Desde la presentación en rueda de prensa de la Temporada Lírica, la expectación y el interés por la programación de la nueva gerencia del Cervantes no ha sido defraudada. La prueba la encontramos en los dos plenos de aforo que ha registrado el primer título del cartel. El esfuerzo ha sido grande, generoso y hasta estudiado, implementado con la intensa actividad en redes sociales que, de alguna forma, ha contribuido a este éxito por el que debemos felicitarnos. Los argumentos de peso finalmente vencieron los obstáculos que impedían volver a lo que estábamos acostumbrados.

El restaurado telón de boca de Ferrándiz se alzaba para dar paso al último trabajo lírico del compositor de Lucca recuperando para el último acto la conclusión sin recortes del final escrito por Franco Alfano, gracias a las gestiones del propio Cervantes y el maestro Boscovich en la casa Ricordi. Aunque pueda apetecer un tanto anecdótico, este detalle marca la diferencia entre cubrir, lo que hemos rumiado los últimos años, y crear. La diferencia es abismal y la respuesta corre en paralelo a lo que realmente se ofrece.

Aquella producción del Maestranza, de hace ocho años, llegaba al Cervantes con mucho interés y con la dirección de escena renovada de Emilio López. El acierto más destacado giraba en torno a la masa coral que abandonaba el plano estático dentro de la escena para transformarlo en otro elemento de peso en la estética y el ambiente de la producción. La atenta mano del maestro de coro Salvador Vázquez fue determinante para el buen sabor que dejó el conjunto vocal. Emisión compacta, generosa en timbre, sensible a las indicaciones desde el foso y convincente en las dificultades que planteaban los distintos coros internos que atesora Turandot.

Turandot va más allá de las exigencias vocales de los solistas para plantear retos actorales donde los excesos desequilibran la balanza hacia uno u otro lado. Así, el trío de ministros formado por Antonio Torres, Emilio Sánchez y Luis Pacetti será difícil de olvidar. Ofrecieron algo más que el punto de distensión dentro del desarrollo dramático. Toda una lección de canto, empaste y dominio de la escena. Por su parte la pareja formada por Felipe Bou y Ruth Rosique estuvo resuelta; no podemos olvidar el aria final de Liu o la brillante actuación de Bou.

Anotamos diferencias notables entre los dos protagonistas, Eduardo Sandoval, que ya hemos conocido en otras producciones, y Othalie Graham. Calaf, Sandoval, fue quizás lo que más dudas nos plantearía ya que desde el punto de vista actoral apetecía un tanto plano y si acudimos al plano vocal su emisión engolada restaba brillo a los agudos si bien en el aria estelar fue convincente, aunque eso no justifica la defensa del rol. No obstante, debemos reconocer el sentido ascendente desde la frialdad del primer acto hasta el número final. Esta producción serviría también para el debut en el Cervantes de la canadiense Othalie Graham. Generosa desde su aparición, navega en el plano medio sin dificultades y alcanza el registro más agudo sin dificultad llegando a traspasar coro y orquesta en los no pocos momentos que Puccini exige a la fría princesa.

Arturo Boscovich, volcado desde hace meses en esta producción, comandó desde el foso una Turandot pensada para su batuta. Pucciniano nato, hizo gala de conocimiento de la partitura y estuvo atento en el apoyo a los solistas. Dibujaría un primer acto rotundo, afilado, muy de contrastes para continuar con un segundo ascendente y rematar con la OFM entregada el cuadro conclusivo del tercero.

Tras Turandot nos emplazamos en marzo para el Cosí del maestro Hernández Silva, no sin antes reconocer el gran gran trabajo realizado por el equipo humano del Cervantes. La esperanza sigue latente en todos. ¿Tendrá continuidad?