Dicen los investigadores de él que fue un adelantado a su tiempo, pero que de su obra apenas llegan hasta nuestros días tenues destellos. Que aunque su legado permanece aún vigente, su figura no se ubica en el lugar que se merece. Dicen también que fue un azote para los corruptos y un compañero para los más débiles; que siempre fue intolerable con el nepotismo y que se propuso desnudar en el teatro la política, para así destapar su podredumbre. Y dicen, sin embargo, que pese a tener una vida de notable éxito y profundo reconocimiento, tras su muerte, no sólo enterraron su cuerpo, sino también su nombre.

El dramaturgo, poeta y político malagueño Tomás Rodríguez Rubí (1817-1890) habría cumplido este jueves 200 años. Y todavía, la historia del teatro le debe un puesto más destacado entre sus filas. «Rubí renovó el teatro», reivindica el filólogo y experto teatral del siglo XIX Víctor Cantero García. «El romanticismo estaba más que agotado y él le dio vida incorporando drama social», dice para a continuación criticar su omisión como uno de los grandes del teatro decimonónico español.

Este escaso interés que entre el público y los críticos literarios ha tenido tras su muerte no es una controversia nueva. Hace un siglo, los periódicos locales abrían sus páginas con el recuerdo del centenario de Rubí, de quien lamentaban que hubiese sido tan injustamente olvidado en su tierra, donde apenas «una calleja estrecha, maloliente y sin casas» le rendía tributo.

De esta aciaga definición que El Diario Malagueño escribía sobre la céntrica calle que aún hoy mantiene su nombre sólo permanece la angostura, pero las palabras que usó para describir su ostracismo fueron labradas en mármol para poder ser utilizadas hoy en día: «Llegó el 21 de diciembre y Málaga no anunció el anunciado centenario. ¡Puede que se haga el siglo que viene!», exclamaba irónico el periódico al final de su artículo. Ahora, en el olvidado año de su bicentenario, sólo queda exclamar lo mismo y esperar que nuestros predecesores no tengan también que volver a hacerlo.La tragedia trajo el compromiso

Al igual que la desdicha tras su muerte, los comienzos de la vida de Rodríguez Rubí estuvieron marcados por la mala suerte. Nació el 21 de diciembre de 1817 en el seno de una familia pudiente, lo que podría haber dado paso a una infancia placentera. Pero lejos de ser así, los arraigados ideales liberales de su padre llevaron a toda su familia a ser perseguida por el régimen absolutista de Fernando VII. Tales circunstancias propiciaron su estancia en distintas ciudades hasta que, en 1929,su padre falleció en Melilla, dejando como herencia a su hijo el firme compromiso por la justicia y la férrea defensa de la libertad.

La cicatriz de tal legado se volvería más profunda en 1831, cuando de vuelta en Málaga presenció uno de los episodios más atroces del siglo XIX: el fusilamiento del general Torrijos en la playa de San Andrés. Esta cruel escena pronunció aún más un rechazo al absolutismo que trasladaría posteriormente a Madrid, ciudad en la que vivió gran parte del resto de su vida y en la que comenzó su andadura literaria en la prensa de la capital.

Después de varias colaboraciones diarios madrileños, en 1841, con sólo 24 años, publicó Poesías Andaluzas, un poemario de notable éxito que propulsó a Rubí hacia la fama. A partir de entonces, y aupado por el aplauso a dramas como Del mal el menos (1840) o La rueda de la fortuna (1843), el autor no cesaría de escribir, sobre todo, piezas teatrales, con las que se erigió como un prolífico escritor al publicar casi centenar de títulos.

Criticar la política desde dentro

Las más grandes aportaciones que Rodríguez Rubí sembró en el teatro fue la ruptura con el romanticismo y fomentar el drama con clara intencionalidad política, una variedad de la que fue precursor y con la que resucitó los maltrechos escenarios decimonónicos. Este interés por desentrañar las cochambrosas tramas políticas del siglo XIX no podía ser menos cuando su actividad teatral no se entiende sin sus cargos públicos en los reinados de Isabel II, un período oscuro y repleto de entramados de corrupción. «Ostentó importantes cargos, siempre por méritos propios, durante su vida [...] y se valió de esa posición para criticar, sin que pudieran hacerle nada, el reinado de Isabel II», explica Cantero García, quien cita sus puestos de director del Teatro Español, de académico de la RAE, de intendente general de Hacienda en Filipinas o de general del Ministerio de Ultramar, como alguno de los más destacados.

A pesar de esta cercanía con el poder, Rubí nunca se corrompió y se posicionó del lado de los derechos de los ciudadanos, a quienes con sus dramas pretendió inculcar valores escasos en la época, como dotarles de criterio para exigir a sus gobernantes «honestidad y transparencia», asegura Cantero García. No obstante, para evitar la censura, Rubí llenó de sutileza las alusiones a Isabel II y adaptó el lenguaje de sus escritos para intentar hacer del teatro un arte popular, en lugar de uno elitista, y así llegar a más gente

Y después de la muerte, la nada

Cuentan las crónicas que su fallecimiento causó bastante pesar entre los ciudadanos, pues veían en él una rara avis de la política, que se colocó del lado de ellos. Además, su funeral, modesto e íntimo, hizo honor a una vida que podría haber sido del todo ostentosa de no haber tenido una sensibilidad social que rechazaba cualquier tentativa del poder.

Podrían decirse muchas más cosas de Rubí, pero bastará con recordar las palabras que el poeta sevillano Rafael Lasso de la Vega dijo en el diario malagueño El Popular para conmemorar su centenario: «Exponer la existencia propia, para conseguir, acaso, toda clase de libertades para sus conciudadanos, está reservado a los locos sublimes. Y los locos sublimes son los únicos, los verdaderos héroes. Héroes en cuando a valor, y más héroes en cuanto a generosidad. [€] Tú que te llamas Rodríguez Rubí, y otra cosa por el estilo, aguarda, todo lo más, a que la posteridad te haga justicia, tal vez a que se le ocurra a la casualidad desenterrar tu nombre». Un siglo después de estas palabras, esperamos que así sea.