Ahora que finalmente se ha desvelado que Daniel Craig volverá a ponerse el uniforme de James Bond para la nueva entrega del agente con licencia para matar, una patente algo desfasada a la vista de cómo se las apañan en el nuevo mundo global, vale la pena recordar otros agentes, en este caso gráficos, que han contribuido a la construcción de uno de los iconos más populares y robustos del siglo XX y de lo que llevamos del nuevo siglo XXI. La identidad del agente británico además de los rostros de Sean Connery, Roger Moore o Daniel Craig, por señalar los que seguramente han sido sus reencarnaciones más populares y celebradas, ha contado con el apoyo creativo de otros agentes externos. En esta división colaboradores hay que hacer un lugar destacado al diseñador gráfico Maurice Binder, constructor de los primeros créditos, los famosos, animados y sexy títulos de crédito que podían verse casi como «una película dentro de otra película» y han forjado uno de los signos identitarios más populares de la saga de espías y agentes junto con el tema musical, ya sea en la voz de Shirley Bassey o Tom Jones, Nancy Sinatra o Adele, que los acompaña en esa sucesión de siluetas femeninas saliendo de la boca de una pistola o perseguidas por los fondos marinos por sospechosos arpones masculinos.

Para la campaña e imagen publicitaria de la cuarta entrega, Operación Trueno, con un Sean Connery al que el departamento de maquillaje se las ve y se las desea para disimular su cada vez más visible calvicie, se acuden a los servicios gráficos del dibujante e ilustrador norteamericano Robert McGinnis, un creador que cuenta ya con una larga experiencia en el mundo de la ilustración. Crecido profesionalmente en el universo de la edición Pulp Fiction, las populares novelas de intriga y policiacas para leer durante un viaje en tren o en periodo de vacaciones, las ilustraciones de McGinnis para carteles y publicidad cinematográfica devuelven al género toda su épica narrativa. La aparición de Saul Bass en los años cincuenta ha dado un giro de 360 grados al cartel y a la propia animación cinematográfica. Sus créditos cinematográficos, sobre todo para Alfred Hitchcock y Otto Preminger, proyectan en la pantalla los lenguajes de las vanguardias plásticas en pequeños prólogos de un gran impacto visual. Una herencia que con intervalos ha llegado hasta nuestros días en una nueva ola que se reclama deudora de aquel diseño gráfico patentado por Bass.

Frente a este cartel más «abstracto» o intelectual, Robert McGinnis junto a Bob Peak, otro nombre de referencia en el cartelismo cinematográfico, devuelve al póster o cartel de cine todo el barroquismo y exuberancia gráfica. Herederos, como una buena parte de la ilustración americana que se realiza en el siglo XX, del maestro Norma Rockwell, sus carteles colaboran a un renacimiento de la ilustración cinematográfica. A este renacimiento ayuda la entronización del póster como nuevo ornamento decorativo dentro de una imaginería de cromatismo pop y tintes psicodélicos. A lo largo de los años sesenta y setenta, McGinnis y Peak crean muchos de los iconos gráficos de la década: El perfil sofisticado de la heroína de Desayuno con diamantes o el revival de estética Art Nouveau o prerrafaelista para el cartel de Camelot. McGinnis será también el autor de otros de los carteles más celebrados de la década, el de la heroína espacial, Barbarella, la ciencia ficción vestida de bikinis metalizados.

La representación icónica de James Bond y su proyección popular encuentra en los dibujos de McGinnis su identidad doblemente reafirmada. El dibujante americano al mismo tiempo que reforzaba su condición de superhéroe, al estilo de los protagonistas del cómic, robustece su -nada disimulada- carga sexual. El elemento erótico, siempre presente en la serie, encontraba una mayor visibilidad en la imagen publicitaria gracias a los vientos más libertarios de la década. Las revistas ofrecen las primeras imágenes del hombre objeto en calzoncillos. James Bond se consagraba, gracias a McGinnis, como sex symbol masculino.