«La mujer es sin duda luz, una mirada, una invitación a la felicidad, a veces una palabra; pero es sobre todo una armonía general», escribió Baudelaire, el poeta que más influyó en los artistas del movimiento surrealista de principios del siglo XX. Para todos ellos, la mujer era una fuente de inspiración cuya belleza era digna de contemplación y admiración. Los hombres se reservaron en exclusiva el papel de genios y ellas quedaron relegadas a interpretar el rol de musas. Injustamente, la historia siempre ha silenciado -hoy día sigue haciéndolo- a las mujeres artistas. Y si la semana pasada el Museo Carmen Thyssen reivindicaba la figura de la cubista María Blanchard en su nueva exposición temporal, ahora el Museo Picasso, que anteriormente ya ha contemplado el trabajo de creadoras como Sophie Taeuber-Arp, Hilma af Klint y Louise Bourgeois, lo hace sobre un grupo de 18 mujeres próximas al nuevo arte surrealista.

Un total de 124 obras de Frida Kahlo, Dora Maar, Leonora Carrington, Dorothea Tanning, Ángeles Santos, Kay Sage, Eileen Agar, Claude Cahun, Germaine Dulac, Leonor Fini, Valentine Hugo, Unica Zürn, Maruja Mallo, Lee Miller, Nadja, Meret Oppenheim, Toyen y Remedios Varo dan forma a Somos plenamente libres. Las mujeres artistas y el surrealismo, muestra que recoge pinturas, dibujos, esculturas, collages, fotografías y películas que atestiguan las grandes cualidades creativas de estas mujeres.

«Cada una es ella misma y trabaja de una forma diferente por un deseo de libertad y autoafirmación», explica José Jiménez, comisario de la exposición y catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, que matiza que la elección de las autoras «no es una opción separatista, sino una tarea de recuperación» y que asimismo «no constituye una enumeración cerrada, sino una lista abierta a nuevas consideraciones e inclusiones». «Se trata de una selección que busca la coherencia en la construcción del relato expositivo, teniendo como ejes centrales la calidad artística de las obras y el ejercicio de estas mujeres de su autonomía activa, como sujetos pensantes y creativos».

Jiménez no quiso destacar ninguna obra en concreto, invitó al público a contemplar esta muestra como un todo. «Lo emblemático de esta exposición es el conjunto». «Todas las obras poseen un grado de excelencia e interés plástico. Lo ideal es que cada espectador elija las obras que más le gustan». El Moderna Museet de Estocolmo, la Tate de Londres, el Centro Pompidou de París, el Centro de Arte Reina Sofía, el Museo de Arte Moderno de México o la Yale University Art Gallery son algunas de las instituciones que han prestado piezas para esta exposición que permanecerá abierta hasta el 28 de enero.

Para el director del Museo Picasso, José Lebrero, «de todas las revoluciones que hemos heredado del siglo XX, una de las esenciales, tal vez la principal, es la de la mujer en el contexto de la evolución de nuestra civilización». «Ellas han cambiado nuestra percepción de lo que es y para lo que sirve el arte», explicó Lebrero sobre estas artistas «vinculadas de modos diversos, pero no siempre felices, a uno de los movimientos intelectuales, creativos, literarios y visuales más inquietantes del siglo XX como es el surrealismo».

La muestra, dividida en cinco secciones, traza un recorrido en espiral que arranca con un apartado en el que las artistas reflejan sus múltiples percepciones a través de un juego de máscaras. Aquí destaca la escultura El ángel de la misericordia (1934) de Eileen Agar. Continúa el apartado centrado en la variedad de mundos que habitan en este. La fantasía se apodera de la estancia al contemplar los tres enigmáticos lienzos de Kay Sage: El instante (1949), Peligro, zona en construcción (1940) y Tercer párrafo (1953). Orplied (1956), de Leonora Carrington, también sobresale en esta sección que precede a la titulada En el sueño me afirmo, que se abre con una pequeña pintura de Frida Kahlo titulada San Baba (1937). Cuadriga (1935), de Agar, y Sueño (1944) y Pequeña serenata nocturna (1943), ambas de Dorothea Tanning, dan buena muestra de la influencia de lo onírico -la siempre presente herencia de Freud- en estas creadoras. El recorrido se completa con las secciones El vértigo de Eros, con piezas como la escultura de tela Desnuda tumbada (1969-70), de Tanning, que se percibe como gran inspiración en Bourgeois, y Estrellas de mar (1952), de Maruja Mallo, y Yo es otra. El apartado final ofrece un esclarecedor dibujo de Remedios Varo, Mujer caracola (1957), como ejemplo de la espiral temática de la propia muestra. Frida Kahlo y el aborto (1932) y Tertulia (1929) de Ángeles Santos, Nadie escucha el trueno (1939) de Kay Sage o el Retrato de mujer (1939) de Dora Maar, completan esta necesaria exposición que permite una lectura más completa, más real, del surrealismo.