Ante Rocío Molina no caben ni cánones, ni tópicos, ni inmovilidad. La malagueña es pura energía sobre el escenario y su fuerza no entra en ningún cajón para acabar entrando en todos a la vez. Encantada de arrancar el nuevo año en su tierra, Molina acude este jueves al Teatro Cervantes (20.00 horas) con Caída del cielo, su última creación. Una obra visceral y libre en la que muestra su predilección por las imperfecciones de la vida. Aunque a veces duela.

Ha definido este espectáculo como «una conexión entre la tierra y los ovarios».

Sí. Hace tiempo comencé a sentir una fuerza incontrolable que salía especialmente de los ovarios. Una fuerza muy de mujer que me dio muchísima energía y que me hizo descubrir un amor muy diferente por mi arte y por la forma de estar en la vida. Y este montaje es muy tierra y muy paraíso. Es una obra muy etérea que comienza en el paraíso, la perfección, el horizonte... y luego es un descenso. Una caída brutal al suelo. Una caída agresiva, de hincar rodillas, que es esa conexión con la realidad, con la tierra, con el sufrimiento, con el dolor, la fiesta, el estar vivo.

¿Se puede considerar también como una reivindicación de la feminidad?

Es un momento muy fuerte de la mujer y en esta obra se ve. Y mi baile siempre se ha caracterizado por esa fuerza. El flamenco en estos momentos posee una presencia importante de la mujer y Caída del cielo es una obra en la que la mujer aparece en todo su esplendor. Pero esto es algo que siempre he hecho de forma natural. Y en esta obra aparece así: de una forma muy natural y también descarada.

Es curioso que la obra comience en el cielo y acabe en la tierra, cuando lo normal es que para alcanzar el cielo, uno tenga que pasar por todas las penas terrenales. ¿Por qué decide invertir estos conceptos?

Porque mi cielo está en las profundidades. No entro en el estereotipo de cielo como perfección o lo que se supone que es el ideal. La perfección y la belleza articulada me aburren. Yo elijo la vida, que es comer, saltar, reir, llorar, mezclarme, probar..., hasta llegar a morir. Ese es mi paraíso.

¿Cree que el flamenco tiene que doler?

Creo que sí. Hoy en día pueden decir que no nos duele, porque no se ha sufrido lo que sufrieron los que vivieron la posguerra, el hambre... Hoy en día hay otras fatigas, que están relacionadas con el ritmo, con el estrés, con la presión que recibimos sin darnos cuenta. Además de eso, yo busco el dolor físico. En mis obras, el dolor físico me eleva a un estado superior.

¿Y le duele que el flamenco sea más admirado cuanto más lejos está de su tierra?

Es una cuestión de educación. Fuera de España se valora más porque las personas, el público, están educadas a convivir y necesitar la cultura. Aquí no hay tanta costumbre de necesitarla. Y eso duele. La cultura, el arte y la creatividad hace mejor a las personas. Cuesta que tu país no esté tan educado en la cultura. Y lo que duele es coger tantos aviones y pasar tantas horas fuera de tu casa.

¿Considera la provocación una forma de romper con las ataduras y los estereotipos que tanto abundan en el arte jondo?

Me siento muy libre de ataduras y prejuicios. De eso trata mi trabajo: de romper con todo eso. Ése es mi compromiso con mi persona y con mi arte. Y luego es que, además, me lo paso bien. Simplemente. En esta obra la provocación es muy descarada. Me divierto y me río conmigo misma. Es una cuestión de juego. Y me gusta poner en escena lo que todos pensamos o hacemos a escondidas en un momento dado.

¿Cree que le falta al flamenco ese humor, esa mirada limpia y sin temor al qué dirán?

El flamenco muestra siempre una coraza que va ligada a una tradición que yo comprendo perfectamente, pero también entiendo la evolución. Pero a la vez creo que el flamenco tiene todas las armas y todo lo que posee un arte grande para no limitarse por ninguna barrera. Es tan rico que los únicos que les ponemos barreras somos nosotros mismos. Y yo me niego a limitar mi cuerpo o mi arte. A mí el flamenco me lo permite todo.

¿Y no le afectan las críticas?

No. Para nada. Soy libre de hacer lo que quiera en el escenario y por supuesto la crítica debe ser libre para decir lo que quiera. Pero a mí no me afecta. La verdad es que me lo tomo como un juego.