Me llega la noticia de su muerte como el golpe de un gato que en la oscuridad saltara a mis hombros desde una tapia. Qué miedo. Pablo había alcanzado esa categoría humana en la que ya no son necesarios los apellidos; su nombre refulge sin que se hagan necesarias otras precisiones. Pablo era Pablo en todo el mundo literario. Se lo mereció porque García Baena peleó hasta que Pablo había sido edificado. Ni su época, ni sus circunstancias personales, le hicieron ningún regalo; sin embargo, como una lección de coraje para las generaciones futuras, junto con otras muchas y muchos señalados por el nacional-catolicismo, supo gestionar y defender su dignidad como persona. El grupo poético al que lo adscribe la historia de la literatura, Cántico, fue a pesar de lo que pudiera sugerir una estética delicada, sonora y colorista, un cuerpo de combate frente a aquella España gris, católica, rancia y rencorosa de la posguerra, eso sí, con las pobres armas de que dispone un poeta; las de Pablo se centraron en la música, la precisión del significado y el uso de la siempre incómoda verdad, como fusta de aquel régimen hipócrita que amplificaba los versos oficiales de santos, secarrales y florilegios, pero aplicaba pena de cárcel y palizas a los homosexuales pobres, o hijos de familias desafectas.

Nacido cordobés, ciudad a la que nunca abandonó en el sentimiento, y donde sólo a él se aplaudía tras la lectura de poemas en ciertos foros, encontró en nuestras orillas malagueñas la necesaria atmósfera oxigenada para construirse y artesonar su vida entre aquella libertad, en estado de excepción, que amparaba el Torremolinos de finales de los sesenta e inicios de los setenta. Desde su tienda de antigüedades en los bajos de la Nogalera, su voz y modos, siempre tan amables con todo el mundo, comenzaron a ejercer un magisterio poético y moral que lo ha acompañado hasta este último momento. Pablo impone respeto a cualquier lector y a cualquier poeta porque tras sus estrofas, siempre comedidas, como sus pasos, como sus gestos, como su mirada, como su sonrisa, ha bramado el río de la sinceridad. Todo lo muda la edad ligera. Lo hemos perdido, pero nos queda el consuelo de que recibió los honores de los grandes héroes literarios. Descansa, Pablo, en una paz merecida.