El escritor y columnista de La Opinión de Málaga postea cada comienzo de semana en su cuenta de Facebook un «poema del lunes» (los títulos siempre se «extravían»). Ahora los ha compilado y ha hecho corpóreos en Caligrafía del lunes, presentado ayer en el Centro Cultural Provincial MVA.

Curioso su empeño en los lunes como fecha de lanzamiento de los poemas de títulos perdidos. Lo digo porque quizás el lunes, el día del regreso a la rutina, suele ser el día más prosaico, menos lírico...

Claro, así son, de ahí que intentara hacerlos menos difíciles con un poema muy madrugador (suelo ponerlo hacia las 7 de la mañana) y que empiecen con un poco de belleza. Qué menos puede hacer uno que intentar embellecer los lunes a los amigos.

Debuta en la publicación física de un poemario...

Y eso que yo lo primero que escribí en mi vida, quiero decir con intención creativa, fueron poemas. Tendría yo unos ocho años. Todavía conservo aquel cuaderno donde los fui juntando. Pero nunca había mostrado los poemas a nadie, y cuando la prosa apresurada de la prensa se metió por medio, yo tan joven, y luego la de las novelas y los relatos, se quedó ahí, en la zona de lo privado, hasta que un lunes, hará pronto seis años, se me ocurrió poner un poema en Facebook para que el lunes fuese menos árido, y a los amigos les gustó, y a la semana siguiente puse otro... Y un día Manuel Salinas, el director de la colección Puerta del Mar, a quien no conocía de nada, vio los poemas, le gustaron, se puso en contacto conmigo a través de un amigo común y me propuso publicarlos. Y así ha ocurrido todo, casi sin querer.

¿Y cómo se siente uno al enseñar unos poemas que pertenecen al círculo íntimo? ¿Pudor?

Pues un poco al descubierto, sí, mucho pudor. A mí me pasa como en aquel poema de Alcántara en el que dice «miradme a los versos, no os engaño», y aunque uno no está escribiendo su autobiografía en verso y por entregas, que a veces a los lectores les da la impresión de que sí, porque confunden al escritor con el yo poético, siempre hay algo más íntimo en la poesía que en cualquier otro género, uno se expone por completo, y algo de pudor sí que da.

¿Cómo ha sido el proceso de selección de los poemas que componen Caligrafía del lunes?

Pues fundamentalmente ha sido una cuestión de ordenación. Al final uno escribe de lo de siempre, de los grandes temas: a mí me preocupa mucho la vida, su transcurso, el asunto del tiempo... Es el bloque más grande del libro, con un título, Voluble carácter del tiempo. También me preocupa el amor y sus aledaños, y los englobé bajo otro título, lo que habla de ti, y además hay un grupo de poemas sobre el propio hecho de escribir poemas. Éste es el grupo más pequeño, y se reúnen bajo el título de silencio traducido.

Lo de publicar todos los lunes, ¿es una dulce tiranía, o una tiranía autoimpuesta a secas?

Tiranía autoimpuesta. Lo de Caligrafía del lunes lo explica de alguna forma. En un verso digo «El poema es, sobre todo,/ un ejercicio de caligrafía». En realidad, escribir consiste en sentarse a escribir, aunque parezca una perogrullada. Pero es cuestión de trabajo, de dedicación. Y esa tiranía autoimpuesta es una forma de construir una obra que, de otra manera, quizás no harías, porque siempre que vas a ponerte a escribir se te ocurren muchas cosas mejores que hacer, porque escribir es siempre ingrato, difícil, incluso doloroso.

¿Hay más de usted, de Juan, en los poemas, en los artículos periodísticos o en la prosa?

Yo ando mezclándolo todo siempre, de modo que, como en aquello de San Agustín, «yo soy dos, y estoy en cada uno de los dos por completo», yo podría decirlo por triplicado. Mi búsqueda desde hace muchos años es transgredir los márgenes de los géneros, mezclarlos y hacer híbridos que funcionen. Mis poemas tienen un algo narrativo, y mi prosa, lo han dicho los críticos, como Guillermo Busutil, mucho de lírica. Y mis columnas cada vez más giran hacia un determinado lirismo, o al menos hacia un enfoque lírico (siquiera en el uso del lenguaje) de los temas de actualidad.