Alejandro Simón Partal (Estepona, 1983) hizo girar muchas cabezas en los círculos selectos de la poesía nacional cuando, el año pasado, ganó el Premio Arcipreste de Hita con La fuerza viva. A pesar de que había publicado ya por aquel entonces tres poemarios en el señero sello Renacimiento, su nombre aún era un pequeño secreto. Pero ha sido ésta indagación en las entrañas del amor, la distancia y la figura del padre la que le ha llevado a los suplementos de publicaciones nacionales, que han saludado la colección de versos con halagos y entusiasmo. Hoy, la presenta en el Centro Andaluz de las Letras, prologado por el compañero de oficio Ben Clark, a las 19.30 horas.

Partal tiene claro el objetivo de un poema: «El poema tiene que señalar lo esencial de la existencia, indagar en las posibilidades de la plenitud. Ahora, con la perspectiva que da el tiempo, creo que La fuerza viva es una reivindicación tranquila de cómo en lo sencillo, en lo llano, en lo cotidiano, es donde permanece lo sublime. Y que sólo desde esa aceptación y sumisión llegaremos a alcanzarlo». Estos versos son el resultado de una etapa vital que puso a prueba el empeño y la resistencia del escritor: los escribió durante la etapa en que trabajó como lector en la Universidad Litoral, en el pequeño pueblo francés de Boulogne-sur-Mer; desde allí, desde la distancia y la soledad absolutas, vivió la enfermedad de su padre y autoexaminó su propia vida... ¿Como en un exilio autoimpuesto? «No, no fue ningún autoexilio. Fui un privilegiado en Francia. Daba clases sólo dos días por semana a un grupo de chavales muy nobles en una universidad acogedora donde me pagaban muy bien. Comía y bebía estupendamente y solía ir a París los fines de semana. El problema es que muy pocos vecinos míos vivían en esas condiciones, pero que las circunstancias personales y del entorno fueran tan duras no hace menor ese privilegio mío. Fue un tiempo de espera, que es el tiempo humano de la esperanza. Lo mismo hasta vuelvo», apunta.

«Escribir poesía es como hacer el amor: nunca se sabrá si la propia alegría es compartida», dejó dicho Pavese. En el caso de Partal, ¿cómo saber que sus indagaciones sobre rincones más o menos oscuros le incumben o interesan realmente a los demás, al lector? «Si en el sexo la alegría no es compartida entonces el sexo no durará mucho. Ni tampoco debería. No puedo estar atento a ningún lector sino al lector que yo soy. Estamos en constante lucha entre la oscuridad y la luminosidad, de ahí que nuestro fin sea el de revelar, que no es otra cosa que poner dos velos, oscurecer algo que trae las respuestas. La misión del poeta es decir cosas muy precisas y más o menos necesarias, y no cosas nuevas», argumenta Partal.

En cualquier caso, no se engañen: en La fuerza viva no hay autoconmiseración, ni miserabilismo seudoemo. Alejandro Simón Partal es un seguidor acérrimo de la vida, uno de sus más entusiastas reivindicadores en tiempos de descreimiento o de penas impostadas. Y quien vive verdaderamente es aquel que no se amilana en los días de sombras. «Existir es pura gratuidad, y debemos ser generosos con esa inercia que nos ha tocado. La noción finita de la existencia ha derivado en nuestro infantilismo contemporáneo, y eso ha traducido la noción de felicidad en consumo y rendimiento. Vivir es autolimitarse, amar y tener un compromiso ético con el mundo, que es el compromiso de ir hacia la bondad, que para Machado era el principal talante ético». Bondad, felicidad y hasta fe son palabras que a menudo surgen en una conversación con el autor de Los himnos abdominales (2015). ¿No le quita a uno eso cierto aura y prestigio en según qué círculos literarios que suelen identificar lo valioso con el cinismo y lo apesadumbrado? Partal, siempre crítico con «esos creadores que han hecho del abismo y la autocomplacencia su tarjeta oro», lo tiene claro: «El cinismo es una combinación de cobardía y desprecio que no me interesa. Acabo de entregar un ensayo sobre felicidad, fe y poesía que publicará la UNED en primavera, y estoy terminando otro que quizá salga a finales de año. Sólo el amor da sentido a la existencia, es lo único que tengo claro. Y la fe es la capacidad de ver el amor, sustancia de Dios, que diría Sánchez Rosillo. San Marcos se preguntaba ¿quién es este a quien hasta el viento y el mar obedecen? Pues a mí me interesa saberlo». Por eso, cuando le preguntamos sobre uno de sus proyectos más acariciados (una novela en la que no ocurrirá nada), zanja: «Supongo que estará ya para el año que viene... Pero ahora mismo tienen prioridad Dios y la felicidad».