Seguro que jamás han visto el nombre de Paul Walmsley en la sección de Cultura de éste o de ningún otro periódico. No, quizás les suene de la de Sucesos: durante cinco años, el de Liverpool fue uno de los diez delincuentes británicos más buscados por la Policía, formando el infame grupo de los Costa Crooks. Durante cinco años este traficante de drogas mantuvo en jaque a sus perseguidores, en la sombra de pisos y casas de amigos en Marbella... Hasta que, harto de la presión, decidió dejarlo todo, afrontar sus cargas y volver al Reino Unido para entregarse a las autoridades. Seis años de cárcel después, cuenta su vida en Just An Ordinary Decent Criminal (Sólo Un Criminal Decente Más), su primer libro, disponible desde hace unas semanas en Amazon.

A pocos días de que se inicie en Málaga el rodaje de la serie que expandirá Snatch, el filme de Guy Ritchie sobre los bajos fondos británicos, aquí tenemos una narración real y en primerísima persona de asuntos similares. El libro es, como dicen los anglosajones, un cautionary tale, un relato que avisa de los peligros y los riesgos de ciertas conductas. Walmsley se dedica desde hace meses (ya lo hizo en la cárcel) a acudir a centros educativos para jóvenes con un objetivo muy concreto: «Les digo a los chicos que el crimen y el juego de las drogas finalmente podrán contigo. Hay muy, muy, muy pocas personas que hayan logrado una vida a largo plazo a partir del crimen. Porque al final todo eso te perjudicará», aseguró el excamello en una reciente entrevista con Liverpool Echo. Que se lo digan a él, que pasó del modestísimo barrio de Norris Green (cuna de Echo & The Bunnymen y Holly Johnson, pero también escenario criminal de baja estofa) a una megamansión en Blundellsands (Merseyside) gracias al tráfico de cocaína y heroína, su especialidad. «Algunas veces voy en coche para allá, y veo mi antigua casa. Sé que ahora tengo muchas menos cosas, pero mi vida tiene cualidades que el dinero no puede comprar», asegura Walmsley, de 48 años.

Pero en los salvajes 90 de la Costa del Crime todo era muy distinto: en Just An Ordinary Decent Criminal, el extraficante evoca un tensísimo episodio con la Policía española en la frontera sentado en un coche lleno hasta los topes de cocaína. También recuerda las cotidianidades de ser un fugitivo: muchos de sus amigos que le ocultaban (también criminales británicos en la Costa: la fraternidad de los crooks sigue siendo inquebrantable) le dejaban la comida del día en el buzón de correos. Todo cambió cuando se vio realmente acorralado y decidió entregarse a las autoridades. Hoy espera volver a Marbella, pero para tostarse al sol.