¿Cuál es el símbolo de la casa de Vicente Aleixandre, epicentro de encuentros literarios en el franquismo, que plasma en su libro Mirador de Velintonia?

La casa de Vicente Aleixandre en la madrileña calle de Velintonia, así como la figura del propio Vicente Aleixandre, se constituyeron un poco como el centro de una parte de la vida cultural, social e, incluso, política de nuestro país durante los últimos años del franquismo y primeros de la transición política, que coincidió, además, con la entrega de su premio Nobel, en 1977. Pero la casa de Aleixandre fue, sobre todo, un espacio de encuentro y conversación entre los que vivían en el exilio interior y en el exilio exterior en aquella España, porque permitió que nos reuniésemos todos en Velintonia, en un espacio de amistad y de poesía, tanto los que se quedaron en el país como los que murieron tristemente en el exilio, como Luis Cernuda o Max Aub. Por tanto, la casa de Velintonia articula un relato en el que están incluidos personajes como Francisco Ayala, Rosa Chacel, Juan Marichal, José Hierro, Carlos Bousoño, Rafael Alberti, José Luis López Aranguren o José Luis Cano.

¿En qué medida se articula como un retrato del exilio de los otros en el tardofranquismo?

Efectivamente, Mirador de Velintonia es un retrato de esa época desde mi punto de vista y el modo en el que yo participé de estas reuniones en aquel tiempo apasionante. Entonces, tuve el privilegio de hablar con algunos personajes extraordinarios en el exilio, todos amigos de Aleixandre, que venían a Velintonia porque pasaban por Madrid, pero también con otros tantos en el exilio interior, que se quedaron aquí y que también frecuentaban ese templo de verdadera emoción para nosotros que era la casa de Aleixandre.

Su narración trenza los lenguajes de la crónica periodística, las memorias autobiográficas y el relato histórico, ¿es su voz o la de Aleixandre la que funciona como eje vertebrador?

El libro está narrado desde mi punto de vista, la del escritor que era y que soy, pero junto a la mirada del escritor también está la del periodista, que interroga y se interroga, que comenta y que escribe. Nunca quise escribir una biografía de Aleixandre y me inquieta que pueda verse así. A lo largo de muchísimos años mantuve una relación muy estrecha con él y quienes disfrutamos de su confianza jamás podríamos escribir una biografía suya. En cualquier caso, no es un libro pensado para tener una gran salida comercial, pero tampoco se trata de unas memorias personales, sino más bien unas memorias de los otros, en las que yo participo, pero participo escribiendo e interrogando, y plasmo en este libro con la transcripción de recuerdos y conversaciones reales. Y todo eso tiene que ver también con la persona amante de la literatura, afortunado por participar de ello y de la amistad de algunos de ellos.

¿Cómo recuerda hoy esas conversaciones en aquel clima de represión, exilio y anhelos?

Aquellos encuentros fueron muy enriquecedores, pero, en realidad, en aquel momento formaban parte de mi vida de una manera natural, que quizás no valoraba tanto como los valoro ahora al mirar hacia atrás. Tal vez por eso sentí la necesidad de escribir este libro de la memoria de todos.

El libro comienza con la anécdota del paso del poeta Pablo Neruda por Tenerife, ¿por qué escoge este punto de partida?

El libro tiene ese punto de arranque porque el germen del libro lo suscitó esa anécdota, porque Neruda nos reveló en Tenerife que tenía ganas de ir a Madrid para comer marisco en Cuatro Caminos -Neruda bromeaba mucho- y para visitar a Vicente Aleixandre en su casa de Velintonia. Y esa imagen de Neruda en la casa de Aleixadre se convirtió para mí en una obsesión, de modo que cuando ya tuve la oportunidad de conocer a algunos amigos de Vicente que pasaron por las Islas, como José Luis Cano o Francisco Ayala, y volví a verlos más tarde en Madrid, llegué a través de ellos hasta Velintonia, donde establecimos esa amistad y conversación de mucho tiempo.

¿Cómo recuerda su encuentro con el poeta chileno?

Pues era 1970 y mi compañero Juan Cruz había descubierto que Neruda pasaba por Tenerife de camino a Chile para apoyar la campaña de Salvador Allende. Entonces, nos hizo ir a algunos amigos a conversar con él. Yo desconfiaba un poco de que eso fuera cierto, pero, en efecto, lo era. Recuerdo que subimos al buque en el puerto de Tenerife y que yo, que era el más alto del grupo en aquel cenáculo, divisé la cabeza de Neruda, que se negaba a bajar porque él no quería pisar a tierra española. Pero entonces le convencimos de que esto en realidad era África, bromeábamos con él con que aquello no era exactamente tierra española [risas], y finalmente lo convencimos para que bajara con su mujer, Matilde Urrutia. Estuvimos en el bar Atlántico hablando de muchas cosas.

¿Y qué es lo que más le unía en aquel tiempo al Nobel español?

Aleixandre y yo compartíamos la pasión por la literatura y compartíamos la pasión por la vida. Él tenía un lado secreto de su vida y yo también lo tenía en aquel tiempo, y él compartía con nosotros esa vida secreta, así como las anécdotas de su relación con la generación de 27, con Lorca o con Cernuda. Por tanto, en Aleixandre tenemos la memoria perfecta de aquella generación y de aquel tiempo, y parecía, a veces, como si realmente todos la hubiéramos vivido.