiempos inmemoriales, las grandes compañías del sector.

Por lo que se ve, la temible y poderosa imagen de Leather Face, el totémico asesino de la motosierra que desata el pánico entre cinco intrépidos y atemorizados adolescentes, ha calado de tal manera en el imaginario popular que cada vez que aludimos a tan ruidosa herramienta no podemos disociarla de la orgía de sangre, estupor y crueldad ilimitada que preside la última secuencia de esta imborrable película. Leather Face, cubierto su rostro con una máscara de piel humana, persigue incesantemente a la última de sus víctimas tras una larga y tortuosa noche de orgía asesina en la antesala del infierno. Hooper culmina su angustioso relato mostrando el amanecer de un nuevo día, atravesado por la amenazadora silueta del insaciable asesino en su intento por acabar con el último vestigio de la masacre. No logra su propósito pero su imagen final alzando su mortífera motosierra mientras van apareciendo en la pantalla los títulos de crédito consigue un efecto realmente estremecedor.

Los sectores más conservadores escandalizados ante la singular osadía exhibida por Hooper, solo vieron en el filme un ejercicio de violencia visual al servicio de un espectáculo «aborrecible»; otros lo destacaron como una experiencia cinematográfica libre, radical y profundamente inquietante que ponía continuamente entredicho los paradigmas tradicionales de un género cuyas viejas reglas de juego ya estaban a punto de prescribir, como lo puso inmediatamente de relieve el éxito sin precedentes que registró su estreno en todo el mundo. La película, cuyo exiguo presupuesto no superó los 140. 000 dólares, llegó a recaudar más de 30.000.000, solo en Estados Unidos, lo que da una idea del número de espectadores que sucumbieron en su día, hace más de cuatro décadas, ante el macabro espectáculo visual desplegado por Hooper como declaración de principios ante una carrera artística que comenzaba a despuntar, con fuerza y convicción, en los márgenes de la gran industria.

Ocho años más tarde, Hooper invierte de nuevo su reconocido talento en un ambicioso proyecto inspirado, ésta vez, en un guion de Steven Spielberg, Michael Grais y Mark Victor con el que reforzaría sin el menor esfuerzo el prestigio alcanzado con La matanza de Texas. Para Poltergeist: fenómenos extraños dispuso de un presupuesto que bordeaba los 11.000.000 de dólares y contó además con un aparato de producción que incluía al propio Spielberg como productor y a la Metro Goldwyn Mayer como distribuidora internacional del filme. El resultado, como era de esperar con semejante conjunción de talentos, no pudo ser más satisfactorio: la película recaudaría 122.000.000 de dólares y el reconocimiento mayoritario de la crítica no se haría esperar tras su premiére internacional en la Mostra de Venecia.Drama familiar

Poltergeist, que supuso el primer éxito de Spielberg como productor, recoge la historia de una familia de clase acomodada que se instala en un barrio exclusivo de la pequeña comunidad de Cuesta Verde donde empiezan a captarse diversos fenómenos de corte paranormal cuyos efectos se concentran en la figura de una niña que recibe continuas señales del más allá a través de la TV sin que ni sus padres ni los expertos paracientíficos logren identificar los orígenes de tan misteriosas apariciones. Aunque la película participa de ciertas corrientes esotéricas que circularon en abundancia por aquellos años a través del cine y la literatura anglosajones, Hooper orienta la trama de la película hacia el contexto del drama familiar y a sus desgarradoras contradicciones en un ámbito ensombrecido por la presencia de un hecho excepcional, transformando así un argumento pseudocientífico en un intenso y conmovedor retrato sobre las certezas e incertidumbres de una familia convencional en una América ajena por completo a cualquier conflicto que estalle al margen la vida doméstica.